Nunca pensé que esto pasaría, ver un tres en un reporte es complejo. Los profesores no nos muestran nuestras calificaciones en público. Tengo la suposición que es porque nosotros mentalmente nos castigamos mejor que cualquier juicio público. El “que pensaran de mí” “soy un fracaso” y otras famosas frases provocan que el mundo giré. La verdadera motivación aparece cuando un muro te rompe la cabeza, en este caso la mente, y lo escalas, pese a todo lo que eso conlleva. No es la forma más sana de hacer las cosas, pero es así como funciona en este lugar. Y en el mundo real.
Las “buenas energías” te mantienen motivado, pero los fracasos, las humillaciones te llenan de ese sentimiento negro y espeso como el alquitrán que provoca que todo a tu alrededor se vea lento. Sientes un conglomerado de emociones, y que hablan como ecos en tu cabeza, pero al final, tu mirada se fija en esa parte insana de tu existencia, hasta el punto en que terminas por enfocarte solo en “ese objetivo” que va más allá que cualquier cosa que quieras. Entonces, trazas planes, metas, pero el enfoque siempre está en el mismo punto fijo.
Eso es lo que nos motiva realmente. Es ese sentimiento desconocido en donde nada más importa, que te lleva al límite, a lo insano, y a sacar lo peor de uno mismo. Hasta que al final, cuando lo consigues, solo suspiras y todo en tu mente entra en blanco.
Ese sentimiento en el que perdura en el instituto Daglar, es como una lógica aplastante a cualquier recurso positivo y necesario que la didáctica, los analistas institucionales, los psicopedagogos, los psicólogos pueden ofrecer. Pero es entendible. Todos nos vamos por el camino más insano.
—Matt, ¿cómo te fue? —preguntó Adriel sacándome de mi oscura y perturbada mente. Dios no debería pensar en eso ahora.
—Bastante bien, bueno… Es… como decirlo, pero estoy bien —mentí. No era la primera vez.
Después de caer en la monotonía de no recibir mensajes, de no tener un plan, de no hacer nada. Me sentía como una estúpida planta. No había nada que hacer, respirar y sentir mientras cumplo con las pocas obligaciones que tengo. Como un zombi sin objetivos caminaba por la mayoría de la escuela.
Desde que inicio mis clases en este instituto, me sentía aburrido. Nunca me había sentido así, y me sentía vacío. Necesitaba el caos, algo que me moviera, no quiero pensar en esas cosas. Es incoherente, ridículo, incongruente. Pero la realidad es que no podía evitar bostezar cada día porque nada que me pareciera relevante podría ocurrir.
Podía sentir mi fracaso académico respirándome en la nuca. Y eso me preocupaba mucho más. Estoy en la escuela más prestigiosa, por mis propias razones, y aun así me sentía aburrido. Mi capacidad intelectual es completamente inversa a mis habilidades de estudio, lo perturbador es que es normal. Muchos alumnos no saben cómo estudiar, así buscan apoyo en otros alumnos que buscan créditos y rellenar más el curriculum para su futuro trabajo. Por esa razón en los últimos meses suelen “desbloquearse” las salas de estudios.
Aun así, la realidad supera mis ilusiones, pero no intentó ignorar la verdad: “No estoy siendo capaz de llevar la presión” y eso es irritante. Por eso mismo estaba de nuevo en ese programa de tutorías. No quería hacerlo, pero mis calificaciones eran mínimas, y no podía hacer otra cosa, un error podría llevarme a la expulsión, y no podía permitirme eso.
No era la primera noche que me quedaba hundiéndome en mi propia miseria. No es la primera vez que me sentía un fracaso, tenía mis problemas con algunas materias, pero me esforzaba a en conseguir lo mínimo e indispensable. Pero aquí, en este instituto, no podía permitirme fracasar, no cuando tenía una imagen tan frágil. Tampoco me importaba lo que diría gente, pero la realidad es que aún tenía dignidad, y orgullo. Y que en un futuro, dentro de alguna pelea verbal, sacaran que mis calificaciones eran un desastre, me dolería en mi ego, orgullo y todas las cosas.
—Estoy agobiado —murmuré mientras empezaba a dar vueltas en mi cama para buscar la tranquilidad que me dejará dormir—. Mañana será un día horrible.
Mientras caminaba cansado por el pasillo, llegué a la sala de tutoría, suspire ignorando mi propia vergüenza, y tomé la perilla. Cuando entré me quedé sorprendido viendo a Darian ahí.
—¿Qué haces aquí? —pensé en voz alta sin poder evitarlo, no quería buscar una respuesta, pero me salió tan natural que no lo pude evitar.
—Hola, señor Matthew —saludó incómoda la tutora. Entré y mi mirada se encontró con Darian.
…
En resumidas cuentas, Darian estaba conmigo después de clases de ese día. Que nos vieran caminando juntos era incómodo para mí, porque podía leer la mirada de sospecha de muchas personas. Me temblaba el puño de frustración, no era justo que ellos al menos se preocuparan por qué algo podría pasar, aunque la realidad era que estaba aburrido.
—Entonces… ¿Puedes no decirle a nadie que me darás tutorías? —pedí rompiendo el silencio. Lo primero que sentí fue mi cara chocando con la espalda de Darian. «Maldita sea, ¿se detuvo?» Pensé mientras lo veía todo tieso.
—¿Qué? —dijo girándose para verme a los ojos, con esos brillantes y extraños ojos verdes—. No me digas que tienes vergüenza. ¿Sabes por qué acepté tomarte como mi alumno?
Nos quedamos en silencio, no sabía qué contestar. Me parecía estúpido razonar sobre eso, no tenía intenciones de llegar a eso.