Hasta la eternidad

Tercer acto

La parpadeante luz de la farola me hace testigo del color rojo que tiñe las baldosas, obligándome a detenerme. De igual manera que si me hubiera electrocutado de repente, aparto mis manos de ella y me levanto. No se mueve. Tiene los ojos abiertos, pero no se mueve. Retrocedo tambaleándome, hasta que mi cuerpo toca una papelera.

—Randa, levanta —murmuro—. Randa. —Miro a ambos lados, comprobando que no hay nadie—. Mierda, mierda. —Llevo las manos a mi boca y revuelvo mi pelo con desesperación, caminando de un lado para otro.

Saco mi móvil del bolsillo y aprieto el uno en marcación rápida.

—Devon, ¿qué pasa? Llevas dos días sin cogerme el teléfono. ¿Estás bien?

—La he matado —musito con los ojos anegados en lágrimas.

—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Dónde estás?

—En el campus, junto a la biblioteca. Tyler, la-la he matado.

—¿A quién? Por Dios, ¿qué estás diciendo?

—Randa. Yo… Solo quería pedirle que…

—Vale —me interrumpe—. No te muevas, llego en seguida.




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