Hasta la eternidad

Décimo acto

Tyler conduce. Y conduce. Y sigue conduciendo durante horas. Hemos robado un coche, al parecer el asesinato no era suficiente para la condena. Durante las próximas diecisiete horas tan solo paramos para echar gasolina y comprar víveres en las mediocres tiendas de las estaciones de servicio.

—Necesitamos parar, Ty, se te cierran los ojos. Tendremos un accidente.

—Tienes razón, pero debemos deshacernos del cuerpo primero.

—¿Qué? —Le miro horrorizada. No sé por qué.

—No esperarás que sigamos paseando con él.

—Pero ¿qué vamos a hacer?

—Hay un acantilado a unas cuantas millas.

¿¡Un acantilado!? ¿Quiere tirar a Randa por un acantilado? Esto no puede estar sucediendo, ¿en qué momento hemos llegado a esto?

—Nena, deja de darle vueltas, dilo.

—Fue un accidente. —Suspiro y él levanta mi mano para depositar un beso en el dorso.

No fue un accidente, si lo hubiera sido, ahora mismo estaríamos en la policía, no huyendo de ellos.

—Mira, ahí hay una posada —señalo un cartel mientras lo pasamos.

—Tenemos que…

—No —le interrumpo—. Tienes que dormir, no nos servirás de nada sin fuerzas.

—Está bien.

 




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