Estamos llegando al motel en el que dejamos el Chevy, cuando un presentimiento horrible abarca todas mis células.
—Detente.
—¿Eh?
—Para el coche —repito apretando su mano.
—¿Qué pasa?
—No lo sé, algo va mal.
—No mires atrás, Devon —dice girándose hacia mí un segundo antes de volver a fijar la vista en la carretera.
—No es eso, Ty, tengo un mal presentimiento.
Suspira y me da un beso en la mano sin obedecerme, conduce y no se detiene hasta que unas sirenas de policía en el motel le hacen frenar en seco. Dos coches están frente al que abandonamos, con todas las puertas abiertas y hablando por la radio.
—Mierda.
—No, no. —Me agacho instintivamente y él aprieta el acelerador despacio para no levantar sospechas.
Concentrado en que no nos descubran, da marcha atrás sin mirar por el retrovisor, ocasionando un golpe a otro coche lo suficientemente fuerte como para que detone la alarma. Todas las miradas de los policías viajan hasta nosotros. Estamos perdidos.