Hasta Que Vuelva A MÍ

Capítulo tres – “El apagado”

Me gustaria poder saber un momento exacto donde esto se volvió un hábito pero no lo se, sin embargo me sirvió para notar que el perfil de Francisco no encajaba con el resto de los perfiles que había visto en Gramsci, pero una noche mientras deslizaba sin pensar, la aplicacion me lo volvió a mostrar y me fue de extrema dificultad no entrar en él.

En un principio no lograba entender por qué: su perfil era lo más parecido a un desierto, podría pasar perfectamente por un perfil en el cual se entró una vez y más nunca tuvieron reparo por él, una cuenta vacía, sin nadie detrás, en la que nadie entrara por más de un segundo.

Tenía apenas tres fotos con poca iluminación, salvo la de una luz amarillenta de un cuarto que parecía estar cerrado, en una él miraba hacia abajo como si la cámara lo hubiera encontrado distraído, en otra, se veía sólo una parte de su rostro, recortada, y la tercera era un paisaje cualquiera, pero con una niebla tan espesa que parecía tragarlo todo.

En su descripción habían dos frases sueltas, insignificantes, sin mucho detalle de su esencia o personalidad de quien era la persona detrás de ese perfil: “a veces duermo” y “a veces no”. Nada más el resto era un perfil vacío sin vida.

En su perfil no había comentarios, ningún rastro de que alguien hubiera estado ahí antes que yo, ningún me gusta, Era como entrar en una habitación donde alguien había vivido pero ya no estaba, donde quedaban objetos pero no señales de movimiento.

Ese vacío es lo primero que me hace extrañar, una sensacion fria me recorre la columna, hay algo inquietante, y no es solo el perfil sino como es este perfil habita en esta aplicación, como si fuera la excepción a el resto, carente de interacción, no por comodidad sino porque esta no llega a este tipo de perfiles, es como si la vida acelerada y electrizante habitara a su alrededor sin tocarlo, los perfiles de mis amigas de los famosos eran cargados, ya sea de recuerdos o de anuncios, pero habitados, vividos, con intención.

Y entonces, sin buscarlo, lo vi: una etiqueta microscópica, un código grisáceo que sólo aparece si uno presta atención a ciertos signos que la plataforma no declara. Apagado. No era un nombre oficial ni una categoría pública, era más bien una marca interna, un susurro del sistema que casi nadie percibe. Pero yo lo vi, y apenas lo hice sentí una tensión, una especie de tirón suave en el pecho, como si hubiera descubierto algo que no debía, pero que se encontraba a la vista de todo el mundo.

Pero nadie hablaba de ellos, es una realidad que todos usuarios sabemos y que nadie menciona explícitamente, pero es de público saber que los “apagados” no son una categoría neutra. Son personas que el algoritmo decide “proteger”, aunque esa palabra suene casi irónica cuando se la mira de cerca. Cuando alguien muestra señales de tristeza persistente, cuando su actividad baja demasiado, cuando sus interacciones disminuyen o sus patrones emocionales se salen del promedio esperado, Gramsci activa un protocolo silencioso. No lo castiga, eso sería cruel. Lo cuida. O eso dice.

Su forma de cuidar es esconder. Reduce su alcance, limita quién puede ver lo que publica, lo empuja hacia rincones cada vez más oscuros de la plataforma. Sus fotos casi no aparecen en recomendaciones, sus historias sólo se reproducen para unos pocos seguidores fieles (si es que tiene), y su presencia va diluyéndose hasta que su existencia digital queda suspendida en una especie de penumbra. El algoritmo lo llama “prevención de contagio emocional”. Una frase higiénica, casi clínica, que pretende sonar compasiva pero que, si una la mira bien, revela una crueldad de precisión quirúrgica: si mostrás demasiada tristeza, te silencian. Si sos demasiado auténtico, te vuelven inconveniente. Si dejás de brillar, te tapan.

Pero lo peor, lo que más me perturbó al ver la etiqueta en su perfil, fue que todo ese proceso estaba disfrazado de cuidado. Una forma elegante, eficiente, casi amable de desaparecer a alguien para que no incomode. Y al observarlo a él, a su quietud, a esa forma en que parecía existir detrás de un vidrio empañado tuve la sensación de estar mirando a alguien que ya había sido apartado, elegido por la máquina para ser preservado de los demás… o para que los demás no se contagiaran de él. Y aún no sé por qué, pero en el mismo instante en que comprendí eso, me resultó imposible apartarme.

Mientras miraba su perfil, sentí como si la pantalla se abriera hacia un cuarto donde alguien había apagado la luz hace demasiado tiempo, no por olvido, sino por costumbre. Las pocas fotos que tenía daban la impresión de pertenecer a alguien que no estaba del todo en este mundo digital, alguien que dejaba apenas un rastro tenue, como una sombra que no termina de asentarse sobre el suelo.

Había una tristeza que no se veía directamente, pero que se insinuaba en los bordes: en el gesto rígido de su boca, en la forma en que parecía mirar a un punto que no estaba dentro de la foto, como si las imágenes hubieran sido tomadas por obligación, o por alguien que ya no esperaba nada de nadie. Pero al mismo tiempo, había otra sensación más difícil de explicar, como si ese silencio no fuera solamente suyo, como si no proviniera de él, sino de la aplicación misma, de una presencia fría que había decidido envolverlo en un manto de opacidad.

Era como entrar en una habitación donde no solo falta luz, sino donde alguien se encargó de que así fuera, cerrando cortinas, bajando persianas, sellando rendijas. No sabía si estaba viendo a un chico triste o a una víctima perfectamente borrada por el sistema y esa duda me atravesó con un filo extraño.




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