—¿Podrías ir un poco más rápido, Tessa? Por Dios, pareces una tortuga, una muy lenta, que sufre de artritis y no tiene una pata —me quejé, deseando quitar a mi mejor amiga del volante y manejar yo—. Madre mía, voy a llegar tarde a clase con el profesor Montgomery, y sabes que él no permite entrar una vez que cierra la puerta.
—¡No me presiones, ¿vale?! Voy lo más rápido que puedo.
Solté una risa, entre divertida y ansiosa.
—Te van a contratar en la última entrega de Rápidos y Furiosos con lo rápido que vas —dije con sarcasmo, llevando mi pie al acelerador.
—¡Maisie, ¿qué haces?! —chilló tan alto y pisó el freno, haciendo que el auto se detuviera en seco y a la vez arrancara porque mi pie seguía en el acelerador—. ¡Harás que nos matemos! ¡Quita el pie de ahí!
—¡Entonces conduce más rápido! —le exigí casi al borde de la locura—. ¡Solo tengo quince minutos para llegar, y correr del estacionamiento al salón me desgastará un pulmón!
Ella soltó un chillido y dejó caer la frente en el volante, haciendo que la bocina sonara con fuerza.
Quité el pie del acelerador y me acomodé en mi lugar, esperando que le pasara la crisis a mi amiga, porque está bien, no sería tan mala con ella cuando hasta ahora está aprendiendo a desenvolverse en las escasas calles que nos separan de nuestra hermandad de la universidad.
¡PERO NO PUEDO ESPERARLA TODA LA VIDA O EL SR. MONTGOMERY ME DARÁ UN PASE DIRECTO A DETENCIÓN!
—Lo siento, de verdad lo siento, pero luego te lamentas, ¿de acuerdo? Ponte en marcha, necesito llegar a mi clase en trece minutos, el reloj corre y tú sigues aquí como estatua.
—¡No debí decirte que te traía! Tú tienes la culpa por levantarte tarde.
—Es tu culpa, por obligarme a ver a esos coreanos sabrosos en lugar de dejarme dormir.
—Faltaba más —resopla, soltando una risa—. Bien que decías que viéramos un capítulo más y terminamos viendo la serie completa.
—Esas series son una adicción. Yo no sé qué tienen, pero te emboban, te dejan ahí pegada sin pestañear, sin ganas de dormir, solo deseas más y más de esos hombres tan perfectos y hermosos —solté una risita y ella sacudió la cabeza, sonriendo—. Muévete, Tessa. En serio llegaré tarde y voy por la tercera falta en el mes.
—Vale, pero no me presiones porque me haces poner nerviosa.
—Bien.
El resto del camino fue igual de lento, pero, fiel a mi palabra, no dije nada. Solo me movía inquieta, mirando la hora cada rato en mi teléfono, viendo que faltaba poco, pero a la vez una eternidad para que mi amiga llegara al estacionamiento.
Y mi ansiedad fue tan contagiosa que ella terminó manejando más despacio, soltando chillidos que no prestaba atención o iba a cometer un amiguicidio ahí mismo.
Cuando al fin llegamos e intentaba estacionarse correctamente, agarré mi bolso, abrí la puerta y, sin decirle más que un adiós, salí volada del auto, corriendo lo más rápido que mis gordas piernas me lo permitieron.
Un consejo que me llegó tarde de mí misma es que no debía correr por obvias razones. Yo, una bolita de carne, era de lógico que terminara en el piso intentando correr para llegar a tiempo a mi clase.
Pero yo quería desafiar todas las reglas de la gravedad, o lo que fuera que me mantuviera en pie, así que corrí tan rápido que, al doblar la esquina, por supuesto que no me detuve por mi cuenta. Algo sólido, fuerte, de acero, como un muro de concreto me bloqueó el paso y me derribó junto con él al suelo.
El impacto fue tan fuerte e inesperado que el vaso de café que tenía ese alguien en la mano salió volando y terminó empapándonos a los dos, haciendo que todo fuera mucho más desastroso y vergonzoso de lo que de por sí ya era.
Levanté la mirada, asustada y sorprendida, solo para encontrarme con un par de ojos supremamente azules que me miraban con fijeza y el entrecejo fruncido.
Me quedé embobada, atraída por ese azul tan intenso de sus ojos, sintiendo que las mejillas me ardían de vergüenza, no solo por la monumental caída, sino porque eran unos ojos muy bonitos.
—¿Podrías levantarte? —murmuró en voz baja y grave, sacándome de la ola de pensamientos prohibidos que estaba teniendo—. Claro, podríamos quedarnos aquí todo el día, pero tengo entrenamiento y clases, algo que, supongo, tú también tienes, ¿no?
—Sí, pero no entreno. O bueno sí, entreno brazo, ya sabes, puro ejercicio con la cuchara. Ya tengo músculo y todo, eh —solté sin pensar y casi me explota la cara de lo roja que la sentía—. Digo, claro que tengo clase...
—Genial, porque yo también, pero si no te levantas de encima mío, no podré entrar.
—Oh, claro, claro —apoyé las manos en su pecho para ponerme en pie, apretando todo ese músculo con disimulo, porque, vamos, qué cuerpo tan sólido—. Lo siento, que torpe soy...
Me alejé de él como un rayo, ahora sí reparando en el chico, y apenas lo reconocí, deseé que la tierra se abriera, me tragara y me escupiera bien lejos de ahí.
No era posible que, entre todos los estudiantes, administrativos y profesores, tuviera que estrellarme con Ethan Blake, el capitán de fútbol americano, el chico más popular de toda la universidad, el que no solo es una promesa, una estrella y una leyenda, sino el que tiene fama de romper cientos de corazones por temporada.
Es el tipo de chico al que le huyo como el diablo a la cruz, porque hace falta una sola mirada o mínima sonrisa para caer en sus encantos.
—Primera vez que me derriban con tanta fuerza y facilidad —dijo, sacudiéndose la camisa gris que se le ajustaba a cada músculo y haciendo una mueca resignada porque esa mancha de café no se irá con solo pasar las manos—. Hablaré con el coach para que te acepte en el equipo.
—Soy una chica —respondí, incrédula, como si no fuera evidente con mis curvas, mi cabello suelto de cualquier manera y mis mejillas rojas como tomates.
—Y yo soy un hombre —replicó sin inmutarse, clavando esos ojos azules tan hipnóticos en mí—, lo cual no cambia el hecho de que me tumbaste como si nada. No sabía que en esta universidad había línea defensiva secreta.