Cual fuera el caso, no iba a caer en los jueguitos de estos chicos populares y que se creían intocables e irresistibles solo por lucir como modelos de revista.
Sabía que él solo se estaba burlando de mí, así que, si ignoraba sus comentarios sinsentido —y en sí toda su presencia atractiva e imponente—, yo me curaría en salud.
Sin decir nada, di vuelta y enfilé por el pasillo hacia el salón de detención, cansada, con sueño y cabizbaja. Me prometí no volver a quedarme hasta la madrugada viendo series coreanas por más que Tessa me rogara o Lee Min-ho me hiciera ojitos desde la pantalla, porque la más perjudicada era yo misma.
Pero ¿a quién iba a engañar? Era un ser muy débil cuando se trataba de mi amor platónico.
Por más que me reprendiera, jamás iba a dejar de ver a mis hombres perfectos, a todos esos amores imposibles e inalcanzables que aparecían en todas esas series que se habían vuelto lo más top en estos últimos tiempos.
¿Quién no los amaba? Por favor, hasta mi madre, una mujer de cincuenta años que prefería las telenovelas mexicanas antiguas, había caído redondita por ellos. Su fijación era tal que me enviaba audios —más un podcast por lo largos que eran sus audios—, por WhatsApp que terminábamos en una conversación interminable sobre dramas coreanos que, repito, nos tenía tontas.
Entré al salón, que estaba vacío y con las luces apagadas. Las encendí sin mucha emoción y haciendo una mueca porque mi mala suerte no había terminado en el choque que tuve con Ethan, desde luego que no, mi mala suerte me seguía de cerca, y ese chico estaba conmigo en esta situación y eso no me hacía muy feliz que digamos.
Me senté en la primera silla que apareció frente a mis ojos y saqué un libro, decidida a ignorar a ese chico que era todo músculos y una distracción andante.
Empecé a leer, bueno, más bien intentaba pasar de la primera letra porque me sentía tan nerviosa de estar con Ethan Blake sola en el salón de detención que mi cerebro y mis ojos se negaban a conectarse. Estaba tan rígida como una pared, más pendiente de cada uno de sus movimientos que de mi lectura.
Por el rabillo del ojo lo vi arrastrar la silla de mi lado hasta mí, y segundos después, su rostro quedó tan cerca del mío que contuve la respiración, pero al sentirme ahogada terminé tosiendo, llevando aire a mis pulmones como si hubiera corrido una maratón.
¿A este qué le pasa? ¿Por qué se me acerca tanto? ¿No le han dicho lo peligroso que es que lo haga? No, peor aún, ¿no sabe que acercarse de esa manera a chicas como yo solo hace que la torpeza que me acompañe sea más desastrosa y evidente?
Carraspeé, alejando el rostro y dándole una mirada que simulaba ser indignación e indiferencia pura.
—¿Qué lees? —inquirió y cuando lo vi con la intención de tocar mi libro, lo alejé, por lo que él enarcó una ceja y sonrió de aquella manera que lo hacía ver tan asquerosamente guapo (pero bien, para no ser tan evidente, diré que es feo, a ver si me las creo y no inundo el salón con mis babas)—. ¿Estás leyendo cochinadas y por eso no me dejas echar un vistazo?
—¡Por supuesto que no! —me defendí, porque jamás en mi vida iba a admitir en voz alta que sí las leía—. Es de un... Romance prohibido.
—Ajá —asintió—. La portada tiene pinta de dark romance que es más pornografía que cualquier otra cosa, de ese que el chico es inalcanzable y la protagonista le perdona todo.
Sentí la cara roja, hasta las orejas, el cuello y parte del pecho. Miré el libro y, en efecto, la portada decía todo lo que él mencionó, y puede que el libro sí trate un poquito —mucho, en realidad—, de cosas muy turbias. Pero eso no deja de ser un libro, ¿o sí? Estoy expandiendo mi mente, ya que el cuerpo cedió hace muchísimo tiempo.
—No, no tanto... O sea, sí tiene escenas... subidas de tono, pero no es para tanto. Es decir... —resoplé, molesta de tener que darle explicaciones y tartamudear en el proceso de hacerle entender que no era un libro tan cochino aunque sí lo fuera—. Es un libro y punto. ¿Acaso no has visto uno en toda tu vida?
—Por supuesto que sí. Me gusta leer, pero jamás he leído uno con... escenas subiditas. ¿Lo leerías para mí?
—¿Qué? —lo miré con los ojos bien abiertos y sintiéndome cada vez más avergonzada—. P-Por supuesto que no te lo voy a leer...
—¿Y por qué no? ¿No has estado en lecturas conjuntas? Ahora de eso hay mucho, así que leamos juntos tu libro de dudosa procedencia.
—¡No, no voy a leerlo! —insistí, aferrando el libro contra mi pecho como si fuera oro y Ethan deseara robarlo.
—Vamos, Maisie, no seas tan dramática —dijo, inclinándose más cerca y estirando la mano hacia el libro—. Si te niegas a leerlo es porque debe tener cosas muy sucias. Si no quieres leer, está bien. Yo lo hago por ti.
Intenté retroceder, pero la pared estaba justo detrás de mí.
—¡Nooooo! —grité mientras intentaba proteger mi valiosa posesión literaria.
En un movimiento repentino, él intentó arrebatarme el libro y yo me giré de golpe, corriendo por el salón. Los pasillos imaginarios de mi mente me convertían en una atleta olímpica mientras él, riendo de manera asquerosamente encantadora, me perseguía con paso firme.
Claro que no eran más que unas cuantas filas las que debía sortear, y el salón no era tan grande para que una máquina como yo corriera con éxito.
Ethan me atrapó con suma facilidad y sostuvo el libro con fuerza de una esquina, pero yo no me quedé atras, me aferré de mi libro con todas las fuerzas que tenía, y mira que tenía suficientes. Mi ejercicio con la cuchara me agradecía tener tanta fuerza en ese momento, porque mis brazos no tenía músculos, estaban llenos de grasa, pura energía acumulada.
No iba a permitir que me quitara mi libro, primero muerta en brazos de mi amor platónico que me quitaran lo más valioso que una lectora poseía: su libro.
Él forcejeó, yo también lo hice, como si fuéramos dos niños de kinder que se pelean por el mismo juguete.