La hora de clase se me hizo eterna. Ni siquiera pude concentrarme en lo que la profesora explicaba. Las chicas, sentadas un par de filas atrás, no dejaban de cuchichear, y cada tanto sentía sus miradas clavadas en mi nuca.
Cuando finalmente sonó la campana, mi estómago dio un vuelco. Ellas se levantaron enseguida y me rodearon como un pequeño ejército dispuesto a llevarme a la ejecución. Caminamos juntas hacia el campo de entrenamiento, donde el aire olía a césped recién cortado y a sudor, y no sabía por qué, pero todos los del salón nos siguieron los pasos.
Me encontré con Tessa en el camino, pero no siquiera pude decirle palabra alguna, porque Rachel no me lo permitió. Me sujetó del brazo y casi que me llavaba a rastras.
Debí pedir pedir permiso para ir al baño y huir para salvar mi pellejo. Pero, no, a la parte orgullosa mía se le había ocurrido enfrentar el ridículo desafío.
Cuando llegamos al campo, todos los chicos corrían de un lado a otro mientras el entrenador gritaba órdenes y les corregía las posiciones. En medio de todos, ahí estaba Ethan. Alto, con el cabello revuelto por el viento y la camiseta pegada al torso. Estaba hablando con un par de compañeros, y reía por algo que no alcanaba a escuchar.
«¿Por qué me meto en tantos problemas?», pensé, tragando saliva. Mis pasos se volvieron más pesados a medida que me acercaba.
—Anda, ve —susurró una de las chicas detrás de mí.
Inspiré hondo, decidida a no darles el gusto de verme acobardada. Caminé hasta él, entrando al campo y deteniendo el entrenamiento.
—¡Tú, ¿qué se supone que estás haciendo?! —escuché que dijeron muy a lo lejos, como un eco distorsionado.
El corazón lo sentía latiendo como un loco tambor en mis oídos, así que, tras de que me había vuelto oficialmente loca, también estaba sorda.
Ethan me miró al notar mi presencia, arqueando una ceja con una expresión divertida e incrédula en el rostro, y si por si no fuera poco, todo a mi alrededor empezó a correr en cámara lenta: su mano pasando por su cabello con suavidad y lentitud, alborotando aún más sus cabellos dorados y la sonrisa perfecta de comercial.
(Inserten música cursi de esas que pasan en las películas románticas cuando llega la escena más esperada).
Pero es que, con el desastre andante que era, nada podía salirme bien. Ni siquiera acercarme a un chico y darle un simple beso.
—Hola, Maisie, qué gusto verte por aquí...
No dije nada —era mejor así—, porque si abría la boca, todo sería el doble vergonzoso. Solo llegué hasta él, quién frunció ligeramente el ceño sin perder su sonrisa, viéndose más que confundido sin comprender lo que hacía.
Mi corazón retumbaba tan fuerte que sentía que todo el campo podía escucharlo. Sudaba en. exceso y sentía que, en cualquier segundo, mis torpes pies me iban a hacer caer, pero, milagrosamente, caminaba como una diva hacia mi objetivo, o eso quería creer.
Me detuve frente a él, respiré hondo, y en un arranque de valor antes de que pudiera llegar a arrepentirme y salir corriendo, lo sujeté de las hombreras de su camisa con ambas manos para acercarlo hacia mí.
Lo que no calculé fue la fuerza. En lugar de un gesto elegante, romántico y dulce, lo halé tan bruscamente que nuestras frentes chocaron con un golpe sordo que me hizo quedar como una tonta ante tantos ojos curiosos mirándonos.
—¡Auch! —Ethan se llevó la mano a la frente, frunciendo el ceño.
A mi alrededor, las risas estallaron como una carcajada colectiva. Sentí que me ardía la cara de la vergüenza, deseando que la tierra me tragara de una vez y para siempre.
—L-lo siento —murmuré, apenas audible, con la vergüenza tiñendo de rojo.
—Tú solo atentas contra mi vida...
Impulsada por la adrenalina, por el desafío y porque ya no había marcha atrás y no quería quedar en ridículo delante de todos, me estiré en puntas hacia él y lo besé, silenciando sus palabras.
Mis manos se apretaron en torno a sus hombreras y solo pude contar hasta diez, cavando un nuevo problema.
No hubo fuegos artificiales ni corazones saliendo a nuestro alrededor. En realidad, solo presioné mi boca contra la de él, mirándolo fijamente con los ojos bien abiertos mientras él me devolvía una mirada sorprendida.
Esto no podía catalogarse como un beso porque solo estaba presionando mi boca contra la suya, incapaz de hacer cualquier movimiento..
Ethan se quedó quieto, sorprendido. Pude sentir la tensión en sus labios, la duda en su respiración. Pero no se apartó ni un milímetro, y ese simple hecho me revolvió el estómago aún más que las burlas que se habían detenido.
Me retiré apenas unos centímetros, lo justo para ver su expresión, cruzando los dedos para que no montara una escena frente a todos por mi atrevimiento, pero todo esto era su culpa, por decirme que dijera que sí había algo entre nosotros.
Sus ojos brillaban con algo que no supe descifrar, mientras yo solo podía pensar en lo estúpida y lo loca que acababa de ser.
El silencio que se extendió después de ese beso —si es que podía llamarse así—, fue tan espeso que sentí que me estaba ahogando. Ni siquiera el silbato del entrenador logró romperlo. Todos nos miraban, todos, y yo no era capaz de enfrentar a nadie.
Me relamí los labios, pero era como si todavía los tuviera pegados a los de Ethan. El cosquilleo persistía, incómodo y electrizante, como si mi propio cuerpo no entendiera lo que acababa de hacer. Yo tampoco lo entendía.
—Bueno… eso fue… —Ethan dejó escapar una risa baja, incrédula, con esa sonrisa ladeada que hacía que mi estómago se contrajera como papel arrugado.
¡Oh, no! Se estaba riendo. Claro, ¿qué esperaba? ¿Que cayera de rodillas a declararme amor eterno frente a todo el campo de entrenamiento?
—¿…interesante? —intenté completar, pero me sentía tan avergonzada que la cara la sentía a punto de estallar.
Algunos chicos detrás se echaron a reír, y Rachel dejó escapar un “¡Se los dije, no son nada!”, lleno de triunfo.