Ethan llegó en punto a las seis a la fraternidad y en su monstruoso auto, llamando la atención de todos.
Cuando salí luego de que Tessa me diera ánimos y lo vi, quería morirme de vergüenza. No se suponía que le siguiera el juego, pero ahí estaba, emocionada y arrepentida de verlo a partes iguales. Llegué a pensar que me dejaría colgada, que solo bromeaba conmigo.
Estaba estacionado como si quisiera que todo el vecindario se enterara de que venía por mí —y realmente todos lo miraban, las chicas de la fraternidad, los vecinos; todos—, con su Jeep negro reluciente, los brazos apoyados sobre el volante y una expresión que mezclaba aburrimiento con impaciencia.
«Lo que me faltaba, que todos fueran testigos de esta... ¿Salida? ¿Cita? ¿Lectura conjunta? ¿Cómo le llamaba a esto?», pensé, mientras bajaba los tres escalones de entrada de la casa, rezando para no tropezar con mis propios tacones y hacer el ridículo.
Sí, tacones. ¿Pueden creerlo? ¡Me puse tacones y aún me sigo preguntando por qué!
Aunque juré y perjuré que no me iba a arreglar demasiado para el encuentro, terminé con el cabello suelto y ondulado, un vestido simple —demasiado corto para mi gusto, pero aparentemente era el único que me quedaba de infarto según mi mejor amiga—, maquillaje ligero y bien perfumada.
Todo gracias a Tessa, que no dejó de repetirme que si iba a verme con Ethan, al menos debía parecer una mujer y no un espantapájaros recién levantado.
Cuando llegué al auto , él ya había bajado el vidrio y me estaba mirando muy fijamente, de una manera que me tenía la cara roja. Podía sentir hasta las orejas calientes.
—Te arreglaste —dijo con tanta naturalidad que me dieron ganas de enterrarme viva en el césped del jardín.
—N-no. Solo... no quería verme desastrosa, ya sabes, por si nos cruzamos con alguien del campus —mentí, ajustando el vestido nerviosamente.
Él arqueó una ceja, divertido, pero no comentó nada. Solo abrió la puerta desde dentro, obligándome a subir.
—¿Y bien? —pregunté, abrochándome el cinturón como si fuera a lanzarme de un avión—. ¿A dónde vamos a leer?
—En el auto.
Lo miré con cara de “no me jodas” y apreté los labios, porque, no sé, me hice la ridícula idea de que íbamos a algún lugar...
—¿Cómo que en el auto? O sea, no está mal, pero... ¡Agh, olvídalo!
Él arrancó y sonrió con un gesto cargado de malicia que ya me estaba sacando canas verdes.
—Relájate, princesa. No vamos a quedarnos aquí. Tampoco haré que, todo el esfuerzo que le pusiste para verte tan linda quede solo en el auto.
¿Princesa? ¿Por qué me hablaba así? Mi corazón se saltó un latido y tuve que apartar la mirada para que no notara lo avergonzada que estaba.
Durante todo el trayecto mis nervios iban en aumento. Ethan conducía como si el volante fuera una extensión de su brazo y yo solo podía mirar los letreros pasar, sin entender del todo hacia dónde nos dirigíamos. El aire fresco entraba por la ventana y me despeinaba, pero no me importaba. Estaba demasiado ocupada apretando el libro contra mi pecho, como si fuera un salvavidas en mitad del océano, cuando, en realidad, era el culpable de que estuviéramos en esta situación tan bochornosa.
—¿A dónde vamos? —pregunté de nuevo.
—Ya verás.
Cuando estacionó finalmente, casi me caigo de la impresión.
Estábamos en la playa, en un rincón escondido donde todos iban a hacer fogatas, beber cerveza de dudosa procedencia y besar a escondidas. El cielo estaba oscureciendo y la brisa marina revolvía mis pensamientos más que mi cabello.
—¿Aquí? —dije, tratando de abrir la puerta.
—Aquí —Ethan cerró la puerta con un golpe seco, pero lo que me dejó petrificada fue su cercanía—. Primero vamos a leer, luego podremos pasear un rato, ¿no te parece?
—Bien —dije, intentando parecer seria—. Aquí está el libro.
Se lo tendí, pero Ethan no lo tomó.
—Lee tú.
Abrí los ojos como platos.
—¿Yo? ¿Y por qué yo?
—Porque quiero escucharte.
Eso fue lo suficientemente perturbador para que quisiera abrir la puerta y correr hasta mi fraternidad descalza. Pero, en vez de eso, terminé abriendo el libro con manos temblorosas, buscando la página que había marcado.
«Tranquila, Maisie. Respira. Solo es leer como en clase. Esto no es nada del otro mundo».
Claro, hasta que empecé a leer.
Mi voz salió débil, entrecortada, como si cada palabra me pesara toneladas. La primera página iba bien, describía la dinámica de los protagonistas en la escuela, un par de diálogos que no tenían ningún matiz oscuro. Todo tranquilo, hasta que, de pronto, mis ojos se toparon con una escena en particular, cuando el protagonista masculina acorrala a la protagonista femenina y todo estalla entre ellos.
La escena, como todas las de esta autora, es muy explícita, demasiado. Describía con lujo de detalles lo que los dos personajes estaban haciendo encima de un escritorio.
Mi garganta se cerró, mi corazón empezó a golpearme el pecho como un martillo y en un acto reflejo, cerré el libro de golpe, con tanta fuerza que casi me rompo una uña.
—¿Qué pasa? —preguntó Ethan, arqueando una ceja, sospechoso.
—N-nada. Solo... ya me cansé de leer. Esto no va a funcionar, Ethan.
—Pero si ibas muy bien. No tienes que sentirte avergonzada solo porque estás conmigo. Esto es algo que has hecho en clases una infinidad de veces.
—Sí, lo sé, pero... Es que...
—Dámelo.
Él alargó la mano hacia el libro.
—¡No! —lo apreté contra mí con fuerzas—. No, en serio, no vale la pena seguir en esto. Puedes comprar el libro y leerlo solo, eso sería mucho mejor.
—Maisie... —su voz se volvió peligrosa, como cuando se propone ganar un partido—. Dame el libro.
—Que no.
—¿Vamos a tener de nuevo una pelea por el libro?
—Nadie está peleando, solo que no quiero leer más...
—De acuerdo.
Y ahí empezó la segunda lucha más ridícula del siglo: yo abrazando el libro contra mi pecho, él intentando arrebatármelo con una fuerza que, claramente, superaba la mía.