Cuando al fin me separé de sus labios, fue apenas lo suficiente para recuperar el aliento. Estaba tan agitada que parecía haber corrido diez vueltas alrededor de un inmenso campo.
Él seguía demasiado cerca, mirándome con esos ojos que parecían leerme la mente. Sentía que iba a evaporarme como un helado en pleno verano.
Necesitaba decir algo, cualquier cosa, porque ese silencio me estaba matando. Pero lo que salió de mi boca fue… bueno, una catástrofe verbal, como todo lo que yo significaba.
—Eh… ya veo por qué dicen que leer en voz alta es peligroso para la salud.
Lo dije con una risita nerviosa que sonó tan mal que hasta yo quise meterme debajo del asiento.
Ethan arqueó una ceja, claramente conteniendo la risa.
—¿Eso es lo mejor que se te ocurre decir luego de tremendo beso?
—Sí… digo, no… bueno, ¡cállate! —me tapé la cara de nuevo, muriendo de vergüenza—. Olvida lo que dije. ¿Sabes qué? Mejor caminemos por la playa, ¿sí? Aire fresco, arena, agua, eso es lo que necesitamos… cosas normales que no te hagan perder la cabeza.
Abrí la puerta del auto y bajé con toda la intención de parecer tranquila y segura de mí misma.
Spoiler: no lo logré, porque simplemente estaba condenada a pasar vergüenzas en momentos donde los nervios me consumían de pies a cabeza.
El tacón derecho se hundió en la arena húmeda tan pronto bajé la pierna, mi tobillo se torció y, para rematar la escena digna de un sketch cómico, caí de rodillas con un chillido que debió escucharse en el fondo del mar.
—¡Diablos! —me quejé, intentando recuperar la dignidad mientras mi zapato seguía clavado en la arena como si quisiera echar raíces.
Ethan salió del auto, despacio, cruzado de brazos y mirándome como si acabara de darle el mejor espectáculo de su vida. Y suponía que lo era porque estaba en una posición rara casi en cuatro en la arena.
—¿Tienes algún gusto raro de siempre besar el suelo? —preguntó con tono burlón, acercándose.
—No, solo era parte del plan —respondí con la poca dignidad que me quedaba, intentando halar el tacón sin éxito—. Quería… hum, evaluar la resistencia del terreno.
Él no contestó, solo se inclinó, agarró mi brazo con una facilidad insultante y me levantó como si yo pesara menos que una pluma. Quedé tan cerca de su pecho que tuve que contener la respiración, porque esa maldita proximidad me hacía olvidar de cómo se respiraba.
—Gracias… —murmuré, apartando la mirada, y entonces la peor tontería de la noche escapó de mis labios—. ¿Sabes? Podrías dedicarte a desenterrar fósiles, con esa fuerza seguro encuentras un dinosaurio completo.
Un silencio sepulcral se formó entre nosotros. Quería morirme. Literalmente cavar un agujero en la arena y enterrarme viva junto con mi tacón.
Pero entonces sucedió algo inesperado: Ethan estalló en carcajadas. No una risa ligera, no. Una carcajada profunda, de esas que te hacen doblarse un poco hacia adelante, con los hombros sacudiéndose y los ojos brillando de diversión.
—¿Un dinosaurio? —repitió entre risas, llevándose la mano al estómago—. Dios, Maisie… contigo nunca se pasa aburrido.
Fruncí el ceño, fingiendo estar indignada, aunque en el fondo me alegraba haberlo hecho reír así.
—¡Oye! No te burles. Mi chiste no era tan malo… bueno, sí lo era —resoplé, cruzando los brazos—. Pero en mi cabeza sí sonó bastante gracioso, para que sepas.
Él seguía riéndose, con esa risa ronca que me hacía temblar por dentro. Y aunque estaba segura de que había quedado como una tonta, no podía evitar sonreír también, porque, por alguna extraña razón, esa era la primera vez que lo veía reírse de verdad, sin esa pose arrogante que siempre tenía encima.
—¿Sabes qué? —dije, sacudiéndome la arena de las rodillas como si fuera posible recuperar la dignidad después del espectáculo—. Deberías sentirte afortunado. No todos los días una chica se sacrifica para darte una risa de gratis.
—Oh, créeme, me siento muy afortunado —replicó Ethan con una media sonrisa, aún con ese brillo divertido en los ojos—. Aunque tengo que admitir que esperaba otra clase de espectáculo esta noche.
¿Eh? ¿A qué se refiere?
—Ah, ¿sí? ¿Y qué esperabas? —lo miré con suspicacia, arqueando una ceja.
Él se encogió de hombros y empezó a caminar por la orilla, obligándome a seguirlo, aunque claro, tuve primero que quitarme los tacones o iba a terminar enterrada de nuevo. En estos momentos odiaba a Tessa, aunque ella no tenía la culpa. La culpa era de Ethan y su venida a la playa cuando se suponía yo ni siquiera debía salir con él.
¡Agh, ¿en qué momento todo se volvió así de complicado?!
Todo era mejor cuando Ethan y yo no caminábamos por el mismo sendero.
—No sé… algo más... Olvídalo.
Bufé indignada, acelerando el paso para ponerme a su altura.
—El de la brillante idea de leer el libro en conjunto fuiste tú, así que no sé qué esperabas que saliera de esto, cuando quedó más que demostrado que somos un desastre.
—Un buen desastre juntos, ¿no crees?
—Exacto —asentí, pero luego negué—. ¿Cuál juntos? No estamos juntos.
—Te recuerdo que estamos saliendo.
—Y yo te recuerdo a ti que eso no es cierto.
—Eso no dijo el beso que nos acabamos de dar y el que nos dimos en la mañana en la universidad. Me usaste, y aunque no me estoy quejando ni me molesta, deberías recompensarme.
—Por el amor a Dios, no te usé.
—Ah, ¿no? ¿Y qué estaban haciendo todos los de tu clase en las gradas?
—Yo... Este... ¡Tú dijiste que dijera que estábamos saliendo y eso fue lo que dije!
—Qué obediente me saliste, princesa —sonrió—. Entonces, ¿vamos a continuar con nuestra lectura conjunta?
—¡Nooo! —mi grito fue tan agudo que incluso a mí me molestó en los oídos—. Digo, arruinaste la lectura con tu voz pörnösä.
Ethan detuvo el paso y me miró fijamente por unos segundos antes de estallar en una nueva carcajada.
—¿Disculpa?