Me hubiera encantado acercarme a Maisie en la universidad, pero esa chica era muy escurridiza. Cada vez que intentaba acercarme, se escabullía entre la multitud o huía de mí como si tuviera la peste.
Quería entender lo que le pasaba conmigo, por qué actuaba de esa forma, pero me prometí tener paciencia. En nuestra cita ya tendríamos tiempo de hablar.
Aunque quise seguirla y enfrentarla, Ryan tampoco es que me hubiera dejado ir con ella. El entrenador nos tenía entrenando desde muy temprano puesto que el comienzo de la temporada ya estaba a la vuelta de la esquina. Y, aunado a eso, tenía que asistir a mis clases. Si seguía fallando, me podrían suspender y eso no era bueno para mi futuro en el fútbol americano.
Así que, haciendo tripas corazón y no pensando demasiado en esa indiferencia de Maisie, me esperé hasta hoy, el día de nuestra cita.
Me sentía nervioso, no iba a engañar a nadie porque si se trataba de Maisie, me idiotizaba y mis neuronas dejaban de funcionar. Me volvía torpe, tonto e incluso no sabía muy bien qué decirle. Los mismos nervios me hacían soltar las palabras sin más, tal cual le sucedía a ella, y eso, de alguna forma, era adorablemente cursi.
—No, ese color se ve aburrido y no combina con tus ojos.
Me miré la camisa gris a través del espejo y fruncí el ceño.
—¿Acaso la ropa debe combinar con los ojos? Pensé que solo te ponías lo que te gustaba y listo.
—Hazme caso, hermanito, sé de lo que hablo. El pantalón está perfecto, pero si, en lugar de una camisa gris, usas una blanca o esta azul, vas a acentuar el color de tus ojos y no te verás tan apagado.
—¿Importa lo que lleve puesto? No voy a un concurso de modas, Emma.
—Pero vas a una cita y es casi lo mismo. ¿Qué crees que pensará Maisie de ti viéndote llegar así? Pensará que eres aburrido, soso y tienes pésimo gusto por la moda llevando siempre la misma camisa gris. Pensará que es mejor conseguirse otro partido, porque no cometerá el error de darle un padre a sus criaturas que luzca como tú.
—¿De qué carajo hablas? —reí, sacudiendo la cabeza—. Te adelantaste años luz y te fuiste hasta por los hijos que aún ni siquiera he contemplado tener.
—Aja, te creí —me miró con esa expresión de sabelotoda que tanto me irritaba—. No hace falta ser adivino para saber que has soñado con bodas, hijos, perros y hasta gatos.
—¡Por supuesto que no!
—¡Claro que sí! —vociferó, llevándome la contraria—. ¡Oh, Maisie, cásate conmigo! ¡Oh, Maisie, bésame! ¡Oh, Maisie, ámame por toda la vida!
—¡Emma! —sentí la cara caliente con todo lo que mi hermanita estaba sacando a la luz tan descarada y vergonzosamente de mí.
Ella soltó una carcajada y me lanzó una camisa blanca y una chaqueta de cuero a la cara.
—Tengo pruebas en físico. Si Maisie algún día viene a casa, le mostraré todos los videos vergonzosos que tengo de ti soñando con ella.
—¡Eres una mocosa de...!
—¡Emma! —la llamó mi madre, salvándola justo cuando pensaba amenazarla—. ¡Ven ahora mismo aquí, señorita! ¡Ahora!
—Rayos...
—Mamá te va a castigar todo el mes. Eres el diablo encarnado.
Ella se encogió de hombros y me sacó la lengua, pero dio un brinco y salió corriendo por la puerta cuando mamá volvió a llamarla, más furiosa.
—Doce años y sigue siendo el mismo demonio de cuando era una mocosa en pañales —bufé, y me miré en el espejo—. El demonio del mal tiene razón.
Me cambié la camisa y, una vez me aseguré de que todo estuviera en su sitio: el dinero en la billetera, la tarjeta en la billetera por si el dinero no alcanzaba, y la billetera en el bolsillo, salí rumbo a mi primera cita oficial con Maisie, no sin antes rociarme un poco de mi perfume favorito, ni tanto ni mucho, lo suficiente
Apenas pasé por la sala me reía en silencio de mi hermana mientras mamá la reprendía por alguna diablura que habrá hecho en la escuela. Su mirada me dejó claro que se vengaría de mí en cuanto pudiera.
Salí, silbando, con el corazón acelerado y las manos sudorosas. Aún faltaba para la hora acordada, pero era mejor llegar temprano, así me aseguraba que Maisie no fuera a escapar de lo inevitable.
Subí a mi Jeep y conduje con algo de música, ensayando mentalmente nuestra cita. El plan era sencillo, romántico y la oportunidad perfecta para pedirle que fuera mi novia o aspirar a tener más citas antes de dar ese paso.
Todo debía salir perfecto, en mi mente todo sonaba demasiado bien. La película ya estaba elegida y era de esas que amaban las chicas, donde los protagonistas se enamoraban desde el primer instante. Si no le gustaban las palomitas, siempre podría elegir una hamburguesa, un hot dog, o incluso pizza. Luego de nuestra cita, iríamos por helado, café o lo que sea que le gustara, o solo caminaríamos por ahí.
Algo me decía que esa noche sería más que perfecta.
Llegué veinte minutos antes a su fraternidad, viendo que varias de las chicas con las que vivía estaban en el jardín delantero, pintando la fachada de un color rosa chillón, dándole vida a toda la calle de casas blancas y techos azules.
El lugar estaba lleno de movimiento, risas y pintura volando en todas direcciones. Algunas chicas tenían manchas rosas en el cabello y una de ellas incluso pintaba mientras sostenía un vaso de limonada en la otra mano.
Apenas estacioné frente al jardín y bajé del auto, una figura alta, de cabello rizado y gafas de sol enormes que conocía demasiado bien y tenía de cabeza a uno de mis mejores amigos, se giró hacia mí y me escaneó de pies a cabeza, como si fuera un trozo de carne sospechoso en el supermercado.
—Ethan Blake —dijo la presidenta de la fraternidad con una voz tan segura que podría haber detenido una guerra—. Estos días he escuchado hablar de ti demasiado, aunque luego lo estén negando a muerte.
—Hola, Cameron —respondí con total serenidad—. La última vez que escuché de ti Lucas no estaba muy contento que digamos.