Heart Tackled

11 | Veredicto

♡ MAISIE ♡

Mi plan era sencillo: ignorar a toda costa a Ethan. No mirarlo, no hablarle, no estar cerca a el, no respirar su mismo aire.

Pero todo era tan difícil cuando él hacía todo lo posible por meterse en mi vida de una manera que debería ser multada, no eso no, que debería pagarse con cárcel.

Dije una y otra vez que no caería en los jueguitos de este chico, pero ahí estaba, sintiendo que el corazón me iba a estallar y que mi estómago era un hueco gigante.

Esto no estaba bien, se suponía que el debía estar jugando conmigo, usando mi corazón para después romperlo en mil pedazos, pero no. Ethan estaba haciendo todo lo contrario y eso era tan peligroso para una pobre humana no inmune al amor como yo.

Me negaba a salir con él una vez más, porque en aquella salida a la playa —que no había podido borrar de mi mente en ningún instante—, me había enloquecido con sus besos y esa forma tan extraña, pero hermosa de mirarme.

Todo era culpa de Tessa, si ella no hubiera respondido ese mensaje, yo estaría tranquilamente leyendo un libro mientras todo el ruido que hacían el resto de mis hermanas se disipaba en mi mundo fantasioso. Debería estar comiendo hamburguesas y papas fritas con mi mejor amiga traidora y las otras dos locas que la orquestaron y no aquí, sintiendo que iba a desmayarme.

Pero, aunque me sentía tan nerviosa y una pequeñita parte de mí no quería estar ahí, la otra, se sentía tan ansiosa y rogaba porque todo fuera tan bien como la primera vez. La expectativa de la cita era muy alta, debía ser mejor que la que tuvimos en la playa aunque solo hubiéramos ido a leer y pasar vergüenzas y besarnos.

En esta no sabía qué esperar. Ethan era una chico raro que estaba jugando con mi mente y mi corazón y no de esa mala y dolorosa manera en que imaginaba. No entendía por qué tanta insistencia conmigo, si yo estaba muy lejos de ser la chica de sus sueños.

La idea de que pudiera tratarse de una apuesta, ya saben, de esas que los chicos populares y guapos hacían con sus amigos para dejar en ridículo a la gordita y nerd de la universidad —sí, como en esos libros clichés que odiaba, pero que aún así leía sin razón y solo para enojarme—, me hacía sentir mucho miedo.

Sentía miedo de que ese repentino interés por mí pudiera tratarse de eso. Esa posibilidad me sentaba como un retorcijón de esos indeseables luego de haber comido demasiado, porque, en realidad, yo me sentía a un paso de caer rendida a sus pies, y no porque fuera por torpeza y por culpa de mis dos pies izquierdos, sino porque ya me sentía muy atraída por él.

¿A quién no le gustaría si era un chico perfecto?

Ethan no solo era el chico más popular, un crack en el fútbol americano y una cara bonita... Él era todo lo que nunca me esperé que sería; alguien divertido, que se reía por todo, atento, podía decir que amable. No era engreído ni trataba mal a nadie; es decir, yo imaginaba a un _badboy_ como el de esos libros donde estaba traumado, con problemas familiares y existenciales, mujeriego, posesivo, tóxico y con bipolaridad excesiva, y él era tan diferente a eso que me sorprendía.

—¿Maisie? —vi su mano sacudirse ante mi cara y lo miré, parpadeando confundida—. Llevo hablando solo como por veinte minutos. ¿En qué piensas? ¿Qué te tiene tan distraída? Espero que sea yo quien te tiene a kilómetros de aquí.

—Puf, no te la creas demasiado que no es verdad, Ethan —fingí indiferencia, aunque sentía la cara roja—. Estoy pensando en todo lo que tenía que hacer y por estar aquí no puedo hacer.

—Ya, fingiré que te creo, porque sé que pensabas en mí. Tus ojos y tu cara roja me lo confirman.

Tragame, tierra, hazlo ahora mismo.

—¿Qué película elegiste? —cambié de tema y él soltó una risita.

—Una comedia romántica.

—¿Una qué? —aplasté los labios—. Por favor, dime que estás bromeando.

—No, dije comedia romántica —repitió con total naturalidad—. La vi en el tráiler y pensé que te gustaría.

—Me gustan, pero...

—Creí que te gustaban las historias con finales felices. Podemos cambiar si no la quieres ver.

—No, no, esa es perfecta —mascullé, derrotada.

Ethan compró las entradas sin inmutarse. Yo seguí rezando internamente para que no fuera una de esas películas donde el protagonista llora por un amor perdido mientras todos en la sala suspiran.

Entramos a la dulcería y el caos interno en mi cabeza empeoró. El olor a palomitas recién hechas me atacó de frente, y mis papilas gustativas se rindieron al instante. Ethan tomó un balde enorme, dos refrescos y un chocolate.

—No quiero nada —dije con firmeza.

—¿Por qué? ¿Ya comiste?

—Sí —mentí, en realidad que por culpa de los nervios no había probado bocado alguno y estaba hambrienta—. Me hice un emparedado de pollo en la casa. No tengo hambre.

—Entonces no te importará si me las como todas yo, ¿verdad?

—Para nada.

Mientras caminábamos por el pasillo, intenté disimular mi deseo de robarle una palomita. Olían demasiado bien y el estómago me rugía. Ahora que ya estaba aquí y estaba más que nerviosa, el hambre me atacaba con fuerza.

Ethan, que claramente lo notó porque mi estómago me delató, acercó el balde hacia mí sin decir nada.

Tomé una, luego otra, y cuando menos me di cuenta, ya estaba robándole sin remordimiento alguno, demasiado hambrienta como para sentir vergüenza o detenerme.

—Y no tenías hambre, ¿eh?

Justo cuando iba a hablar, ocurrió un desastre. Una niña corrió frente a nosotros, tropezó con el cordón de la fila y chocó ligeramente contra Ethan, quien, por puro reflejo, levantó el balde de palomitas.

Lo que siguió fue una lluvia de maíz dorado cayendo en cámara lenta sobre nuestras cabezas.

—¡Ay, por favor! —chillé, cubriéndome la cara.

Tenía palomitas en el cabello, en el suelo, en mi blusa, hasta dentro del escote. Ethan parpadeó, sorprendido, y luego empezó a reírse como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida.




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