Mis días se convirtieron en una maldita pesadilla que parecía no tener fin. No había rincón en la universidad que no hablaran de mí y mi relación con Ethan. Éramos la noticia del año y eso me tenía tan frustrada, muy incómoda y deseando enterrarme viva en un gran hoyo.
Quería devuelta mi tranquilidad, ser la nerd, torpe y demasiado alegre que pasaba desapercibida entre todos los estudiantes. Pero por culpa de Ethan todos me saludaban, se me acercaban a hablarme como si fuéramos grandes amigos y me hacían preguntas sobre mi relación con el capitán de fútbol americano que a veces me desconcertaban y me hacían sentir vergüenza.
Apenas si podía responderles, porque, aunque las cosas con Ethan parecían ir por un camino demasiado serio, no sabía qué responderles. Es decir, mi privacidad ya no era mía, pero esto que me estaba pasando con él quería que fuera mío, solo nuestro, que nadie más se involucrara, no porque sintiera pena —al contrario, tal vez el que debería sentirse apenado era Ethan por salir conmigo—, sino porque no se sentía nada bonito ser el centro de atención de todo el mundo. Eso no era algo mío.
—No les des importancia. Pronto olvidarán lo nuestro y seguirán con su vida, dándole toda su atención a un nuevo chisme.
Ethan pareció leer mis pensamientos al verme inquieta mirando hacia todos lados, haciendo cruces imaginariamente para que no se dieran cuenta de lo que estábamos haciendo o la vergüenza sería peor, aunque no era que estuviéramos haciendo nada malo.
—Para ti es tan fácil decirlo —suspiré, dándole una lamida a mi helado, mirando a Ethan que me sonreía con esa sonrisa suya tan atractiva y angelical que derretía con suma facilidad—. Tú estás acostumbrado a la atención. Yo… a mí no me gusta que me miren tanto, que suelten todo tipo de comentarios y no me dejen en paz cuando entro a la biblioteca a leer un poco. Eso de que todos giren a tu alrededor no es lo mío, es más bien tu mundo.
—Ese es el precio de la fama —lo dijo con fingida arrogancia y soltando una risa contagiosa—. Y tú, princesa, deberías irte acostumbrando, porque estando a mi lado siempre serás el centro de atención de todos. Además, aunque me den celos, ¿quién no te miraría? Eres preciosa.
Mi corazón se aceleró y mi cara ardió de vergüenza. No me iba a acostumbrar a esa forma suya de decir las cosas tan directamente y sin rodeos. Con él ya tenía suficiente, como para que todos los chicos de la universidad soltaran comentarios —unos buenos y otros malos—, sobre mi relación con él.
—No hablemos de eso y sigamos con nuestra lectura, ¿sí?
—De acuerdo —rodé los ojos, pero sonreí, llevando el helado a mis labios.
Leer con él ha sido toda una montaña rusa de emociones, una vergüenza que me consumía de pies a cabeza y una calentura por todo el cuerpo que apenas apaciguaba con agua bien fría.
Todo era su culpa, por leer con esa voz tan provocativa, por esa cadencia a la hora de hablar, por mirarme cómo lo hacía cuando llegaban esas escenas fuertes y sugerentes, por simplemente ser él el que estaba ocasionando un maremoto en mi cabeza, en mi alma, en mi corazón y en todo mi ser.
No podía apartar la mirada de él, de su boca moviéndose con calma. De sus ojos azules perdiéndose entre las letras de un libro que nos había unido en más de un aspecto. Del leve rubor que cubría sus pómulos. De lo atractivo e irreal que era esa escena en particular.
¿En serio estaba saliendo con este chico? Todo lo que estaba pasando, que estuviéramos ahí en las gradas del campo, frente a frente, parecía un sueño difícil de creer.
Bajé la mirada y pensé en todo lo que había hecho y dicho en los últimos días, en todo lo que me había demostrado para que creyera en su sincero interés por mí, y debía admitirme que hasta ahora todo era demasiado perfecto, tanto, que esa parte odiosa de mí no dejaba de repetirme que, en cualquier momento, esta burbuja se iba a explotar, que todo lo bonito en realidad era una cruel farsa, un juego donde la única perdedora sería yo.
¿Por qué me costaba tanto creer en Ethan? ¿Por qué no dejaba de darle vueltas a todo y me lanzaba al vacío como me lo había dicho Tessa? ¿Por qué yo misma estaba saboteando todo en mi mente, como si en el mundo no hubieran personas con buenas intenciones? ¿Por qué no creía en el chico dulce y amable que tenía al frente, cual me miraba con una intensidad que aceleraba los latidos de mi corazón?
Necesitaba dejar de ser tan miedosa y dejarme llevar hasta donde la corriente fuera a llevar. Si salía mal, solo significaba que Ethan y yo no éramos compatibles, pero si lo nuestro avanzaba como hasta ahora, tal vez era porque estábamos destinados a estar juntos en este momento.
—Ethan —lo detuve y él levantó la mirada del libro, dándome esa sonrisa peligrosamente atractiva. Tú... También tú me gustas. Y quiero decirte que me siento confundida con todo aún, que una parte de mí no termina de creer por completo que esto sea real, pero… ¡Al carajo! Todas se mueren por estar contigo y yo tengo la dicha de ser la dueña de tus pensamientos y de esas miradas y sonrisas que solo me das a mí. Tal vez sea muy torpe y que mi cerebro se reinicie cada dos minutos, pero algo bueno debiste verme para que te fijaras en mí.
Ethan dejó el libro en la banca de arriba nuestro y se acercó a mí, quedando muy cerca, y me tomó del rostro con dulzura y una mirada demasiado profunda.
—Eres dulce, hermosa, genuina, y cada día descubro una nueva cualidad que me termina de enamorar. Aquí el único dichoso soy yo, que tengo a la chica más linda que posee un gran corazón y me tiene a sus pies.
—No soy muy buena con las palabras como tú, pero me has demostrado según chico muy diferente al que creí que eras.
—Lo entiendo, princesa. A veces vemos a las personas y nos hacemos ideas erróneas, pero cuando nos tomamos el tiempo de conocerlas en verdad, te sorprendes al darte cuenta que son mejor de lo que llegaste a pensar. No te culpo por pensar mal de mí, si muchos dicen que soy arrogante.