Luego de la charla motivacional del coach y que nos dijera en qué aspectos podríamos mejorar para el siguiente partido a pesar de haber ganado, nos dirigimos todos hacia el bar cercano de la universidad a celebrar como cada vez que inciaba la temporada.
La música era un estruendo alegre que se sentía en el pecho. Las luces del bar parpadeaban entre tonos azules y dorados, y el aire olía a cerveza, perfume y sudor mezclados y victoria. Era la típica noche universitaria posterior a un gran partido, pero para mí, esta vez, todo tenía un sabor distinto y todo porque ella estaba conmigo.
Maisie estaba allí, de pie junto a mí, con esa sonrisa tímida que intentaba disimular, con su cabello suelto cayéndole en ondas sobre los hombros y una blusa blanca que brillaba cada vez que la luz pasaba sobre ella. No podía dejar de mirarla, era como si el ruido, las risas y los gritos de celebración se difuminaran cada vez que nuestros ojos se encontraban.
—¿Siempre es tan ruidoso? —me preguntó, alzando la voz para hacerse oír sobre la música.
—Créeme, hoy está tranquilo —respondí, riendo.
Ella rodó los ojos, divertida, mientras Tessa —su mejor amiga—, aparecía con dos vasos de soda en la mano.
—Por favor, no me digas que los jugadores de fútbol americano son los únicos que saben celebrar —dijo Tessa, entregándole uno a Maisie—. Brindemos por sobrevivir a tanto ruido sin quedarnos sordas.
—Oye —intervine, riendo—, esta es una noche histórica. Ganamos contra los Lions, eso no pasa todos los días.
Tessa me lanzó una mirada divertida.
—Lo sé, lo sé. Pero, ¿tenías que traer a medio campus contigo?
—Técnicamente —respondí, señalando el lugar abarrotado—, ellos vinieron a nosotros.
Maisie rio, y ese sonido fue lo único que importó por unos segundos. Tessa me lanzó una mirada aprobatoria y luego se apartó, dejándonos algo de espacio.
Me acerqué un poco a Maisie, lo suficiente para que no tuviera que gritar para hablarme.
—¿Estás bien? —pregunté, inclinándome hacia ella.
—Sí, solo… no estoy acostumbrada a que me miren tanto —respondió, bajando la vista un instante.
La entendía. A donde volteara, parecía haber alguien observándonos, susurrando, sonriendo. Después de ese primer beso en el campo, éramos la historia del día cada día, y aunque yo estaba acostumbrado a la atención, sabía que para ella era nuevo.
—No les hagas caso —dije, rozando suavemente su mano—. Están más interesados en lo que creen que pasó que en lo que realmente es.
—¿Y qué es realmente? —preguntó, levantando la mirada con una sonrisa juguetona.
Me reí, acercándome un poco más.
—Algo que todavía estoy descubriendo… pero me gusta hacia dónde va.
Su expresión se suavizó, y por un momento se olvidó del ruido, de la gente, de todo. Sus ojos tenían esa luz cálida que siempre me hacía sentir al borde de un infarto. Daría lo que fuera por que siempre me mirara de esa forma.
—¿Quieres bailar? —pregunté, señalando la pista improvisada donde algunos compañeros se movían sin vergüenza.
—¿Bailar? —repitió, como si le hubiera propuesto un salto al vacío.
—No soy tan malo —dije, extendiendo la mano—. Prometo no pisarte.
Ella soltó una risita nerviosa y negó con la cabeza, pero su mano terminó en la mía. La llevé hacia el centro, y la música cambió justo en ese instante a una canción más lenta, con guitarras suaves y un ritmo que pedía cercanía.
Perfecto.
Puse mis manos en su cintura, sintiendo cómo su respiración se aceleraba apenas un poco. Ella apoyó sus manos en mis hombros, sin mirarme al principio, pero luego levantó la vista y nuestras miradas se encontraron.
—No bailas tan mal —susurró.
—Te lo dije —repliqué con una sonrisa—. En cambio, tú sí sabes moverte.
—Demasiados bailes en las pijamadas que hacemos con las chicas.
Nos movimos despacio entre la multitud, que parecía desaparecer poco a poco. El ruido se volvió un murmullo distante, y todo lo que quedaba era el roce de sus dedos, el olor de su perfume, y el sonido de su risa cada vez que yo daba un paso torpe.
—¿Sabes? —dijo de pronto—. No pensé que esto sería así.
—¿Así cómo?
—Tan… fácil. Pensé que saldría todo mal o que no encajaría.
—Estás encajando perfecto —le aseguré—. Todos te adoran. Tessa ya hizo equipo con mis amigos y mamá y Emma te adoraron, lo aseguro. Pero ¿cómo no hacerlo? Eres una cosita muy tierna que todos aman con gran facilidad, aunque claro, solo yo puedo estar en tu corazón.
Maisie guardó silencio unos instantes, mirándome con fijeza, mientras mi corazón se aceleraba. Luego, soltó una risita nerviosa y se mordió el labio inferior, mismo que quería besar de nuevo porque no tenía suficiente de su sabor y textura, y negó con la cabeza.
—Tu familia es un caso —susurró.
—Te acostumbrarás a ellas.
Nos quedamos un rato más bailando, hablando entre risas, mientras el resto celebraba a lo grande. Mis compañeros me daban palmadas en la espalda cuando pasaban por mi lado, alguien gritó un “¡para el álbum del equipo!” y sentí el flash de una cámara antes de que pudiera parpadear. Maisie se echó a reír otra vez, cubriéndose el rostro.
—Eres muy famoso —dijo.
—No tanto como tú —repliqué—. Desde ese beso que me robaste, hay gente apostando si terminamos casados antes de graduarnos.
—Lo que se debe lidiar cuando sales con una estrella—rio, dándome un leve empujón.
Y fue justo entonces cuando pensé que esa era mi definición de felicidad. No la gloria del campo, ni las ovaciones, ni las victorias. Era ella riéndose de mí, la música envolviéndonos, su perfume, su risa. Todo.
Absolutamente todo de ella me fascinaba cada segundo más. Para este punto ya no podía detener todo lo que me hacía sentir, la manera en que todo se esfumaba cuando estaba con ella era un sentimiento indescriptible. La quería, y tal vez en muy poco tiempo llegaría a amarla en su totalidad si es que ya no lo hacía.