Heart Tackled

23 | Celos

ETHAN

No sé en qué momento acepté la invitación del señor Brown para ir de caza. Quizás fue después del tercer whisky o tal vez cuando dijo que un tipo blandengue no estaba a la altura de su niña.

El punto es que, a la mañana siguiente, me encontré en medio de un campo helado, con un rifle prestado y las manos entumecidas por el frío, intentando parecer un hombre experimentado mientras mis instintos de chico de ciudad gritaban que aquello era una pésima idea.

—Tranquilo, Blake —dijo el señor Brown, acomodándose el sombrero mientras avanzaba entre los arbustos—. Aquí lo importante no es disparar, sino disfrutar del silencio del bosque.

Mentía. Había algo en la forma en que sujetaba el rifle que dejaba claro que esperaba resultados.

—¿Y si no encontramos nada? —pregunté, tratando de no tropezar con las raíces.

—Entonces volvemos con hambre, pero con dignidad —contestó, riendo por lo bajo—. Aunque, si te soy sincero, tengo la corazonada de que hoy la cena nos espera caminando.

Genial, probablemente yo iba a ser la cena.

El aire olía a pino y tierra húmeda. A lo lejos, el sonido de los pájaros rompía el silencio del bosque. El señor Brown caminaba con una seguridad que me daba envidia, mientras yo intentaba no resbalar con cada paso.

—Así que… ¿tú y mi hija? —preguntó de pronto, sin mirarme.

Sentí cómo la temperatura bajaba diez grados más.

—Sí, señor. Yo y su hija —respondí con la voz más firme que pude reunir.

—¿La quieres?

Tragué saliva.

—Mucho.

—Bien —dijo simplemente—. Porque si no, este bosque tiene más agujeros que una coladera y no es como que vayan a contarlos uno por uno.

Lo miré de reojo para confirmar si hablaba en serio o estaba bromeando, pero no sonreía.

Pasaron unos minutos hasta que vimos un par de ciervos cruzar entre los árboles. El corazón me empezó a latir tan rápido que creí que se me saldría por la garganta.

—Ahí tienes tu oportunidad, muchacho —susurró el señor Brown, agachándose tras un matorral—. Apunta despacio, respira y… dispara cuando sientas que el mundo se detiene.

“Cuando el mundo se detiene”. ¿Eso que significaba?

Apunté. Temblé. Respiré muy hondo.

El disparo resonó tan fuerte que las aves levantaron vuelo de inmediato. El ciervo salió despavorido e intacto mientras mi culo quedaba enterrado en la tierra húmeda y cubierta de blanca. El disparo salió con tanta fuerza que me mandó hacia atrás sin darme tiempo de poder sostenerme.

El señor Brown me miró con los ojos muy abiertos, apretando los labios con fuerza y quitándose el sombrero de la cabeza.

—¿Le diste… a un árbol?

—Sí, señor —dije, levantándome.

Se echó a reír, no una risa disimulada, sino una carcajada sonora que llenó todo el bosque.

Yo también terminé riendo, más por nervios que por otra cosa.

—Al menos no me disparé el pie —intenté defenderme.

—Todavía queda día —replicó, aún riendo—. Eso siempre pasa a la primera. Ven, sigamos antes de que los animales mueran… pero de risa al ver que no les das.

Pasamos horas entre el frío, los pasos crujientes sobre la escarcha y las bromas del señor Brown cada vez que disparaba y terminaba en el suelo, disparaba hacia los árboles o a la nada. Cada vez que un pájaro salía volando, yo saltaba. Cada vez que el viento soplaba fuerte, él se burlaba. Y cuando finalmente decidimos regresar, no llevábamos ni una sola presa.

—Te lo dije, Maisie se encargará de poner la carne en el plato —dijo, mientras subíamos a la camioneta—. Tú solo ocúpate de cocinarla.

—Lo intentaré, señor —respondí, todavía riendo.

El camino de regreso fue tranquilo. El sol caía y el cielo se teñía de tonos naranjas y violetas, pintando el campo con esa calma que solo existe en los lugares donde el tiempo parece moverse más despacio.

Cuando llegamos a la granja, el aroma a pan y canela me golpeó como una bienvenida e hizo que mi estómago rugiera. Entramos, sacudiéndonos la nieve de las botas, y lo primero que escuché fue una risa que no reconocí, una masculina.

Cruzamos el pasillo y ahí estaba: Maisie, sentada en la mesa de la cocina junto a un tipo alto, de cabello castaño despeinado y sonrisa fácil. Su madre los miraba encantada mientras reía con ellos.

—¡Cole Miller! —exclamó el señor Brown, contento—. ¿Sigues respirando aire de Montana, muchacho?

El tipo se levantó y lo saludó con un apretón de manos.

—No podría alejarme mucho, señor Brown. No cuando la mejor tarta de manzana del estado la preparan justo al lado.

Ellen se sonrojó como una adolescente.

—Ay, deja de decir tonterías, Cole.

Maisie rodó los ojos, divertida.

—Cole y yo fuimos al mismo colegio —me explicó al verme entrar—. Era mi compañero de laboratorio.

—Y su salvador más de una vez —añadió él, con una sonrisa que me revolvió algo en el pecho.

—Exageras —replicó ella, riendo.

—No tanto. Todavía recuerdo cuando casi incendiaste el aula con aquella mezcla de bicarbonato y vinagre y solo te la querías vivir en el suelo porque tienes dos pies izquierdos.

Ambos rieron, yo no.

No podía explicarlo, pero había algo en la forma en que la miraba que no me gustaba. Ese brillo cómplice, esa facilidad para hacerla reír… algo que reconocí a la perfección porque por mucho tiempo yo la miré así.

Algo dentro de mí se removió con demasiada fuerza, algo que no me gustaba y jamás en mi vida habia sentido antes.

—Cole, él es Ethan —dijo Maisie finalmente—. Mi novio.

Cole me miró con una sonrisa cortés, extendiendo la mano.

—Un gusto conocerte, Ethan.

—Lo mismo digo —respondí, devolviendo el fuerte apretón.

—Jamas imaginé que la chica más torpe del laboratorio acabaría saliendo con un chico de la ciudad. Siempre te vi con uno de nuestro estilo, calabacita.

—Ya ves, está conmigo —contesté, sonriendo sin alegría.

—Supongo que hay excepciones .




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.