Herederos

Chica Fugitiva

JULES

 

Cuando estuviera bien, Guido me las pagaría, se había metido en una pelea con los hermanos matones de aquella chica morena y me había arrastrado a mí a lo mismo. Cuando lo vi tirado en medio de la calle y siendo golpeado por dos tipos que le doblaban en tamaño, mi sentido de justicia se despertó y el de amistad me enfureció. Me abalancé sobre los dos tipos y alcancé a propinarles varios puños antes de que me tumbaran al suelo. Pero no había sido suficiente, los hermanos de la chica eran mucho más grandes, y sin ayuda de Guido, fue imposible ganarles la pelea. Por suerte alguien había llamado a la policía o aún estaríamos allí recibiendo patadas por todo el cuerpo.

 

Por otro lado, no tenía ni idea que había llevado a esa chica a acercarse a nosotros y ayudarnos; tampoco es que hubiera hecho mucho en realidad, sólo me ayudó a cargar al pesado Guido unas cuadras, pero fue más de lo que ningún otro de la multitud hizo.

 

Cuando logramos meter a Guido en el asiento de atrás del auto, la vi caminar hacia la mitad de la calle y mirar hacia el lugar por donde había desaparecido el taxi con sus cosas y los causantes de que mi amigo estuviera casi desmayado en el auto.

 

Gracias a que habíamos parqueado el auto en un sitio oscuro y alejado del bar, no habíamos tenido que lidiar con la policía, pero no era buena idea quedarse allí ya que podrían aparecer en cualquier momento y sería difícil explicarles por qué teníamos a un menor de edad molido a golpes en mi auto.

 

Ahora debido a la intromisión de la chica; que había resultado para bien o para mal, útil, debía lidiar con ella por un rato más.

 

– ¡Eh! Vamos, no puedo dejarte aquí sola. Y debemos irnos antes que venga un policía – llamé a la chica que seguía parada en la mitad de la calle con una mezcla de preocupación y esperanza en su semblante.

Con paso lento como si esperara que el taxi apareciera de un momento a otro la chica dio la vuelta y se movió hacia mi auto. Le abrí la puerta del copiloto desde adentro y la chica subió con cautela y con la mirada fija en la calle frente a ella.

 

–  Debo llevar a mi amigo a un hospital, después te llevaré a donde sea que tengas que ir –. Y dicho esto puse en marcha el auto.

 

***

 

Guido tendría que quedarse en observación esa noche en el hospital. Yo había sobornado a un doctor para que no hiciera preguntas acerca del por qué estábamos mi amigo y yo en ese estado. Y después de recibir atención en mis manos y rostro y de verificar que subieran a Guido a una habitación privada, bajé a encontrarme con la chica que, parecía, era ahora mi responsabilidad.

 

¡Qué noche! Nunca debí haber salido del apartamento en primer lugar.

 

La muchacha de la que aún desconocía el nombre, estaba sentada en la sala de espera con cara de martirio, jugaba con sus manos mientras se mordía un labio y movía una pierna con una especie de tic nervioso. Me di unos segundos para detallarla; tenía el cabello largo y castaño, labios rosados y ojos grandes, negros y expresivos. Era joven, tal vez de mi edad.  

 

Bonita, nerviosa.

 

Al notar que me acercaba, se puso de pie.

 

- ¿Puedo preguntar por qué están tus cosas en el taxi aquel? – le pregunté de mala manera, pues, aunque me hubiera ayudado, aún desconfiaba de su relación con los tipos del bar.

 

- Venía del aeropuerto, iba hacía un hotel cuando nos encontramos el camino bloqueado por la multitud alrededor de ustedes. El taxista bajó del auto y como no volvía, salí a buscarlo. Y luego ya sabes lo que pasó – respondió con voz cansina.

 

- ¿Eso quiere decir que te robaron? – ella asintió. – Muy bien, ¿a la estación entonces?

 

- No quisiera molestarte, pero no tengo mi cartera o celular conmigo, y no conozco a nadie en la isla – me dijo con expresión resignada.

 

En el camino ninguno de los dos pronunció palabra, la chica se notaba cansada y ansiosa. Y yo no tenía muchas ganas de hablar temas triviales en ese momento con una desconocida. Y aunque muy en el fondo, y sin razón alguna, me sentía responsable de lo que le había pasado, los acontecimientos de las últimas horas me tenían demasiado distraído como para sentir lástima.

 

–  Gracias. Espero que tu amigo se mejore – me dijo ella cuando estacioné el auto frente a la estación. Yo asentí en su dirección y ella bajó del auto.

 

Mientras la veía avanzar hacia la estación con paso nervioso, algo se debatía en mi interior. Algo en la expresión de la chica me decía que no tenía ni idea que hacer. Se veía perdida y preocupada y un poco…bueno, bastante molesta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.