Megan entró en la veterinaria, caminando como si cada paso fuera un esfuerzo monumental. Al pasar por la recepción, apenas levantó la vista para dirigirle un saludo rápido a Mile. La asistente notó al instante que algo andaba mal; Megan no era la misma mujer llena de energía de siempre. Decidió darle su espacio.
Sin mediar palabra, observó cómo Megan se encerraba en la oficina, cerrando la puerta con un gesto abatido. Mile, queriendo hacer algo por ella, le preparó una taza de té aromático. Sabía que no podía aliviar lo que fuera que la estaba agobiando, pero tal vez esa bebida caliente la reconfortaría, al menos un poco. Dejó la taza humeante sobre el escritorio y se retiró en silencio, cerrando la puerta detrás de ella.
Megan se había dejado caer en el sofá, como si el peso de los últimos días finalmente la hubiera derribado. Las lágrimas que había intentado contener durante esos días, se desbordaron, y un llanto profundo la sacudió, liberando la angustia que ya no podía seguir escondiendo.
La presión de mantener una fachada fuerte ante su madre, mientras todo se derrumbaba, era casi insoportable. Aceptar que lo construido por su familia se desmoronaba, ya era bastante doloroso, pero lo que más la devastaba eran las acusaciones sobre su padre. Los documentos y rumores insinuaban que él había estado enfrentando problemas graves, pero Megan se negaba a creerlo. Para ella, su padre era su héroe: un hombre amoroso, íntegro y exitoso, incapaz de haber llegado a ese nivel de desesperación.
Aceptar la ruina era difícil, pero admitir que él hubiera ocultado algo tan grande, le resultaba imposible. Sentía que traicionaría su memoria si aceptaba que aquel hombre recto y valiente había caído, sin siquiera compartirlo con su familia. Esa idea la desgarraba más que cualquier pérdida material. El mundo a su alrededor parecía venirse abajo, pero ella se aferraba con todas sus fuerzas a la imagen de un padre perfecto.
Una y otra vez, su mente regresaba a los días felices, a la vida antes de la tragedia. ¿Cómo habían llegado a este punto? ¿Por qué el destino había sido tan cruel? El dolor era tan profundo que, por momentos, sentía que le faltaba el aire, como si el peso en su pecho fuera insoportable. La impotencia la invadía, recordándole que estaba luchando una batalla que parecía perdida. Y si todo lo que decían era cierto, ¿cómo podría perdonarse por no haber visto las señales?
La taza de té aromático que Mile había dejado sobre el escritorio se enfrió. Megan se sentía atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar, una en la que cada puerta que intentaba abrir se cerraba con un golpe seco en su rostro. Sollozando, se cubrió el rostro con las manos, deseando que todo esto fuera un mal sueño, que pudiera despertar y encontrar que su vida seguía intacta. Pero sabía que no era así, y la realidad de su situación la aplastaba con una fuerza implacable.
El llanto no alivió el dolor, pero al menos le brindó un respiro, un momento para dejar salir las emociones que la habían estado consumiendo desde adentro. Sin embargo, cuando finalmente se detuvo, el vacío que quedó fue aún más aterrador. Megan sabía que no podía dejarse vencer, pero en ese instante, se sentía más vulnerable que nunca, sola en un mundo que parecía haberse vuelto en su contra.
El agotamiento emocional finalmente cobró su precio, y Megan, con los ojos aún húmedos por el llanto, se quedó dormida en el sofá. El silencio en la habitación era profundo. Cuando Mile, al no escuchar más sonidos desde dentro, se preocupó. Con cuidado, abrió la puerta y se asomó, encontrando a Megan en un sueño profundo, con el rostro aún marcado por las lágrimas. Mile sintió compasión y, sin hacer ruido, tomó una manta y la cubrió con delicadeza, dejándola descansar en paz.
Pasaron unas horas antes de que Megan despertara. Al principio, se sintió desorientada, pero notó que la presión en su pecho se había aligerado un poco. Apenas había tenido tiempo para dormir en los últimos días, y aquel breve sueño le había dado un respiro necesario. Al incorporarse en el sofá, vio a Mile entrar con los tres gatitos en brazos.
—Mira quiénes vinieron a verte —dijo Mile con una sonrisa suave, acercándose para dejar a los pequeños felinos en el regazo de Megan.
Los gatitos comenzaron a moverse con curiosidad, trepando por sus piernas y buscando la calidez de su cuerpo. Megan no pudo evitar sonreír, la primera sonrisa genuina que se le escapaba en días. La suave presencia de los gatitos, su ronroneo tranquilizador y sus pequeñas travesuras empezaron a desvanecer la oscuridad que la había envuelto. Como si lo intuyeran, los gatitos se acurrucaron cerca de ella, buscando caricias y jugueteando con sus dedos. Algo en su simpleza y alegría fue un bálsamo para su alma cansada.
Jugó con ellos, dejándolos perseguir una bola de lana. El contacto con los gatitos no solo le devolvió una chispa de felicidad, sino que también le permitió recobrar una parte de sí misma que había olvidado en medio de tanto dolor. Fue como si, por un momento, el mundo volviera a ser un lugar donde la esperanza era posible y donde la bondad podía encontrarse en los lugares inesperados.
Permaneció un rato más con los gatitos, acariciándolos y observando cómo se movían de un lado a otro. Aunque su situación no había cambiado, su corazón se sentía un poco más ligero. Sabía que la realidad seguía siendo dura, pero en ese momento, con esos pequeños seres a su lado, se permitió un respiro, reconociendo que siempre hay cosas bellas, a pesar del caos de la vida.
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cadena de engaños, las mentiras no desaparecen, la verdad encuentra su camino
Editado: 08.11.2024