**Capítulo 8.**
Megan despertó el domingo con una calma que no había sentido en días. La noche anterior había sido extrañamente reparadora, y aunque hubiera querido quedarse envuelta en esa paz todo el día, sabía que no podía. Rosita y su madre la esperaban en la hacienda, y el peso de la responsabilidad la obligaba a dejar atrás ese breve descanso. Se levantó con resignación, tomó una ducha y comenzó a vestirse, preparándose mentalmente para lo que le traería el día.
Mientras se vestía, su mente viajó a tiempos más felices. Recordó cómo las mañanas en la cocina de la hacienda siempre estaban llenas de vida, risas y el aroma de recetas caseras que inundaban el aire. Su madre, con una habilidad innata para crear platos exquisitos, llenaba la casa con un calor familiar que hacía que todos se sintieran bienvenidos. Megan había heredado algo de ese talento, aunque su verdadera pasión era la repostería. Horas perdidas entre harinas y azúcar, dando vida a postres que, hasta hace poco, la llenaban de satisfacción.
Pero, ahora todo era diferente. Desde que la familia Vega había perdido el control de la hacienda, la cocina, antes un lugar de consuelo, se había vuelto opresiva. La obligación de preparar las comidas para quienes las habían tratado con desprecio, le resultaba insoportable. La idea de ver esos rostros despectivos y fingir que todo estaba bien, mientras compartían un espacio que antes era suyo, era enfermizo. Rosita, siempre fiel, había asumido la tarea de cocinar, y aunque Megan sabía que no era justo dejarle toda la carga, no podía evitarlo. Las tareas diarias se habían convertido en una obligación, que le robaba la alegría.
Aun así, decidió que ese día sería diferente. Se miró en el espejo y vio el cansancio en su rostro, las ojeras que delataban noches de preocupación y estrés. "Debo cuidarme más", pensó, intentando encontrar fuerzas en esa pequeña promesa. Sabía que el ambiente en la hacienda no sería el mismo de antes, pero estaba decidida a hacer un esfuerzo. Si iba a estar allí, al menos lo haría con algo de dignidad y una mejor actitud, aunque solo fuera por su madre y Rosita.
El día aún era largo, y Megan estaba lista para enfrentarlo, aunque no supiera exactamente qué esperar.
Al atravesar el pueblo, Megan recordó con nostalgia cómo los domingos siempre habían tenido un aire especial. Era el día principal en Monteverde, cuando la quietud de la semana se transformaba en un animado bullicio. Las calles se llenaban de casetas y puestos, como si una pequeña feria hubiera surgido de la nada, ofreciendo platos típicos de la región. Los aromas de la comida local se mezclaban con las risas y charlas de los habitantes. Los turistas, atraídos por la belleza natural y la cultura del lugar, también se sumaban, haciendo del domingo un día de fiesta que conectaba a todos.
Mientras caminaba, se le ocurrió la idea de invitar a Wendy a explorar Monteverde con su familia. Solo pensar en la posibilidad de que aceptaran, la llenaba de alivio. Tal vez, si lograba convencerlos, podrían disfrutar de la alegría del pueblo y, con suerte, hacer de esos paseos dominicales una costumbre. De esa manera, junto con su madre y Rosita, tendrían un día tranquil, sin la presión de esas personas ni las tareas diarias. Después de una semana agotadora, ese pequeño respiro era más que merecido.
Cuando llegó a la hacienda, el aire ya olía a preparativos. Rosita, siempre diligente, había dispuesto los ingredientes en la cocina, mientras su madre, aunque más reservada, intentaba ayudar como podía. Megan se unió a ellas, esbozando una sonrisa, determinada a aportar algo de alegría al ambiente. Sin embargo, mientras se inclinaba para lavar algunos vegetales, su mente volvía una y otra vez a su idea.
Sin perder más tiempo, decidió ir a buscar a Wendy. Quería comentarle su plan, antes de que se arrepintiera.
—En esta semana han permanecido aquí encerradas, pueden aprovechar para conocer el pueblo —exclamó Megan, con un tono entusiasta—. El domingo es el día principal y hay una especie de feria en el pueblo. La gente de las haciendas y los trabajadores acostumbran a pasar el día en las diferentes actividades. Ya sabes, es el día de descanso.
La mención de la tradición iluminó el rostro de Wendy. Mientras Megan continuaba describiendo la variedad de comidas, los colores vibrantes de los puestos y la atmósfera animada, la emoción en Wendy se hizo más evidente. Incluso Marcela, que se encontraba cerca y había estado escuchando en silencio, mostró un interés inesperado. La idea de pasearse por el pueblo, disfrutar del día y ser reconocida por los demás, la atraía de inmediato.
—Podríamos ir —sugirió Marcela, mostrando una sonrisa sutil—. Sería una buena oportunidad para socializar y disfrutar del día.
—Oh, pero la remodelación del cuarto de mi hermano... no puedo ir —recordó Wendy, dejando caer la ilusión de su rostro—. Tía, podrías ir con Armando, yo me encargaré de todo aquí.
—No es necesario, yo lo haré —replicó Megan con determinación, queriendo asegurarse de que ambas se tomaran ese respiro—. No necesitas quedarte, Wendy, en serio. Ustedes vayan y disfruten del día, yo me encargaré de todo.
Megan había puesto todo su empeño en que aceptaran. Sabía que, aunque no lo admitieran, un cambio de aire les haría bien a todos.
—Bueno, si me ayudas, ayer lo pintaron. Solo es cuestión de acomodar los muebles —respondió Wendy con una sonrisa de alivio—. Bruno regresa mañana, solo viajó a la capital por estos dos días.
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cadena de engaños, las mentiras no desaparecen, la verdad encuentra su camino
Editado: 08.11.2024