Ese viernes, Bruno lamentó haber decidido quedarse en casa. Durante el día, no pudo evitar observar cómo Megan trabajaba con una energía renovada. Su entusiasmo parecía inquebrantable, como si nada pudiera perturbarla. Esa alegría espontánea que irradiaba no solo lo desconcertaba, sino que comenzaba a irritarlo. ¿Cómo podía estar tan tranquila después de todo lo que estaba viviendo? Era como si estuviera disfrutando de algo, que él había diseñado específicamente para hacerla sufrir. Por más que intentaba ocuparse de otros asuntos, su mente regresaba obsesivamente a esas preguntas sin respuesta.
Al caer la noche, buscando despejarse, decidió salir al jardín a tomar aire fresco. Aprovechó la ocasión para invitar a Wendy a acompañarlo. Con tazas de café en mano, ambos se acomodaron en unas sillas bajo un cielo salpicado de estrellas. Charlaron un rato de cosas triviales: los días de Wendy en la hacienda y sus avances en la terapia con Armando para fortalecer sus piernas. Pero, por más que intentara distraerse, Bruno no podía deshacerse de la inquietud que lo había atormentado desde la tarde anterior.
Finalmente, incapaz de contenerse más, tomó un sorbo de café y, adoptando un tono casual que apenas lograba disimular su interés, comentó:
—Parece que ella tuvo una salida interesante ayer. Desde entonces, se la ve... más contenta, ¿no crees?
Wendy levantó la mirada de su taza, captando el interés apenas disimulado de su hermano.
—Sí, lo noté. Ha estado muy emocionada. Aunque no le he preguntado directamente, parece que tuvo un reencuentro con alguien importante para ella.
Bruno intentó aparentar indiferencia, aunque la curiosidad era evidente en sus ojos.
—¿Alguien importante? —murmuró, fijando la vista en las estrellas como si el comentario no tuviera importancia.
—Creo que sí. Escuché algo ayer cuando hablaba con su madre —continuó Wendy, sin notar el torbellino de emociones que cruzaba por el rostro de su hermano—. Al parecer, una amiga regresó al pueblo. Se llama Juli y parece ser muy especial para ellas.
—¿Juli? —repitió Bruno, frunciendo el ceño mientras se preguntaba quién era.
—Sí, creo que estuvo haciendo un diplomado, algo relacionado con veterinaria. Parece que son muy unidas —añadió Wendy, sonriendo con tranquilidad, disfrutando del ambiente nocturno y sin percatarse del leve cambio en la expresión de su hermano.
Bruno guardó silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Cuando entendió que se reunió con una amiga, sintió una inesperada sensación de alivio.
—Ah, entiendo —murmuró finalmente, mirando de nuevo hacia el cielo estrellado.
Aunque el dato lo tranquilizó momentáneamente, nuevos interrogantes comenzaron a surgir en su mente. ¿Qué tan fuerte era esa relación, para que Megan irradiara esa alegría? ¿Estarán planeando algo en su contra?
Bruno se quedó en silencio por unos instantes, girando la taza entre sus manos mientras analizaba la situación. Finalmente, formuló su siguiente pregunta, con el ceño ligeramente fruncido, como si buscara descifrar un acertijo.
—¿Por qué no entró a la hacienda? ¿Por qué la recogió afuera? —preguntó, y luego añadió con un poco de reproche, simulando curiosidad—: ¿Y por qué se arregló tanto?
Wendy soltó una risa suave, sin intención de burla, pero cargada de incredulidad.
—¿En serio te sorprende, Bruno? Tú y la tía no dejan de recordarle que ya no tiene nada. La han reducido a un punto donde apenas siente que puede alzar la voz. ¿De verdad crees que pensaría que puede traer a su amiga aquí, como si fuera bienvenida? ¿Que podría atenderla, ofrecerle un café y disfrutar de una conversación tranquila en esta casa?
Bruno levantó la cabeza, desconcertado por la firmeza en el tono de su hermana.
—No es para tanto... —intentó replicar, pero Wendy lo interrumpió sin dudar.
—¿No es para tanto? Vamos, Bruno. Si hubiera invitado a su amiga aquí, probablemente lo único que Marcela le habría permitido, sería recibirla en el establo. Lo sabes perfectamente. Por eso hizo lo lógico: citarla afuera, lejos de este lugar, que más que un hogar para ella, parece una prisión.
Las palabras de Wendy cayeron como un balde de agua fría. Bruno apretó los labios, incómodo ante la crudeza de la verdad que su hermana había expuesto. En el fondo, sabía que ella tenía razón, pero admitirlo en voz alta, era algo que aún no estaba dispuesto a hacer.
Bruno no respondió de inmediato, pero el peso de las palabras de Wendy comenzó a hundirse en su interior. Por más que quisiera, no podía refutar aquella verdad incómoda.
—¿Y por qué se arregló tanto por una amiga? —insistió, aferrándose a esa duda que lo tenía inquieto.
Wendy suspiró, tomándose un momento para observar a su hermano con atención.
—¿De verdad te sorprende? —respondió, esta vez con un tono más paciente—. Desde que llegamos, Megan no ha hecho más que trabajar sin descanso, cargando un peso que no es suyo y enfrentando humillaciones. Pasó de ser la hija de una de las familias más respetadas de la región, a alguien que apenas tiene espacio para respirar.
Bruno ladeó la cabeza, desconcertado, mientras Wendy continuaba, como si explicara algo tan evidente, que no requería discusión.
—Quería sentirse libre, Bruno. Quería recordarse a sí misma quién era antes de todo esto, aunque solo fuera por un momento. Esa visita fue una excusa para sentirse viva otra vez. ¿Y qué tiene de raro que quisiera verse bien?
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Editado: 02.12.2024