Como ya era costumbre esa semana, Bruno madrugó. Aunque no habían acordado nada con Megan, su cuerpo parecía haber adoptado la rutina de salir temprano hacia la planta; como si, de algún modo, su día no pudiera comenzar sin ese impulso inicial. Al llegar a la cocina, notó su ausencia. Ana y Rosita ya estaban allí, con el desayuno listo y el aroma del café flotando en el aire, envolviendo todo con una calidez familiar.
—Buenos días, Bruno —saludó Ana con una sonrisa amable—. Fui a ver a Megan y está profundamente dormida. ¿Quedaron en salir temprano? Es raro en ella, mi hija es muy responsable… nunca se queda dormida así.
Ana le preguntó si quería esperar un poco para desayunar acompañado, quizá hasta que bajara Wendy o despertara Megan. Por un momento Bruno lo pensó, deseaba quedarse, con la esperanza de verla aparecer por la puerta, para cruzar de nuevo esa mirada que la noche anterior parecía haberlo cambiado todo. Pero también temía, tal vez ella no quería verlo y por eso no había bajado. Quizá se sentía incómoda por la conexión que habían compartido… o peor aún, arrepentida.
Él, en cambio, solo deseaba confirmar que aquello no había sido un espejismo. Que no fue solo él quien lo sintió. Pero decidió no arriesgarse. Comió rápido, en silencio, fingiendo tranquilidad, aunque por dentro se debatía entre la ansiedad y la esperanza.
Aquel día no era como los demás. Tenía una visita pendiente, una que había postergado demasiado: debía ir a la tumba de sus padres. Había evitado ese momento por el peso de sus dudas, por el conflicto que llevaba cargando desde que regresó a Monteverde. Pero ahora las circunstancias eran otras. Por fin se había permitido aceptar lo que sentía, por fin estaba dispuesto a seguir su corazón, incluso si eso significaba romper con lo que había prometido en el pasado.
Ya no podía seguir callando. Necesitaba hablarle a sus padres, explicarles lo que había cambiado en su interior, contarles lo que había decidido. Era una promesa que se había hecho a sí mismo, y estaba listo para cumplirla.
Antes de salir, se acercó a Ana con un gesto amable. A pesar de sus propios dilemas, no quería que Megan sintiera alguna presión.
—He encargado un taxi para Megan —le dijo, procurando sonar casual—. Llegará en una hora y la esperará lo que sea necesario. Dile que no se preocupe, que se tome su tiempo.
Ana lo miró con un gesto de ligera sorpresa, percibiendo más de lo que él decía.
Con paso firme, Bruno salió de la casa. Llevaba consigo una determinación nueva, una convicción nacida del deseo de cerrar viejas heridas. Y mientras caminaba hacia el carro, una sola pregunta lo acompañaba: ¿siente ella lo mismo?
Después de que Bruno saliera, Ana decidió que lo mejor era ir a ver cómo estaba su hija. Quería asegurarse de que alcanzara a alistarse con tiempo, aunque seguía sorprendida de que aún no se hubiese levantado.
Se dirigió al cuarto de Megan, llamando suavemente a la puerta antes de entrar. No tenía idea de que su hija se había quedado despierta hasta altas horas hablando con Juli, ni mucho menos de lo profundo y revelador que había sido ese intercambio. Para Ana, simplemente parecía una mañana atípica que requería un pequeño empujón.
—Megan, cariño… ¿sigues dormida? —dijo con dulzura—. Ya es tarde, ¡no te vayas a retrasar!
Megan se incorporó de golpe al escuchar la voz de su madre. La miró con los ojos desorbitados, sintiendo de inmediato una punzada de culpa. No era propio de ella.
—¡Mamá! ¿Qué hora es? —preguntó sobresaltada.
—Son las ocho, mi amor —respondió Ana con una sonrisa apacible—. Bruno ya se fue, pero me dijo que encargó un taxi para que vayas a la planta. Dijo que llegará en una hora y que puede esperarte el tiempo que lo necesites.
Megan se quedó en silencio por un segundo, procesando aquella información. Le pareció un gesto inesperado de Bruno, y no supo cómo sentirse. Dormir hasta tarde ya era inusual, pero saber que él se había ido sin decir nada, y además le había dejado el transporte, la inquietaba aún más.
—Ay, mamá… es que me quedé hablando con Juli —dijo, intentando sonar despreocupada—. Hacía días que no conversábamos y lo extrañaba. Ya sabes cómo es, siempre tiene algo que contar.
Evitó entrar en detalles. No mencionó lo que le había confesado a Juli, ni la sensación íntima que había experimentado la noche anterior. No quería preocupar a su madre y menos, sembrar falsas ilusiones. Prefería que pensara que todo fue tan sencillo como una charla entre amigos.
—No te preocupes, ya me levanto y me alisto rápido —añadió Megan con una sonrisa fugaz—. Gracias por avisarme.
Cuando Ana salió de la habitación, Megan permaneció sentada unos instantes, con la mirada fija en el borde de la cama. Por más que intentara actuar con normalidad, sabía que algo había cambiado. Y, aunque no había enfrentado a Bruno esa mañana, el solo pensamiento de hacerlo, la ponía nerviosa.
Por un lado, se sentía aliviada de no verlo de inmediato. Le aterraba que él pudiera notar en sus ojos todo lo que sentía, todo lo que había experimentado en ese instante casi mudo que compartieron en las escaleras. Por otro, una parte de ella se sintió decepcionada. ¿Y si él no sintió nada? ¿Y si ese gesto del taxi no era más que un acto de cortesía, una forma educada de esquivar el contacto?
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cadena de engaños, las mentiras no desaparecen, la verdad encuentra su camino
Editado: 24.05.2025