Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 4

Evelin Weaver estaba sentada junto a la ventana de su habitación, los rayos del sol de la tarde iluminaban su rostro mientras pasaba delicadamente el hilo por la tela que sostenía entre sus manos. Su cabello, castaño ondulado, caía sobre sus hombros, reflejando algunos pequeños destellos rojizos con cada movimiento. De vez en cuando, levantaba la vista para observar la calle frente a la casa, disfrutando de la tranquilidad del hogar. Fue entonces cuando notó un carruaje acercándose por el camino de entrada. Sus ojos marrones se iluminaron con curiosidad; parecía que su prima, por parte de su abuelo, había decidido visitarla. Evelin dejó a un lado el bordado, se levantó y se acercó a la ventana, esbozando una sonrisa cálida.

El carruaje se detuvo suavemente, y la señorita del interior, una joven de complexión delgada, descendió con gracia, ayudada por el cochero. Evelin bajó unos peldaños para recibirla, y sus ojos brillaron al reconocerla.

—¡Clara! —exclamó, abriendo los brazos para abrazarla—. ¡Qué alegría verte!

—Evelin, querida —respondió Clara, devolviendo el abrazo con calidez—. He venido a pasar la tarde contigo, espero que no sea molestia.

—Para nada —dijo Evelin, tomando la mano de su prima y guiándola hacia el salón—. Justo estaba disfrutando de un poco de tranquilidad junto a la ventana.

Mientras caminaban, Evelin mostraba con pequeños gestos su dulzura y su curiosidad natural; sus risas suaves y su manera de mirar todo con atención delataban esa mezcla de coquetería y sensibilidad que la definían. Clara la observaba con cariño, sabiendo que, detrás de su educación impecable, se escondía una joven con carácter y un espíritu independiente.

Ambas se acomodaron en el amplio sillón, compartiendo el mismo espacio mientras la luz del sol entraba por la ventana.

—No puedo creer que hayas decidido venir sin avisar —dijo Evelin, con una sonrisa traviesa—. Me gusta que me sorprendan de vez en cuando.

—Pensé que disfrutarías de la visita —respondió Clara, riendo.

—Claro que sí. Además, si te soy sincera, serás mi excusa perfecta para poder salir hoy —los ojos de Evelin brillaban de picardía.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó Clara, sorprendida.

—El día está hermoso, quiero salir, pero todas las criadas están ocupadas haciendo sus tareas y no quiero molestarlas… y mis abuelos no quieren que salga sola, obviamente.

Clara la miró con cierta sospecha; sabía que Evelin no siempre seguía al pie de la letra las órdenes de sus abuelos. Su alma rebelde solía aparecer de vez en cuando.

—Ahora me dirás que nunca has cometido una travesura como salir a escondidas sola… —comentó Clara, con una sonrisa cómplice.

—Tranquila, prima. Sé cómo equilibrar mis travesuras con lo que se espera de mí. Pero ahora, cuéntame, ¿qué novedades traes del vecindario? —respondió Evelin, relajada y divertida.

Clara se acomodó un poco, bajando la voz con un aire de confidencia.

—Bueno, supongo que ya sabes que hace unos cuatro meses se mudó un joven de buena posición a la casa de la señora Ellington —dijo, inclinándose ligeramente hacia Evelin—. Las muchachas están que se mueren, dicen que es muy apuesto, aunque la verdad, yo todavía no lo he visto.

Evelin arqueó las cejas, sorprendida.

—¿No lo sabías? —preguntó, con un dejo de incredulidad—. Es extraño que no te hayas enterado, ¡es de lo que todos hablan!

—¿Cómo es posible que no lo sepa? —respondió Evelin, fingiendo desconcierto—. La verdad, no me he enterado porque recién regresé hace unas dos semanas de un viaje con mis abuelos hacia Bath —hizo una pausa y encogió ligeramente los hombros—. Desde que volví, no he tenido oportunidad de hablar con nadie todavía.

Clara la miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad, mientras Evelin se mantenía tranquila, aunque un brillo de intriga empezaba a asomarse en sus ojos, reflejando su interés por aquel joven misterioso.

Evelin se inclinó un poco hacia Clara.

—Vamos, cuéntame más sobre lo que sabes —dijo, con los ojos brillando de intriga.

Justo cuando Clara iba a empezar a hablar, la puerta se abrió y apareció la señora Weaver, con una sonrisa cálida que iluminaba su rostro.

—¡Clara, querida! —exclamó, acercándose con alegría.

Clara se levantó y correspondió con igual entusiasmo.

—¡Abuela! Qué alegría verla —dijo, apretándola suavemente—. ¿Cómo se encuentra?

La señora Weaver rió con suavidad, acariciando el brazo de Clara.

—A pesar de los años que llevo encima, me encuentro más que bien —respondió, con un brillo vivaz en la mirada—.

A continuación, se separó ligeramente de Clara y alzó la voz con cordialidad.

—¡Samuel! —llamó—. Clara está aquí en la casa.

Pocos instantes después, apareció el señor Weaver, esbozando una sonrisa cálida.

—¡Clara! Qué placer verte —dijo con entusiasmo—. Deberías pasar por aquí más seguido; no creo que tu padre se oponga.

Clara correspondió la sonrisa con alegría.

—Sería un placer —respondió, inclinando levemente la cabeza con cortesía.

Evelin observaba la interacción con interés, notando la familiaridad y el afecto entre la familia. Entonces aprovechó el momento y, con una sonrisa traviesa, se dirigió a sus tutores:

—Abuelos, ¿podríamos salir a pasear un poco? Ahora que Clara está aquí, podríamos ir solas.

Sus ojos se posaron en su abuelo, sabiendo que era el más permisivo de los dos, y con un ligero gesto de persuasión logró convencerlo.

El señor Weaver la miró con indulgencia y, tras intercambiar una rápida mirada con su esposa, asintió:

—Está bien, pero no se alejen demasiado y asegúrense de regresar temprano para el té.

La señora Weaver añadió con una sonrisa:

—Que disfruten, pero recuerden lo que les dijo.

Clara, animada, respondió:

—Perfecto, abuela. No hay de qué preocuparse; tengo mi cochero afuera, así que llegaremos sin problemas.

Evelin asintió, emocionada, mientras ambas se preparaban para salir y aprovechar la tarde.




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