Eran ya pasadas las horas del mediodía cuando la puerta principal de la casa se abrió con un leve crujido. La luz intensa del sol se filtró brevemente en el vestíbulo antes de que la figura de Marcos cruzara el umbral.
Gabriel, sentado en la mesa de la sala principal, terminaba su almuerzo en silencio. La vajilla aún desprendía un tenue aroma a guiso recién servido. El tintinear de los cubiertos se interrumpió en cuanto escuchó el sonido de la puerta. Con un gesto pausado, se inclinó levemente hacia un costado para observar mejor.
Sus ojos se encontraron con la silueta de Marcos, quien acababa de regresar tras la larga noche en la casa de Eduardo. La ropa arrugada, el andar algo cansado y la expresión en su rostro delataban el desvelo.
Gabriel arqueó una ceja, dejando reposar el cubierto sobre el plato, sin apartar la mirada de él.
—Vaya —dijo con voz calmada, pero cargada de intención—. Al fin decidiste regresar.
Marcos cerró la puerta tras de sí con un golpe suave y pasó una mano por su cabello revuelto; dio unos pasos para acercarse hacia donde estaba Gabriel.
—Pasé la noche en casa de Eduardo Pembroke —respondió con naturalidad, aunque su tono arrastraba el cansancio—. La velada se alargó más de lo previsto y Eduardo me ofreció un lugar donde dormir.
Gabriel entrecerró los ojos, observándolo con detenimiento. El gesto parecía inocente, pero había en su mirada un rastro de juicio contenido.
—¿Y fue la velada lo que te retuvo… o la compañía de alguna dama? —preguntó con una media sonrisa, mientras alzaba la copa de vino y daba un sorbo lento.
Marcos soltó una risa breve, casi seca, intentando restarle peso a la insinuación.
—¿Desde cuándo me interrogas como si fueras mi padre?
Gabriel dejó la copa sobre la mesa con un leve golpe, inclinándose hacia adelante.
—No soy tu padre —replicó con un dejo de ironía—, pero si vas a perderte durante toda la noche y la mañana siguiente, al menos quiero saber en qué clase de asuntos andas metido.
Marcos lo miró fijamente un instante, luego suspiró y se encogió de hombros.
—En asuntos que no te incumben, Gabriel. Créeme, fue solo una noche larga.
Los ojos de Gabriel brillaban con una mezcla de molestia y tensión contenida.
—“Solo una noche larga”, ¿eh? —dijo, dejando que cada palabra cayera con precisión—. Me sorprende tu audacia, Marcos… casi como si pensaras que puedes hablarme así sin consecuencias. Créeme, tu desprecio disfrazado de indiferencia no pasa desapercibido.
Se inclinó un poco hacia adelante, manteniendo la mirada fija en él, y prosiguió, dejando en claro que su paciencia tenía un límite.
—No es cuestión de curiosidad inútil… es cuestión de respeto, algo que parece se te escapó esta mañana.
Marcos esbozo una sonrisa ladeada, intentando mantener la calma pese a la mirada penetrante de Gabriel.
—Vaya, veo que tu paciencia es más corta de lo que creía —dijo con un tono relajado, aunque sus ojos delataban cierta tensión—. No era mi intención faltarte el respeto… al menos no demasiado.
Se mantuvo erguido, con los brazos ligeramente cruzados, adoptando un aire de desafío calculado.
—Solo intentaba distraerme un poco, nada más. Todos necesitamos liberar tensiones de vez en cuando, ¿no?
Gabriel lo observó con la mandíbula ligeramente tensa, evaluando cada gesto de su amigo. Con voz firme, pero controlada, prosiguió:
—No me molesta que te hayas divertido. Lo que me preocupa es que no sé exactamente en qué estabas metido. Si tu noche rozó lo inapropiado, algo que pueda poner en juego tu reputación… recuerda que la mía también está ligada a la tuya. Trabajamos juntos, y cualquier desliz tuyo se refleja directamente en mí.
Marcos sintió un leve escalofrío ante la seriedad de Gabriel, comprendiendo que sus palabras no eran una reprimenda por divertirse, sino una advertencia sobre las consecuencias.
Gabriel continuó, con la mirada fija:
—Llegaste pasada la hora del mediodía… no puedo evitar preguntarme si tu noche fue simplemente en la casa de Eduardo o si hubo algo más que debería preocuparme. Ten presente que tus actos no te afectan solo a ti.
Marcos asintió, con una sonrisa que mezclaba picardía y respeto. Entendió que Gabriel estaba molesto por la posibilidad de que cualquier descuido comprometiera su honor o el de ambos. A continuación, arqueó ligeramente los hombros.
—Te aseguro —dijo con voz tranquila—, solo fue una noche larga entre caballeros. Nada que deba preocuparte.
Gabriel lo observó un instante más, evaluando cada detalle, cada tic que pudiera delatar alguna verdad. Luego suspiró, recogiendo suavemente la copa de la mesa para terminar la bebida que contenía.
—Muy bien —respondió con firmeza—. Confío en que así sea.
Se levantó elegantemente, ajustando el chaleco y dejando la copa con un golpe sutil.
—Procura mantener el control, Marcos. No quiero tener que reprenderte otra vez por algo que podría haberse evitado —dijo, con un dejo de seriedad que dejaba en claro su autoridad.
Sin esperar respuesta, Gabriel dio un paso hacia la puerta, la espalda recta y la mirada firme.
Mientras observaba cómo se retiraba, Marcos sonrió por lo bajo, sabiendo que había esquivado la inspección sin revelar su pequeño secreto.
A continuación, se dejó caer en una silla cercana mientras soltaba un largo suspiro. Se inclinó ligeramente, sintiendo cómo el peso de la noche comenzaba a disiparse, aunque la confusión no se marchaba del todo. Pensó en Gabriel, en la intensidad de su mirada, en la forma en que lo había observado durante el intercambio de palabras que acababan de tener.
“No fue tan complicado verlo de nuevo…” murmuró para sí, con una mezcla de alivio y extrañeza. Recordó la sensación que lo había sacudido la noche anterior: los celos inesperados, el torbellino de emociones que no lograba comprender del todo. Aun así, ver a Gabriel otra vez le había traído cierta calma, una extraña seguridad en medio de la confusión, como si, a pesar de todo, todo pudiera mantenerse bajo control… por ahora.