La biblioteca estaba iluminada por el sol de la media tarde que atravesaba los ventanales formando rectángulos dorados sobre la alfombra. Gabriel hojeaba un informe con aire concentrado, mientras Marcos, medio recostado en el sillón, lo observaba con una sonrisa traviesa.
—Gabriel… —dijo de pronto, rompiendo el silencio con tono solemne—, ¿alguna vez has pensado que, si no fueras tan serio, tal vez los inversionistas te tendrían miedo igual… pero además se divertirían?
Gabriel levantó la vista lentamente.
—¿Quieres decir que debería contar chistes mientras reviso balances?
—¡Exacto! —respondió Marcos, con entusiasmo fingido—. Imagínalo: “Señores, ¿Saben que hacen nuestros vinos en un mal día? Se quedan en la bodega a ‘madurar’ sus problemas”.
Gabriel no pudo evitar sonreír.
—Si yo empiezo con tus ocurrencias, nos arruinaríamos en dos semanas.
Marcos se inclinó hacia adelante, como si confiara un secreto.
—Bah, exageras. Dos semanas es mucho tiempo. Con mi talento, en cinco días ya estaríamos en la ruina.
Ambos rieron, con esa complicidad que volvía más ligera la tarde.
—Eres incorregible, Marcos —murmuró Gabriel, aún divertido.
—Y tú demasiado correcto —replicó el otro, señalándolo con el índice—. Pero por eso hacemos buen equipo: yo pongo las risas, tú las decisiones.
Gabriel negó con la cabeza, aunque sus labios aún conservaban la sonrisa. La tarde se estiraba tranquila, como si el tiempo les concediera un respiro en medio de los negocios.
Marcos se recostó nuevamente un poco en el sillón, cruzando las piernas y dejando que su sonrisa traviesa se transformara en un brillo de satisfacción.
—Hablando en serio —dijo, recuperando un tono más firme—, este último negocio que nos llegó no es cualquier cosa. Si lo manejamos bien, podría consolidarnos de manera definitiva.
Gabriel cerró el informe que evaluaba con cuidado.
—Lo sé. Hay riesgos, claro, pero también oportunidades. Si cada paso lo damos con precisión, esto puede ser decisivo para nuestra posición.
Marcos asintió, animado.
—Exacto. Y sabes que no me entusiasma cualquier cosa sin sentido: veo el potencial, las aperturas que otros ni siquiera notarían. Con un par de movimientos bien pensados, podemos asegurarnos ventajas que nadie más anticipa.
Gabriel lo observó con una media sonrisa, reconociendo la claridad de su compañero.
—Sí, tu instinto y facilidad para los negocios es impresionante, Marcos. Pero aún necesitamos estrategia, disciplina…
—No te preocupes, Gabriel —dijo—. La estrategia y la disciplina van de la mano con mi visión. Solo tienes que dejar que haga mi parte, y luego tú aplicas la tuya.
Gabriel asintió, dejando escapar una leve sonrisa que reflejaba satisfacción. Ambos permanecieron en silencio por un instante. En esa pausa tranquila, disfrutaban no solo de la calma compartida, sino también de la confianza silenciosa que los unía, un vínculo reforzado por años de colaboración, risas y estrategias comunes.
El silencio cálido de la biblioteca se vio interrumpido por un suave golpeteo en la puerta. Gabriel alzó la vista y con voz firme ordenó:
—Adelante.
La puerta se abrió y apareció uno de los sirvientes, erguido y respetuoso.
—Señor —anunció—, han llegado visitas. Están esperando en el vestíbulo principal. Es la señorita Evelin Weaver y compañía.
Gabriel permaneció unos segundos en silencio, procesando la información, mientras Marcos lo observaba, adivinando que aquella visita inesperada podría darle un nuevo giro a la tarde.
....
Esa mañana, Evelin se presentó ante sus abuelos con la serenidad de quien ya tiene un plan en mente. El aire aún conservaba el frescor del amanecer, y los rayos del sol apenas se filtraban entre las cortinas pesadas que colgaban en los ventanales.
Con voz suave, pero decidida, se dirigió a ellos:
—He estado pensando… me gustaría visitar a Clara. La extraño mucho, y deseo aprovechar el día para conversar con ella. Les prometo regresar antes de que se oculte el sol.
El señor Weaver levantó la vista de su periódico, arqueando apenas una ceja, mientras la señora la observaba con cierta duda.
—¿Salir sola tan temprano? —preguntó la mujer, con un matiz de preocupación—. No es apropiado ni seguro que recorras el camino por tu cuenta.
—No iré sola —respondió Evelin enseguida, con calma—. El cochero puede llevarme hasta la casa de mi prima, y me recogerá antes del atardecer.
Su abuelo, que había permanecido en silencio, intervino entonces con voz grave pero tranquila:
—Déjala ir. La muchacha necesita ver a su prima, y no hay razón para negárselo.
La señora Weaver, sin embargo, permaneció pensativa unos segundos más, hasta que finalmente cedió con un leve suspiro.
—Está bien, querida. Pero recuerda tu promesa: regresa antes de que caiga el sol.
Evelin sonrió, agradecida.
—Lo prometo, abuela.
En sus ojos brilló un destello de entusiasmo contenido. Sabía que aquella visita sería más que una simple charla.
Tras obtener el permiso de sus abuelos, subió a su habitación para decidir qué ponerse. No deseaba un atuendo demasiado ostentoso, pero tampoco quería algo simple; finalmente optó por un conjunto elegante y sutil, en tonos suaves que resaltaban la delicadeza de su figura sin atraer demasiada atención.
Una vez lista, descendió por las escaleras con paso firme. En la entrada ya la esperaba el cochero, junto al carruaje preparado para el trayecto. Evelin lo saludó con cortesía y subió al interior, acomodándose en el asiento con la gracia habitual.
El carruaje partió lentamente, y ella apoyó sus manos sobre la falda. No podía negar que, más allá del deseo de ver a su prima, existía otro motivo que la impulsaba: necesitaba encontrar la manera de visitar a Gabriel. Clara era la única en quien confiaba lo suficiente como para pedir ayuda en aquel asunto.
Durante el trayecto, ensayó en silencio las palabras que diría. ¿Cómo explicarle a Clara sin parecer ansiosa? ¿Cómo solicitar su compañía sin presión? Evelin apretó suavemente los labios, intentando ordenar el torbellino de ideas que la atravesaba.