Unos golpes discretos interrumpieron el silencio de la biblioteca.
Marcos, inclinado sobre el escritorio cubierto de libros de cuentas y papeles ordenados en columnas meticulosas, levantó la vista. La pluma descansaba aún entre sus dedos.
—Adelante —ordenó con firmeza.
La puerta se abrió y una de las sirvientas apareció con un gesto respetuoso.
—Señor Marcos, antes de marcharse, el señor Gabriel dejó una indicación para usted. Ha pedido que revise los documentos adjuntos a la carta de Lord Whitcombe y que compare el contenido con el inventario. Dijo que la hallaría en su dormitorio, junto al mueble de la cama.
Marcos arqueó una ceja, sorprendido por la mención del nombre. Si Gabriel había solicitado aquello, era porque el acuerdo estaba ya en marcha. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Entiendo. Le agradezco que me lo haya comunicado.
La joven inclinó la cabeza en señal de respeto y se retiró en silencio, cerrando la puerta tras de sí.
Él se incorporó lentamente, alisando el chaleco con una mano, y dejó escapar un breve suspiro. Su mirada se demoró un instante en los papeles que quedaban sobre la mesa antes de salir.
El eco de sus pasos lo acompañó hasta la habitación de Gabriel. Abrió la puerta con cautela y, al dar el primer paso dentro, lo envolvió un aroma inconfundible: una mezcla tenue de madera pulida, cera de velas y algo más personal, casi imperceptible, que pertenecía únicamente a Gabriel. Fue la primera vez que se detuvo a percibirlo, y el descubrimiento le arrancó una sonrisa nerviosa.
No era la primera vez que entraba en la habitación de Gabriel; lo había hecho en otras ocasiones, siempre con motivos prácticos. Sin embargo, ahora se sentía distinto, como si de pronto cruzar ese umbral significara traspasar un límite invisible.
Incómodo con la idea, avanzó hacia el mueble junto a la cama. Sobre la superficie descansaban varios papeles y sobres apilados. Marcos tomó todo sin detenerse a examinar qué era lo que agarraba, no quería dar a sus pensamientos la oportunidad de enredarse más de lo necesario permaneciendo en ese cuarto.
Con los documentos en la mano, giró de inmediato hacia la puerta. Su único impulso era abandonar aquella habitación antes de que los sentimientos, agazapados en su interior, terminaran por consumirlo.
De regreso en la biblioteca, cerró la puerta tras de sí y dejó los papeles sobre el escritorio. Se acomodó en la silla y comenzó a revisarlos, tratando de localizar los que se correspondían con Lord Whitcombe entre el montón desordenado.
Entre ellos, un conjunto de hojas llamó su atención, estaban agrupadas con aparente orden, lo que capto inmediatamente su mirada: información sobre la familia Weaver. Marcos se detuvo en seco. Weaver… Evelin, pensó, la sorpresa lo hizo enderezarse un poco en la silla.
La curiosidad fue más fuerte que la cautela. Tomó aquel conjunto de documentos y comenzó a ojearlos con más detalle. Lo que descubrió lo dejó momentáneamente sin aliento: cada hoja contenía datos personales de cada miembro de la familia. Fechas de nacimiento, nombres de padres y madres, hijos, detalles sobre negocios, cuentas y propiedades. Incluso había información sobre empleados, sus responsabilidades y relaciones con la familia.
Marcos sintió un escalofrío leve. No era lo que esperaba encontrar, pero no podía apartar la mirada; cada página parecía revelar un mundo íntimo y meticulosamente registrado, un mapa de vida.
Se reclinó ligeramente en la silla, dejando que su mirada recorriera aquella información una vez más. La preocupación comenzó a asentarse en su pecho. Si Gabriel tenía todos esos datos sobre los Weaver, debía de ser por un motivo importante, algo que excedía lo rutinario o lo trivial.
Se cuestionó por un momento el propósito de los mismos: ¿acaso era para conocer a fondo a la familia de Evelin antes de formalizar cualquier relación? La idea lo hizo fruncir el ceño.
Al observar mejor las hojas, notó que estaban algo arrugadas y gastadas, como si hubieran sido revisadas innumerables veces. Evidentemente, Gabriel tenía esos papeles desde hacía bastante tiempo. Ese detalle, que podría haber pasado desapercibido, hizo que Marcos sintiera un ligero peso en el estómago: la intención de Gabriel no era improvisada; todo estaba medido, pensado y guardado con cuidado.
Entonces una punzada de molestia comenzó a invadirlo. Se dio cuenta de que Gabriel le estaba ocultando algo, que no confiaba plenamente en él. Si realmente lo hubiera hecho, le habría pedido a él mismo que buscara esa información. Esa certeza silenciosa lo hizo tensarse en la silla, con el corazón un poco más acelerado de lo habitual, mientras su mente giraba entre la curiosidad y la incomodidad.
Marcos inclinó la cabeza ligeramente, susurrando para sí mismo:
—¿Qué estás haciendo, Gabriel…?
El murmullo apenas llenó la biblioteca, pero era suficiente para reconocer la mezcla de desconcierto y molestia que lo invadía. Tomó una decisión rápida: le consultaria en cuanto regresara. Necesitaba respuestas; no podía dejarlo pasar como si nada, sobre todo tratándose de información que, sin duda, era complicada de conseguir. Con un gesto decidido, apartó los documentos sobre la familia Weaver a un lado y volvió su atención en busca de la carta de Whitcombe.
Finalmente, la encontró. Se dispuso a realizar su trabajo, tratando de concentrarse mientras repasaba con cuidado la información que debía comparar con el inventario. Sin embargo, por más que lo intentara, su mirada se deslizaba de vez en cuando hacía aquellos documentos, recordándole la discreción y el misterio con los que Gabriel manejaba ciertos asuntos.
....
Tras la partida de Gabriel, Evelin se dirigió con pasos medidos hacia el salón donde sus abuelos se encontraban, deseando saber qué estaban pensando luego de la presencia de él en la casa. Al abrir la puerta, ambos la recibieron con miradas que parecían evaluarla, como si intentaran leer sus pensamientos.