Un golpe suave resonó en la puerta.
—Adelante —respondió la voz de Marcos desde el interior.
Gabriel empujó la madera con calma y entró en la habitación. La luz de la tarde se colaba amplia por la ventana, tiñendo el lugar de un dorado cálido.
Marcos estaba recostado en una silla junto al ventanal, con un libro abierto entre las manos y un aire relajado. Cuando alzó la vista, la imagen de Gabriel lo descolocó por un instante. Estaba impecablemente vestido: camisa clara, el cabello peinado con cuidado, los gestos contenidos, como si hubiera ensayado un porte más elegante. Sintió un vuelco interno, un pensamiento fugaz de lo bien que se veía, lo atractivo que resultaba en ese instante. Tuvo que obligarse a reprimirlo tras una media sonrisa que buscó disfrazar de natural.
—Te ves muy bien —comentó, cerrando el libro sobre su regazo—. Diría que incluso demasiado bien para esta casa.
Gabriel sonrió con un dejo de satisfacción, acomodándose los puños de la camisa.
—Gracias. Justo ese era el objetivo.
—Ah, ¿y cuál es el plan? ¿Seduzco a todos los familiares, o solo a Evelin? —preguntó Marcos con sorna, arqueando una ceja.
—Ojalá fueran todos los familiares, pero no —rió Gabriel—. Voy a ver a Evelin, como había acordado con los señores Weaver. Es conveniente no presentarme hecho un desastre.
Marcos inclinó la cabeza, divertido.
—Sí, tiene sentido. Si te pusieras esa camisa manchada de tinta que usabas ayer, capaz te cierran la puerta en la cara.
Gabriel rodó los ojos, aunque se le escapó una risa breve.
—Muy gracioso, eso fue un accidente. — respiró hondo y lo miró con cierta duda —. Quería consultarte, ¿Crees que debería llevarle flores?
Marcos apoyó el codo en el apoyabrazos de la silla y ladeó la sonrisa.
—Podría ser útil. Nunca fallan.
—¿Y qué tipo de flores serían las correctas? —insistió Gabriel, curioso.
Marcos lo observó un instante, con aire de broma.
—Bueno, las que a mí me gustan siempre terminan siendo la mejor elección. ¿Quieres adivinar cuáles son?
Gabriel se cruzó de brazos fingiendo pensarlo, como si fuera un desafío.
—Claro que lo sé. Y no me vengas con que lo olvide. Te gustan los lirios, ¿o me equivoco?
La sonrisa de Marcos se suavizó, involuntaria. Le agradaba, más de lo que estaría dispuesto a admitir, que Gabriel conociera ese detalle tan personal.
—Ahí tienes tu respuesta —replicó, disimulando su satisfacción bajo un tono ligero.
—Perfecto, gracias por el consejo, maestro en flores —dijo Gabriel con una media sonrisa burlona mientras se daba la vuelta hacia la puerta—. Si Evelin se enamora de mí gracias a los lirios, voy a decir que el mérito es tuyo.
Marcos dejó escapar una risa baja.
—Claro, y si sale mal, seguro también vas a culparme.
Gabriel giró apenas la cabeza, con un brillo divertido en los ojos.
—Exactamente. Siempre es más fácil echarte la culpa a ti.
Marcos negó con la cabeza, sonriendo de lado mientras volvía a acomodar el libro en su regazo.
—No tienes remedio.
Gabriel soltó una leve carcajada y salió, cerrando la puerta con suavidad.
El silencio volvió a llenar la habitación. Marcos intentó recuperar la lectura, pero sus ojos se quedaron fijos en la página sin avanzar una sola palabra. La sonrisa se le fue desvaneciendo poco a poco. Sabía muy bien a lo que en realidad iba Gabriel: no se trataba solo de una visita inocente, sino de un movimiento calculado dentro de un plan mucho más frío. Pensar en ello le provocaba un nudo extraño en el estómago, una mezcla de incomodidad y desagrado que no lograba definir del todo.
Y, sin embargo, lo que más lo inquietaba era la contradicción: pese a ese trasfondo, no podía quitarse de la cabeza lo bien que se veía Gabriel hacía apenas unos minutos.
...
Gabriel salió de la casa con paso firme y el porte elegante que había preparado para la ocasión. El cochero ya lo aguardaba junto al carruaje.
—Llévame a una florería, por favor —pidió al subir.
El hombre asintió y, con un leve chasquido, puso en marcha los caballos. El trayecto fue breve. Gabriel descendió, acomodándose la chaqueta, y se adentró en la tienda. El aire estaba impregnado con el perfume de distintos ramilletes, frescos y vivos.
Sus ojos recorrieron el lugar hasta detenerse en los lirios. Hubo un instante de pausa, casi una sombra de sonrisa al pensar en las palabras de Marcos. Quizá no estaba tan equivocado, realmente eran flores hermosas. Elegantes, delicadas, con una fuerza discreta en sus pétalos.
Pidió dos ramos. Mientras los envolvían con cuidado, Gabriel observó en silencio, con esa calma estudiada que solía ocultar las corrientes más oscuras de sus pensamientos. Cuando al fin los tuvo entre sus manos, se permitió inhalar su aroma. Después regresó al carruaje, dejando uno de los ramos en el asiento y quedándose con el otro.
—Ahora a la casa de los Weaver —ordenó.
El trayecto continuó. Al llegar, Gabriel descendió con el ramo de lirios cuidadosamente sujeto, enderezando los hombros, cuidando cada gesto. Era consciente de que su imagen contaba más que nada; aquel no era un simple encuentro social, sino un movimiento en el tablero de su plan.
....
Una vez dentro de la residencia Weaver, el mayordomo condujo a Gabriel hasta el salón principal. El ambiente desprendía ese aire solemne y refinado propio de la familia.
Los señores Weaver lo esperaban allí.
—Señor Whitaker —lo saludó el anciano, incorporándose con una sonrisa afable.
—Señor, señora —respondió Gabriel con una leve inclinación de cabeza, saludando a ambos con respeto.
—Por favor, siéntese —indicó el señor Weaver, extendiendo la mano hacia uno de los sillones cercanos.
Gabriel obedeció, aún con el ramo de lirios sujeto entre sus manos. Al ver el gesto, el señor Weaver ordenó a una de las sirvientas que fuera a buscar a su nieta.
—Un gusto verlo nuevamente, joven —comentó el hombre, con voz grave pero cálida—. Evelin se alegrará de saber que ha cumplido con lo prometido.