Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 22

Marcos entró en la habitación con una sonrisa tranquila, dibujada a la fuerza en el rostro, como si quisiera borrar todo rastro de la charla que acababa de tener con Gabriel. Cerró la puerta despacio detrás de sí y buscó de inmediato los ojos claros de Ivy.

Ella seguía sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Apenas lo vio, levantó la vista con un gesto nervioso.
—¿Está todo en orden? —preguntó en voz baja, como si temiera la respuesta.

—Sí, tranquila —contestó Marcos con suavidad, acercándose unos pasos. Su tono fue sereno, casi paternal, como si quisiera protegerla de cualquier sombra que rondara en la casa.

Se detuvo un segundo, mirándola con seriedad. Después tomó una silla y la colocó frente a ella, sentándose como si fuera a confesarse. Ese gesto, tan simple, bastó para que Ivy sonriera, ladeando un poco la cabeza.
—Vaya, parece que me espera una historia larga —dijo, acomodándose mejor sobre la cama.

Marcos soltó una risa breve y se frotó la nuca, buscando las palabras.
—Más que larga… complicada.

Y entonces empezó a hablar. Le contó sobre Gabriel: de su carácter rígido, de su manera de ver la vida, de cómo se contradecía a veces. Le habló también de Evelin, de la salida del día anterior, de cómo la mujer había insinuado ciertas cosas sobre él y Gabriel, dejando entrever lo que no era. Narró con detalle, pero cuidándose de omitir cualquier mención al verdadero plan de venganza que movía a su compañero; para Ivy, Evelin quedó retratada simplemente como el interés amoroso de Gabriel.

Ella escuchaba atenta, sin interrumpirlo, con esa curiosidad suave que no apretaba pero que lo invitaba a seguir hablando. De vez en cuando asentía, o torcía el gesto en señal de desaprobación cuando el relato se volvía turbio.

Cuando él terminó, Ivy soltó el aire en un suspiro.
—No sé por qué, pero esa tal Evelin no me agrada en lo más mínimo —declaró con franqueza.

Marcos arqueó una ceja y no pudo contener la risa.
—A mí tampoco —respondió, divertido, inclinándose hacia ella como si compartieran una conspiración.

Ella sonrió ante su risa, pero luego bajó un poco la mirada, pensativa.
—Aunque debo admitir algo —dijo, levantando de nuevo los ojos hacia él—. Ahora que vi mejor a Gabriel, entiendo en parte por qué está enamorada de él. Es atractivo, tiene una belleza difícil de ignorar.

Marcos soltó una carcajada franca, negando con la cabeza.
—Sí, lo sé. Eso también me gusta de él, ¿sabes? Esa maldita belleza lo hace más atractivo todavía, incluso cuando me lanza esa mirada de condena.

Ivy río con él, llevándose una mano a la boca para no sonar demasiado fuerte.
—Entonces lo tuyo con Gabriel es masoquismo, Marcos.

—Puede ser —respondió él con fingida solemnidad, llevándose la mano al pecho—. Pero alguien tiene que resistirlo, ¿no?

Ambos se rieron, y la tensión que había pesado sobre la habitación empezó a disiparse poco a poco. El sonido de la lluvia contra la ventana acompañaba esa complicidad nueva, íntima, como si las confesiones hubieran tejido un lazo secreto entre los dos.

En un momento, ya agotados de tanto hablar y reír, terminaron tendidos sobre la cama, uno junto al otro, con las piernas colgando hacia el suelo. Ivy yacía boca arriba, con los brazos descansando sobre su vientre, mientras Marcos tenía los suyos cruzados sobre el pecho, mirando el techo como si allí hubiera algo que acompañara su relato.

—Y entonces —contaba Marcos, divertido— me acerqué despacio, con el agua helada en la mano… y ¡zas! —chasqueó los dedos, evocando la escena—, Gabriel saltó de la cama como si lo hubieran prendido fuego.

Ivy se dobló de risa, cubriéndose el rostro con una mano.
—¡No! —jadeó entre carcajadas—, no puedo creerlo.

—Te juro que sí. Y otra vez, se me ocurrió despertarlo cantando a los gritos una canción que odiaba. Estaba tan furioso que ni siquiera habló, sólo me miró con esos ojos helados, como si quisiera matarme.

Ella reía tanto que las lágrimas le brillaban en los ojos.
—Eres terrible, Marcos. ¿Cómo sigues vivo después de eso?

—Porque, en el fondo, me quiere —dijo él, llevándose una mano al corazón.

Cuando las carcajadas se calmaron, Marcos bajó un poco la voz y dijo con un brillo especial en los ojos:
—¿Sabes? Hubo un día en que Gabriel me dio un lirio.

Ivy lo miró con curiosidad, ladeando la cabeza.
—¿Un lirio?

Él asintió y comenzó a relatar, casi viéndolo otra vez en su memoria.
—Es mi flor favorita. Me había citado en el comedor. Cuando entré, lo primero que vi fue un ramo de lirios en la mesa. Me quedé mirándolos, encantado, y él apareció de golpe, como un niño travieso que disfruta asustar. Yo casi me caigo del susto, y él se rió como si hubiera ganado una apuesta. Pero lo mejor fue lo que vino después… —hizo una pausa, sonriendo—. Sacó de detrás de su espalda un lirio solitario y me lo tendió con toda la teatralidad del mundo. “Este es para ti —me dijo—. Una flor digna de alguien como tú”.

Un brillo curioso cruzó la mirada de Ivy.
—Eso es romántico, Marcos. Quizá… quizá él siente algo por ti.

Él soltó una carcajada breve, ladeando la cabeza.
—No, no. Gabriel hace esas cosas en broma, estoy seguro.

—Pero para ti fue otra cosa —apuntó Ivy con dulzura, observando la emoción que todavía vibraba en su voz.

Marcos bajó un poco la mirada, pero no pudo borrar la sonrisa.
—Sí. Para mí fue especial. No importa si para él fue una broma, yo lo sentí como un regalo.

Ivy lo miró con ternura y, tras un silencio breve, preguntó con picardía:
—¿Y nunca quisiste besarlo?

Marcos bajó un poco la mirada, jugueteando con sus propios dedos como si no quisiera revelar demasiado, pero al final se dejó llevar por la sinceridad.
—Desde que logré poner en orden mis pensamientos, desde que supe, sin dudas, que estaba enamorado de Gabriel… la idea de besarlo me ha cruzado por la cabeza muchas veces. —Sonrió, con un dejo de timidez y anhelo—. Y sí, es lo que quisiera. Poder besarlo, aunque fuera solo una vez.




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