Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 24

Cuando terminó la reunión con el señor Weaver, Gabriel regresó al salón principal, donde Evelin lo esperaba. La joven, al verlo, se levantó enseguida y lo condujo hasta el diván junto a la ventana. Se sentó a su lado, tomándole la mano con la naturalidad de quien cree tener un derecho íntimo sobre él.

—¡No sabes cuánto me alegra que mi abuelo te haya recibido tan bien! —dijo, con los ojos brillantes de entusiasmo—. Estoy segura de que ve lo mismo que yo veo en ti.

Gabriel esbozó una sonrisa, aunque sus pensamientos seguían en otro lugar. Las palabras de Evelin se desdibujaban en su mente mientras calculaba los próximos pasos, la manera exacta de hacer que el anciano diera el primer movimiento hacia la inversión.

Evelin ladeó la cabeza, percibiendo su distracción.
—Gabriel… ¿me estás escuchando?

Él parpadeó, volviendo a la realidad.
—Perdona, estaba pensando.

—¿En qué? —preguntó ella, con un dejo de preocupación—. ¿Pasa algo?

Gabriel se acomodó en el asiento y apretó suavemente su mano, fingiendo calma.
—No es nada importante. Solo negocios. Ya sabes cómo es, siempre hay algo en qué pensar.

Evelin lo observó con ternura, aunque sus labios se curvaron en un gesto pensativo.
—Lo imagino, pero me pregunto si no será que cargas demasiado solo.

—Estoy acostumbrado —replicó él con tono seco, pero sin perder la sonrisa.

Ella guardó silencio un instante, como midiendo sus palabras. Luego, con cautela, dejó caer la pregunta que venía rondando su mente.
—¿Y Marcos? ¿No te ayuda lo suficiente?

Gabriel arqueó una ceja, sorprendido por el rumbo de la conversación.
—¿Marcos? Claro que me ayuda. Es mi socio.

—Sí, pero… —Evelin apretó un poco más su mano—. A mí me da la impresión de que él intenta aprovecharse de ti. Como si quisiera colocarse en un lugar que no le corresponde.

Cuando Evelin dejó caer su comentario, Gabriel se tensó apenas. El ceño le quiso fruncir, pero enseguida controló el gesto. No podía permitir que ella notara su molestia.

—¿Aprovecharse? —repitió con una calma.

Evelin asintió, casi segura.
—Sí. Esa sensación me da. Que quiere estar demasiado cerca de ti. Como si buscara tu lugar.

Gabriel apretó la mandíbula y forzó una sonrisa ligera.
—Créeme, Evelin. Nadie puede ocupar mi lugar. Marcos menos que nadie.

Ella lo observó con un dejo de duda, intentando calibrar el tono de su respuesta.
—Yo solo no quiero que confíes en alguien que no lo merece.

Por dentro, la sangre de Gabriel hervía. ¿Quién se creía para juzgarlo? Marcos había estado a su lado en los momentos más oscuros, durante toda su vida, y aunque muchas veces le provocaba irritación, no iba a permitir que nadie, mucho menos Evelin, insinuara que era una amenaza.

Contuvo ese impulso y le acarició la mano con delicadeza.
—Lo entiendo, y aprecio tu preocupación. Pero puedes confiar en mi juicio —dijo con voz suave, escondiendo el filo que amenazaba con asomar.

Evelin suspiró, dejando entrever una sonrisa leve, como si con esa respuesta se conformara.
—Está bien, si tú lo dices.

Gabriel asintió, manteniendo la compostura. Pero en su interior, las palabras de Evelin habían quedado clavadas como una astilla incómoda.

Ella permaneció un momento en silencio, aún con la mano de Gabriel entre las suyas. Sus ojos lo miraban con una intensidad que rozaba la devoción.
—A veces pienso que no entiendes lo especial que eres—susurró—. Todo lo que haces me inspira confianza.

Gabriel sostuvo su mirada sin parpadear. Por dentro, calculaba la manera de moldear aquella pasión en beneficio propio. Pero por fuera, se inclinó apenas hacia ella. Evelin no dudó. Con un impulso, se acercó hasta rozar sus labios con los de él.

El beso fue suave, pero ella lo vivió como una entrega absoluta. Gabriel correspondió lo suficiente, dejando que el contacto se prolongara unos segundos.

Lo que ninguno de los dos notó fue la silueta quieta detrás de la puerta entreabierta: la señora Weaver, observando en silencio. No intervino, ni hizo el menor ruido. Solo pensó que era lo adecuado. Si su nieta quería atrapar a Gabriel, aquel beso era un paso firme, uno hacia un futuro sólido.

Cuando se separaron, Gabriel lo hizo con lentitud. Le acarició el rostro con el dorso de los dedos y, con delicadeza le apartó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Eres demasiado dulce para mí —dijo en un murmullo, como quien confiesa una debilidad.

Evelin sonrió, los ojos humedecidos por la ilusión.
—Entonces quédate, Gabriel, porque no pienso dejar que te escapes.

Él sostuvo la sonrisa, perfecta en su ambigüedad.

Fue entonces cuando la puerta se abrió por completo y la señora Weaver entró, con paso sereno y voz cordial.
—He pedido que preparen el té. Así podremos charlar todos cómodamente.

—¡Gracias, abuela! —exclamó Evelin, levantándose para tomarle la mano y acercarla a ella.

La anciana la abrazó con ternura, acariciándole la espalda como lo hacía desde niña. Gabriel las observó, sonriendo con serenidad, como si compartiera aquel momento de afecto familiar. Aunque en realidad, veía en esa escena algo mucho más útil: la imagen de Evelin envuelta en el cariño de su familia, dispuesta a defenderla ante cualquiera.

….
El té fue servido en una mesa redonda cubierta por un mantel de lino marfil. La porcelana fina y los dulces recién horneados perfumaban el aire. Evelin, aún con la sonrisa encendida después del momento con Gabriel, se sentó a su lado, pegada a él como si quisiera subrayar la cercanía.

La señora Weaver ocupó el sillón frente a ambos. Sus ojos, curtidos por los años y la experiencia, se posaron en la pareja. Desde fuera, parecían un retrato perfecto: ella con la mano apoyada sobre la de él, él inclinándose apenas para escucharla, devolviéndole una sonrisa en el momento justo. “Se ven muy enamorados”, pensó, y la idea le pareció tranquilizadora.




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