Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 29

En la entrada de la residencia Whitaker, Gabriel bajó del coche apenas llevando la camisa mal abrochada, los dedos ocupados en sostener con firmeza su hombro adolorido. Caminaba despacio, con el gesto endurecido, mientras Marcos lo seguía unos pasos detrás, observando cada movimiento con atención contenida.

—Vamos a la biblioteca —dijo Gabriel, sin detenerse, con voz grave—. Prefiero hablar allí, con privacidad.

Al entrar, el silencio de la habitación los envolvió. Gabriel se dejó caer lentamente en un sillón, emitiendo un leve suspiro de alivio al descansar. Marcos, en cambio, fue directo a la bolsa que había traído de la droguería; sacó un frasco pequeño con un líquido ambarino y sirvió un poco en un vaso de cristal.

—Tómalo. Es para el dolor —dijo, entregandoselo.

Gabriel bebió sin protestar, frunciendo apenas el ceño ante el sabor áspero. Marcos, mientras tanto, volvió a la bolsa y sacó un pequeño tarro de ungüento de consistencia espesa. Lo destapó, y un aroma fresco, mentolado, impregnó el aire.

—También tengo esto. Hay que aplicarlo sobre el hombro, ayudará con la inflamación.

Gabriel con el entrecejo marcado por el dolor, habló con cierta dificultad:
—Hazme un favor, ¿Podrías aplicarlo tú?

Marcos asintió sin dudar, aunque por dentro una oleada de nervios lo recorrió de pies a cabeza. Sus manos, seguras al destapar el tarro, empezaron a sentirse extrañas, cargadas de la tensión que nuevamente experimentaba. Se inclinó hacia él, ayudándolo a quitarse la camisa. El roce del lino al deslizarse dejó la piel de Gabriel expuesta, tersa bajo la luz.

El corazón de Marcos latía con fuerza. Tenía frente a sí el hombro fuerte de Gabriel, enrojecido y sensible, y al posar la yema de sus dedos impregnada de ungüento, sintió mejor la calidez de su piel viva contra la suya. Tragó saliva, procurando mantener la compostura.

Con movimientos suaves, circulares, comenzó a frotar el bálsamo en la zona inflamada, cuidando de no presionar demasiado. Cada roce le provocaba un vértigo extraño, y la cercanía lo tenía en vilo. Sentía ansiedad, el pecho oprimido por un deseo que debía sofocar; el simple hecho de tocarlo le resultaba una prueba demasiado exigente, y cada segundo se volvía eterno.

Gabriel, ajeno a todo, mantenía los ojos entrecerrados, con la mandíbula tensa. Su mente estaba fija en un único pensamiento, que el dolor desapareciera de una vez. El alivio era lento, casi imperceptible, pero la presión cuidadosa de las manos de Marcos lo ayudaba a soportar mejor el malestar.

Dejó escapar un suspiro y habló con voz firme.
—Lo que hice hoy fue por tu lealtad, porque has demostrado una y otra vez que estás a mi lado, sin importar nada. No te lo mencioné antes porque no había espacio para dudas ni para discusiones: estaba decidido.

Marcos se tensó, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con el contacto físico, sino con la magnitud de aquellas palabras. Alzó la vista, con el ungüento todavía entre los dedos.
—No esperaba que me dieras ese lugar en el contrato —dijo al fin, incrédulo—. Nunca imaginé que ibas a ponerme allí.

Gabriel giró apenas el rostro hacia él, mirándolo con seriedad.
—Hacerte benefactor en caso de contingencias ha sido una decisión importante. Y la más correcta. —Inspiró profundo, pero su tono no cedió—. Confío más en ti que en nadie.

Marcos frunció el ceño, sorprendido, pero no bajó la voz.
—¿Entiendes lo que has hecho? Si mañana te pasa algo, todo lo tuyo recaerá en mí. No es solo un contrato, Gabriel. Este negocio resultará, y pasará a ser parte de tu vida.

—Lo sé —replicó él con serenidad cortante—. Y justamente por eso lo hice. Porque tú has estado desde el principio, porque jamás dudaría de que lo cuidarás como si fuera tuyo.

Un silencio espeso los rodeó. Marcos apartó un poco la vista, intentando ordenar lo que sentía.

Gabriel lo observó unos segundos y luego, con un gesto de la cabeza, indicó hacia el escritorio.
—Ve allí. Abre el cajón del medio. Al fondo encontrarás un legajo con un lazo azul.

Marcos obedeció sin cuestionar, se limpió las manos con un pañuelo y abrió el cajón. Apartó algunos papeles y dio con el lazo. Extrajo el legajo con cuidado y, al soltar la cinta, una pila de documentos perfectamente ordenados se desplegó ante sus ojos.

Comenzó a hojearlos, y sus facciones se tensaron. Eran escrituras, contratos de propiedad, registros legales: casas, terrenos, negocios, extensiones de tierra. Todo lo que conformaba el legado de Gabriel. Y allí, estampado en cada hoja, aparecía su nombre junto al de él.

—Son… son los documentos de todas tus propiedades —dijo con voz apenas audible, como si aún necesitara convencerse.

—De todas nuestras propiedades —lo corrigió Gabriel, con calma solemne—. Todo está a tu nombre y al mío.

Marcos pasó las hojas con manos firmes pero agitadas, la sorpresa reflejada en cada línea de su rostro.
—Aquí falta solo mi firma—murmuró—. Y en cuanto la estampe, la mitad de todo pasará a ser mía legalmente. Y si te ocurre algo… todo pasaría directamente a mi nombre. Gabriel, esto es… esto es lo que levantó tu padre.

—Soy plenamente consciente—respondió, aunque la sombra de la memoria se dibujaba en su rostro—. Y también sé que estuviste junto a él, ayudando a levantar cada piedra, cada negocio. Y lo que hemos logrado después, lo hemos hecho juntos. No sería justo que todo quedara solo en mis manos. La mitad te corresponde a ti.

Marcos apretó los documentos con fuerza, el peso de la verdad cayendo sobre sus hombros.
—Si tu padre estuviera vivo, ¿Qué diría de todo esto?

—Diría que hice lo correcto —respondió Gabriel con convicción absoluta—. Porque él confiaba en ti tanto como yo lo hago ahora.

El silencio era roto solo por el crujir de las hojas entre las manos de Marcos.

—¿Por qué ahora? —preguntó él, finalmente—. ¿Por qué justo ahora decides darme todo esto?




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