Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 30

Gabriel caminaba de un lado a otro por la habitación, las manos enlazadas tras la espalda, los pasos firmes que hacían crujir levemente la alfombra. Sus ojos brillaban con concentración, como si cada vuelta que diera sobre sí mismo le ayudara a acomodar las ideas.
Marcos, en cambio, estaba recostado en una silla, con la cabeza ladeada hacia atrás. Sus ojos seguían atentos a cada movimiento de Gabriel, como si temiera que el menor detalle se les escapara.

Habían repasado ya varias veces los puntos esenciales, pero ambos sabían que en un plan como aquel no había margen para la improvisación.

—Bien —comenzó Gabriel al detenerse frente a él—. Lo primero es preparar los poderes de los testaferros, nuestros supuestos “proveedores”.

Marcos arqueó una ceja y se acomodó un poco hacia adelante.
—Es decir, el escribano redactará que esos proveedores te delegan la gestión de sus cuentas, bajo el argumento de que te contrataron para manejar exclusivamente las operaciones de la sociedad y que todo se ejecute sin retrasos.

Gabriel asintió apenas, con esa chispa fría en la mirada.
—Correcto. Así tendré el control legal absoluto sobre cada cuenta.

Marcos dejó escapar un resoplido y agregó en tono más serio:
—Y así te podrás transferir parte del capital a las cuentas que abrí en los bancos pequeños.

—Exacto —replicó Gabriel, reanudando la marcha—. Luego viene el primer pagaré de Weaver.

Marcos se inclinó hacia adelante, el codo apoyado en la rodilla.
—Con eso documentamos su inversión inicial.

Gabriel esbozó una leve sonrisa de satisfacción.
—Y a continuación, el libro negro.

—El balance falso —murmuró Marcos, pasándose la mano por el cabello—. Yo lo elaboro: compras ficticias, transportes que nunca existieron, bodegas alquiladas solo en el papel… hasta honorarios de consultores que nadie verá jamás.

Gabriel se acercó unos pasos hacia él.
—Cada gasto justificará el desvío de dinero a los testaferros. Tú y yo revisaremos que todo encaje. Nada puede fallar.

Marcos le sostuvo la mirada, la voz más baja.
—Después vienen las facturas y los recibos falsos.

—Así es —asintió Gabriel, enumerando con una calma escalofriante—: contratos de transporte, comprobantes de bodegas, pagos de supuestos servicios. Todo armado para que parezca actividad real. Y los proveedores —esbozó una media sonrisa— también tendrán que mostrar movimiento en sus cuentas, aunque sea inventado.

Hubo un silencio breve, hasta que Marcos lo rompió con palabras cargadas de peso:
—El dinero de Weaver.

Gabriel no dudó.
—Una parte a la comandita, la fachada. El resto a los testaferros. Y de ahí, con los poderes que me firmen, el dinero pasa a mis cuentas. Todo amparado en contratos de servicios, préstamos e inversiones iniciales que yo mismo les “financié”. Weaver creerá que la rueda gira, pero el dinero será mío.

Marcos lo miró fijo, entre asombro y preocupación, y murmuró con gravedad:
—Tenemos que asegurarnos de que cada movimiento en el libro negro coincida con lo que pase en las cuentas. Si algo se descuadra, todo se viene abajo.

Gabriel se detuvo al fin, plantándose frente a Marcos, con las manos en los bolsillos y la mirada helada que expresaba cada vez que estaba seguro.
—Por eso no vamos a fallar… —luego prosiguió—. Ya estamos listos para seguir. Yo iré con el escribano a pedir que redacte los documentos. Tú encárgate de que los testaferros se presenten mañana sí o sí para firmar. Quiero que todo esté concluido lo antes posible.

Marcos lo observó en silencio unos segundos antes de inclinar apenas la cabeza.
—No te preocupes. Yo me encargo.

La tensión quedó suspendida en el aire como una certeza: ambos sabían que cada paso estaba calculado.

….
La noche comenzaba a caer, tiñendo de tonos azulados los ventanales de la estancia. En su habitación, Gabriel se encontraba frente al espejo, alisando con paciencia su cabello hasta quedar conforme. Su reflejo le devolvía la imagen de un hombre impecable, seguro, dueño absoluto de cada gesto. Una leve sonrisa de satisfacción asomó en sus labios.

Un golpe en la puerta interrumpió el silencio.

—Adelante —dijo, sin apartar la vista del espejo.

Marcos entró. Estaba vestido con la misma pulcritud y elegancia, su porte sólido y sobrio, como si también supiera que esa noche debía irradiar control y presencia. Caminó unos pasos, observando a Gabriel con una atención demasiado prolongada, y finalmente deslizó la mano en el bolsillo de su saco.

—Traje algo para ti —comentó con naturalidad.

Sacó un pañuelo de seda oscuro, apenas iluminado por un sutil brillo al desplegarse bajo la luz. Lo extendió hacia él.
—El color resalta mejor con tu traje. Un detalle… nada más.

Gabriel lo tomó sin dudar, mirándolo unos segundos antes de asentir.
—Bien elegido —respondió con calma, doblándolo con precisión y colocándolo en el bolsillo de su chaqueta. Luego se giró hacia Marcos, como si con ese simple gesto lo aprobara también a él—. Ahora sí. Estamos listos.

….
El carruaje avanzaba por las calles que comenzaban a iluminarse tenuemente por los faroles. En el interior, Gabriel se había recostado con un aire de comodidad calculada, aunque sus ojos permanecían fijos en Marcos.

Lo observaba en silencio, deteniéndose en los detalles: la firmeza de su porte, la manera impecable en que la ropa realzaba sus facciones, la serenidad que transmitía. “Se ve atractivo” pensó.

Marcos notó la mirada sostenida. Giró apenas el rostro hacia él, inquisitivo, aunque no dijo palabra.

Entonces Gabriel sonrió, rompiendo el silencio con voz clara.
—Ahora sí, te ves muy elegante. Muy atractivo, de hecho. Seguro dejas a varias señoritas suspirando esta noche.

El comentario, directo y sereno, impactó en Marcos como un golpe suave pero profundo. Una calidez contenida lo recorrió, y aunque su expresión se mantuvo controlada, sus ojos brillaron con una chispa distinta.




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