Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 31

Evelin estaba tan entretenida en la conversación con el grupo de invitados que apenas reparaba en nada más. Sus gestos delicados y la sonrisa siempre en su lugar mantenían cautivados a quienes se encontraban alrededor, y Gabriel, a su lado, parecía disfrutar de la atención que les brindaban.

Entre brindis y comentarios amables, se inclinó un poco hacia él, haciéndole una seña sutil con la mirada: necesitaba apartarse. Gabriel entendió al instante y, con un leve gesto de la mano, le concedió la libertad.

Ella se deslizó entonces entre los invitados, buscando a Clara. Sabía que estaba con Marcos, pero no tardó en sospechar que probablemente la habría dejado sola. Sus pasos se detuvieron cuando lo encontró; Marcos estaba rodeado de un grupo de caballeros que reían con estruendo ante alguna ocurrencia suya. Apretó los labios, confirmando lo que ya intuía: él, desubicado, fue incapaz de cumplir con una mínima cortesía.

Al seguir con la vista descubrió a Clara. Estaba sentada en un sillón, hablando con un caballero. La observó detenidamente, su prima reía de una manera que rara vez le había visto, con un brillo en los ojos que la hacía parecer distinta, casi transformada. La vio tan animada que decidió no interrumpir.

Entonces, su mirada regresó hacia Gabriel. Desde la distancia lo contempló, tan erguido, tan seguro, tan elegante, destacando entre los demás. Un calor recorrió su espalda; era dichosa de tenerlo, de poder llamarlo suyo. La atracción que sentía por él era tan fuerte que por un instante la envolvió con un estremecimiento íntimo.

Pero el hechizo se rompió pronto. Su vista volvió a posarse en Marcos, que se despedía de los caballeros con un apretón de manos y una sonrisa fácil. Evelin entrecerró los ojos, era su oportunidad. Iba a acercarse, a dejar en claro que no era el ser oscuro que él había osado insinuar.

Se abrió caminó entre la gente con pasos firmes, mientras Marcos, al verla venir, reprimía una mueca. “¿Y ahora qué quiere?” pensó, disimulando con una sonrisa ligera hacia quienes lo saludaban al pasar.

“Ah, claro… el mal siempre encuentra la manera de acercarse.”

Evelin se detuvo a su lado. No se miraron, se limitaron a quedarse juntos, de pie, observando hacia el frente. Fingían sonrisas corteses mientras algunos invitados les dedicaban breves saludos. Ambos parecían dos figuras de porcelana, impecables y distantes.

Sin girar el rostro, ella habló en voz baja, con el tono frío de quien está convencida de tener razón.
—Yo sé ocuparme de mí misma, señor. Y al mismo tiempo tengo ojos suficientes para notar las malas intenciones de quienes creen que pueden manipular a Gabriel.

Marcos, también mirando al frente, levantó su copa para devolver el saludo a un caballero que le sonreía desde lejos. Su voz sonó relajada, aunque cargada de filo:
—Qué curioso… yo pensaba lo mismo, pero sobre alguien que no soy yo.

Evelin mantuvo la vista fija al frente, con la sonrisa justa para responder a un saludo.
—Tú juegas a ser encantador —murmuró—, pero yo no me dejo engañar. Te conozco demasiado bien.

Marcos inclinó apenas la copa, como brindando a la distancia con alguien que lo observaba.
—¿Ah, sí? Entonces dime, ¿qué es lo que conoces? —su voz sonó tranquila—. ¿Que no me aparto de Gabriel? ¿Que siempre estoy ahí? Eso no es un secreto, señorita.

Ella apretó la mandíbula sin perder la compostura.
—Lo que sé —respondió— es que te escondes detrás de una lealtad fingida. Un día tu juego va a quedar al descubierto.

Marcos sonrió para un invitado que pasaba cerca, y en ese mismo gesto dejó escapar la réplica.
—Y yo sé, que detestas que alguien esté más cerca de él de lo que tú jamás conseguirás.

Evelin sintió un pinchazo de furia bajo la piel, pero respondió con una calma estudiada.
—Lo único que me molesta es ver cómo abusas de la bondad de Gabriel. Él cree que eres indispensable, y tú te aprovechas.

Marcos giró apenas el rostro, lo justo para que su sonrisa siguiera visible a los demás, pero su voz descendió en tono grave.
—No quiero ser el bonachón de esta historia, Evelin. No me interesa caerte bien a ti ni a nadie. Solo me importa él.

Ella tragó saliva, encendida por la mezcla de rabia e impotencia. Ambos continuaron saludando con sonrisas impecables a los invitados que se acercaban, mientras el veneno de la conversación seguía ardiendo bajo esa fachada de cordialidad.

Marcos bebió un sorbo de vino, apenas el justo para cubrir el filo de su comentario:
—Si hay algo que debo admitir, me impresiona de hecho, es tú teatro de las últimas semanas. Yendo a la casa a “estudiar” con Gabriel… —se inclinó un poco, todavía mirando al frente, saludando a un caballero que pasaba—. Todos sabemos que no es nada más que una excusa para no quedar como una ridícula cuando él descubra lo poco que entiendes de la vida real.

Evelin sonrió para una dama que la saludaba, y con esa misma sonrisa respondió entre dientes.
—Tal vez me subestimes, Marcos. Aprender de Gabriel no me convierte en ridícula, sino en alguien que sabe aprovechar las oportunidades.

Él soltó una risa breve, seca, casi inaudible.
—En serio, ¿crees que me vas a convencer con manipulaciones tan baratas?

—No necesito convencerte de nada —contestó ella, sin dejar de aparentar compostura—. Lo único que me importa es estar a la altura de Gabriel. Y eso es algo que tú jamás podrás impedir.

Marcos inclinó la cabeza y murmuró con dureza apenas contenida.
—Puedes fingir lo que quieras, Evelin. Pero tarde o temprano, todo esto que haces se caerá.

Ella mantenía la sonrisa impecable para disimular la punzada de rabia que le había provocado.

A pocos metros, Gabriel los observaba con atención. Había seguido sus movimientos con la mirada, preparado para interponerse si la tensión subía demasiado. Sin embargo, al ver que ambos mantenían la máscara de cordialidad, respiró con alivio.




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