La noche estaba bien entrada cuando el carruaje avanzaba por las calles silenciosas rumbo a la residencia Whitaker. Dentro, apenas iluminados por la tenue luz, Gabriel y Evelin se entregaban a besos ardientes, como si el trayecto no fuera más que una excusa para devorarse. Sus labios se buscaban sin tregua, y cada roce de boca despertaba un fuego que amenazaba con consumirlos en ese espacio reducido.
Antes de llegar, sin embargo, ambos se separaron, respirando agitados. Evelin acomodó con rapidez un mechón de su cabello y Gabriel alisó la solapa de su chaqueta, como si quisieran borrar de un instante todo rastro de esa fiebre. Cuando el carruaje se detuvo y descendieron, su compostura era impecable, como si nada hubiera sucedido entre ellos.
Al cruzar el umbral de la mansión, Gabriel no perdió tiempo. Tomó la mano de ella con firmeza y la condujo hacia el interior, con pasos largos y decididos. Había en su semblante una seriedad contenida, pero sus ojos ardían de un deseo apenas domado. Parecía luchar por mantener la compostura, aunque cada fibra de su cuerpo rogaba rendirse a la urgencia.
Evelin, divertida, lo siguió con una risa ligera, impresionada por esa ansia que lo hacía casi perder su habitual control. Le complacía verlo así: el hombre calculador y duro, por momentos arrastrado por una pasión que ella misma despertaba. Esa pequeña sensación de poder sobre él la llenaba de satisfacción.
Llegaron a la habitación de Gabriel y, apenas la puerta se cerró tras ellos, él la atrapó con la mirada, intensa y abrasadora, como si ya la desnudara con los ojos. Por un instante, recordó que Evelin nunca había estado con un hombre. La idea lo encendió más, una mezcla de deseo y de posesión que le endureció la respiración.
Se acercó un poco, su voz grave quebró el silencio:
—Tocarte no es solo un deseo, Evelin. Es un anhelo que solo puedo cumplir si tú lo pides.
Ella no bajó la mirada, al contrario, dio un paso más hacia él, lo bastante cerca como para que el calor de sus cuerpos se mezclara. Sus ojos brillaban con un desafío sensual, consciente de que ese poder, el de provocar al hombre más implacable que conocía, estaba en sus manos.
Con una sonrisa lenta, Evelin deslizó un dedo por el pecho de Gabriel, siguiendo la línea de los botones hasta detenerse justo en el borde de la tela.
—¿Crees que no sé lo que despierto en ti? —susurró, con una seguridad sorprendente—. ¿Crees que vine aquí solo a charlar, Gabriel?
Él aspiró hondo, tratando de conservar el control, aunque la provocación la sentía como un incendio directo en la piel.
Evelin inclinó la cabeza, rozando sus labios contra la comisura de los de él sin besarlo del todo, apenas un roce que lo enloquecía.
—Quiero sentirlo todo —dijo, con un tono bajo y cargado de intención—. Quiero que esta noche me tomes como si me pertenecieras, como si no existiera nadie más allá de estas paredes.
La respiración de Gabriel se volvió pesada, la contuvo un instante y luego sonrió con esa expresión oscura y decidida que siempre precedía a sus actos más firmes. Apartó un poco su rostro del de ella.
—Eres más osada de lo que pensaba —murmuró, sujetándole la barbilla con firmeza, obligándola a mantener la mirada fija en la suya—. Y voy a complacerte… pero recuerda: yo marco el ritmo.
Se quedó en silencio un momento y continuó:
—Tan atrevida…. ¿Y tan dispuesta a ofrecerte sin pensar en lo que eso significa?
Evelin solo sostuvo la mirada, respirando agitada, como si cada palabra de él la atravesara y la incendiara más.
Él sonrió, deslizando lentamente su mano hasta el cuello de ella, cerrando la presión lo justo para recordarle quién tenía el poder en esa habitación.
—Tú juegas a provocarme, pero recuerda que cuando decido tomar algo, lo hago por completo. Sin medias tintas.
Ella rió suave, como fascinada por esa amenaza velada.
—Eso es exactamente lo que quiero.
Gabriel inclinó su rostro, rozando sus labios contra la oreja de Evelin, bajando después por la línea de su cuello con un aliento ardiente, sin besarla del todo. Se detuvo justo en el hueco de su clavícula, dejando que la impaciencia la devorara.
—Aprenderás —susurró, casi con crueldad— que no siempre obtienes las cosas cuando las pides. A veces debes esperar… y rogar.
Evelin gimió apenas, atrapada entre el deseo y el vértigo de esa espera. Quiso besarlo, pero Gabriel apartó el rostro a propósito, negándole el contacto.
—Dime —ordenó él, con voz grave—. ¿Cuánto lo deseas?
Ella sonrió, atrevida, dejando que su respiración entrecortada le delatara:
—Más de lo que debería, y tú lo sabes.
Entonces, Gabriel la hizo caminar pasos atrás hasta apretarla contra la pared, dominando la distancia, aunque todavía sin rendirse al beso que ella le imploraba con la mirada.
Él no se dejó arrastrar por la urgencia que ella intentaba imprimir en cada movimiento. Al contrario, cuanto más lo buscaba ella, más lento se volvía él.
De un momento a otro, su mano descendió por el brazo de Evelin con un roce calculado, hasta atraparla por la muñeca y alzarla suavemente contra el muro. La sostuvo allí, inmóvil, mientras con la otra mano trazaba un camino provocador desde su cintura hasta el borde.
—Crees que tienes poder sobre mí solo porque sabes encenderme con una mirada —murmuró, rozando apenas sus labios sobre los de ella, pero sin besarlos—. Pero aquí… —apretó su muñeca con firmeza— …la única voluntad que cuenta es la mía.
Evelin se estremeció, jadeando, atrapada entre el deseo y la sumisión.
—Entonces hazlo —susurró desafiante, con un hilo de voz.
Gabriel rió bajo, seguro de sí mismo.
—¿Tan pronto? No, pequeña… todavía no.
La soltó de improviso, solo para verla sorprenderse, todavía le cerraba el paso con su propio cuerpo, sin tocarla del todo, solo dejando que sintiera el calor y la presión de su cercanía.
—Mírame —ordenó, tomando su mentón otra vez—. No vas a recibir nada hasta que lo pidas como corresponde. Quiero escucharte.