Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 37

Evelin estaba de pie frente al espejo, ajustando el lazo de su vestido con un leve toque de impaciencia. Se giró, tomó su bolso y respiró hondo antes de dirigirse hacia la puerta. Justo cuando estaba por abrirla, escuchó la voz firme de su abuela detrás de ella.

—Evelin.

La joven se detuvo, cerrando los ojos un instante antes de volverse. La señora Weaver, erguida como siempre, la miraba con esa mezcla de severidad y cuidado que usaba con ella desde niña.

—Recuerda lo que hablamos —dijo en tono grave—. Tienes solo tres horas. Quiero que regreses puntual. Ni un minuto más.

Evelin apretó el bolso contra su costado, arqueando las cejas con visible molestia.
—¿Tres horas nada más? ¡Abuela, eso es demasiado poco! Apenas me alcanza para llegar, hablar dos palabras y regresar.

—Es tiempo suficiente para lo que tienes que hacer —replicó la señora Weaver, implacable—. Y no olvides: si llegas tarde, reconsideraré tus salidas. No te lo repetiré dos veces.

Evelin frunció los labios, cruzándose de brazos como si fuera una niña a la que le estaban imponiendo un castigo.
—Me tratas como si fuera incapaz de cuidar de mí misma —murmuró con un dejo de rabia contenida.

—No es incapacidad, Evelin. Es prudencia —respondió la anciana, sin suavizar el tono—. Y más te vale que me hagas caso.

Hubo un silencio breve. Evelin desvió la mirada hacia la puerta, con el corazón apretado por la sensación de estar vigilada. Finalmente, suspiró y asintió con desgano.
—Está bien… regresaré en tres horas.

La señora Weaver la sostuvo con la mirada un instante más, hasta asegurarse de que sus palabras habían calado. Luego, con un leve movimiento de cabeza, le indicó que podía irse.

Evelin giró sobre sus talones, murmurando apenas audible:
—Parece que nunca voy a dejar de ser una prisionera…

Y con ese pensamiento, salió rumbo a la casa de Gabriel.

….
Apenas Gabriel abrió la puerta, Evelin prácticamente se lanzó sobre él, atrapándolo en un beso.

—Tengo pocos minutos antes de tener que volver —murmuró contra sus labios, apremiante.

Gabriel soltó una risa baja por la situación, atrapado entre la sorpresa y la diversión.
—¿Y así me recibes? —preguntó con ironía, mientras ella volvía a besarlo con más fuerza.

—Estoy deseosa… —susurró Evelin, sin dejarlo respirar.

Él sonrió contra su boca, divertido por ese arrebato. No tuvo tiempo de añadir nada más; Evelin lo tomó de la mano y lo arrastró con decisión hacia su habitación. Gabriel dejó que lo guiara, riéndose para sí ante el descaro de ella, pero claramente entretenido con el atrevimiento.

Minutos después, los ecos de su entrega llenaban la habitación. La pasión se consumía sin reservas, hasta que finalmente, exhaustos, quedaron entrelazados.

Gabriel se incorporó primero, abrochándose la camisa con calma, mientras Evelin, todavía un poco agitada, se peinaba el cabello con los dedos frente al espejo. De pronto, algo en la repisa llamó su atención. Una rosa, perfectamente colocada en un pequeño jarrón de cristal. Evelin entrecerró los ojos, curiosa, y la tomó entre sus dedos.

—¿Y esto? —preguntó, volviendo la mirada hacia Gabriel.

Él terminó de ajustarse el puño de la camisa, y en un movimiento lento pero firme, se acercó a ella y le arrebató la flor de las manos. Sus ojos brillaban con ese fulgor posesivo que lo caracterizaba.

—Es solo un regalo —dijo con naturalidad, aunque el gesto dejaba claro que no toleraba que tocaran sus cosas sin permiso. Luego arqueó una ceja y, con tono burlón, añadió— ¿Acaso estás celosa?

Evelin soltó una breve carcajada, negando con la cabeza.
—No… —respondió, rozando sus labios con una sonrisa confiada—. Estoy segura de que eres solo mío.

Gabriel la observó un instante, divertido por esa seguridad, y dejó escapar una risa grave.
—Tienes razón. —Devolvió la rosa a su lugar en la repisa, como si marcara un límite invisible.

Entonces volvió hacia ella, la tomó por la cintura y la besó con firmeza antes de separar sus labios y decir:
—Vamos, será mejor bajar. No querrás que se te haga tarde.

Evelin suspiró, resignada, pero lo siguió con una última mirada de deseo.

Mientras bajaban juntos por la escalera, una de las sirvientas apareció apresurada desde el pasillo lateral.

—Señor Gabriel, disculpe la interrupción, pero llegó un mensajero con un sobre importante. Lo he dejado en la biblioteca.

Gabriel alzó una ceja, chasqueando la lengua con ligera molestia.
—Claro… siempre tienen un don para elegir el momento justo. —Se volvió hacia Evelin, rozándole el brazo—. Espérame aquí un segundo, no tardó.

Evelin asintió con un gesto resignado y lo vio dirigirse hacia la biblioteca junto con la sirvienta. Quedó sola en el descanso de la escalera, alisándose distraídamente el vestido. Entonces, oyó pasos descendiendo desde arriba.

Una joven bajaba con aire despreocupado, moviendo las caderas con la gracia ensayada de quien sabía atraer miradas. Evelin la examinó de arriba abajo; el vestido era demasiado ajustado, demasiado provocativo para ser el de una visita respetable. No necesitaba más que una mirada para intuirlo: prostituta.

Evelin arqueó una ceja, mirándola con evidente desprecio.
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó en un tono seco.

Ivy se detuvo a medio tramo, inclinando apenas la cabeza con una sonrisa insolente.
—Soy una visita, nada más.

Evelin entrecerró los ojos, cruzando los brazos con lentitud.
—Déjame adivinar… ¿de parte de Marcos?

—¿Algún problema con eso? —replicó Ivy, desafiante.

Evelin bufó una risa irónica, dejando que el veneno se deslizara en sus palabras.
—No, ninguno. Ahora entiendo por qué necesita dinero.

Ivy frunció el ceño apenas, aunque su voz salió firme.
—Ten cuidado con lo que insinúas. Marcos no es como crees.

—Claro que no —replicó Evelin con sorna—. Un hombre decente no estaría gastando en esto.




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