Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 38

Apenas desvió la mirada, Gabriel notó el sobre que había dejado en la mesa antes de sujetar a Evelin durante el altercado. Lo recogió con calma y, sin prisa, caminó hacia su despacho. El silencio de la casa se sentía espeso, casi como si aún conservara ecos de aquella disputa.

Se sentó detrás de su escritorio, a punto de abrir aquella carta cuando llamaron a la puerta.
—Adelante —dijo, sin apartar la vista del papel.

Marcos asomó la cabeza y luego entró con paso despreocupado. Gabriel levantó la mirada hacia él.

—Por si te interesa saberlo Ivy está bien —comentó Marcos con un deje de ironía, aunque sus ojos cargaban una chispa sería—. Apenas se le notaba la marca.

Gabriel no respondió; simplemente apoyó el sobre sobre la mesa, mirándolo como si no hubiera oído nada.

Marcos suspiró y se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio.
—La conocida mezquindad humana —murmuró, sacudiendo la cabeza con gesto resignado.

Gabriel arqueó una ceja, esbozando una sonrisa apenas visible.
—Aun así, diría que Evelin salió victoriosa. Su cachetada fue el cierre perfecto.

Marcos soltó una risa breve.
—¿Victoriosa? No, no, amigo mío. Ivy la acorraló desde el primer instante. Evelin solo se defendió como pudo.

—Un golpe certero puede inclinar la balanza —replicó Gabriel, divertido, recostándose en su asiento.

—O demostrar desesperación —corrigió Marcos con tono pícaro, cruzando los brazos.

Ambos se miraron un instante y luego rieron, cada uno defendiendo con obstinación su propio bando.

—Lo quieras admitir o no, la que ganó fue Evelin —insistió Gabriel, alzando la barbilla con gesto orgulloso.

—Por favor —replicó Marcos, rodando los ojos—. Si no hubiera sido por esa cachetada a traición, Evelin se habría quedado muda. Ivy la estaba dejando en ridículo con cada palabra.

—¿Ridículo? —Gabriel sonrió con sorna—. Vi a Ivy temblar cuando Evelin levantó la mano.

—No era miedo, era furia contenida. Si no la detenía, esa sí que habría sido la verdadera victoria —Marcos hizo un gesto con la mano, como si escenificara el momento en que Ivy se lanzaba contra su rival.

Ambos rieron de nuevo, imaginando versiones exageradas del enfrentamiento, hasta que Gabriel, aún divertido, entornó los ojos y su voz adquirió un tono más serio:
—Pero lo digo en serio, Marcos. No quiero volver a ver a esa mujer aquí.

La sonrisa de Marcos se desvaneció lentamente.
—¿Por qué no? —reprochó—. Yo también merezco tener mis visitas, Gabriel. No todo tiene que girar en torno a tus reglas.

Gabriel lo miró fijo, la firmeza en su rostro contrastando con el tono más ligero que habían compartido segundos antes.
—Sí, mis reglas. Porque esta es mi casa. Y bajo este techo, yo decido quién entra y quién no.

Marcos apretó la mandíbula, molesto.
—No es justo. Yo también vivo aquí, no soy un invitado al que puedes mandar y traer a voluntad.

—Entonces deja de complicar las cosas —replicó Gabriel con dureza, inclinándose hacia adelante—. Si necesitas desahogarte, ve a un burdel como cualquier otro. Allí nadie preguntará nada. Pero no vuelvas a traerla aquí.

El silencio se extendió entre ambos, pesado, hasta que Gabriel se recostó en su asiento y tomó el sobre que aún reposaba sobre la mesa. Con un gesto pausado lo abrió, desplegó el contenido y lo leyó. Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—¿Y eso? —preguntó Marcos con curiosidad, inclinándose un poco hacia adelante.

—Una invitación de Lord Whitcombe —anunció Gabriel, dejando entrever el papel para que Marcos pudiera leer el encabezado—. Una fiesta privada. Quiere conocernos.

Los ojos de Gabriel brillaban de entusiasmo.
—En París.

Marcos abrió la boca, sorprendido.
—¿En París? Eso suena interesante.

—Interesante, no —corrigió Gabriel con una chispa en la voz—. Suena magnífico. Es el tipo de puerta que, una vez abierta, no se vuelve a cerrar.

Marcos sonrió, aunque torció un poco la boca.
—Sí, magnífico… salvo por lo de “fiesta”. Yo habría preferido algo más formal, una reunión privada, negocios cara a cara. No me agradan los salones llenos de gente pretendiendo ser algo que no son.

Gabriel soltó una carcajada suave.
—Siempre tan reacio a las fiestas, Marcos. Y sin embargo, cada vez que te arrastro a una, eres el alma de la velada.

Marcos negó con la cabeza, divertido pero resignado.
—Eso es porque soy encantador, no porque disfrute de esos espectáculos de máscaras y copas alzadas.

—Entonces será mi regalo para ti —replicó Gabriel con ironía—. Un viaje a París, con todo el fastidio de la alta sociedad incluido.

Ambos se miraron un instante y terminaron riendo de nuevo, cada uno con sus propias expectativas de lo que les aguardaba en la ciudad de la luz.

….
Evelin cerró con cuidado la puerta, conteniendo hasta el mínimo chirrido. Se deslizó por el vestíbulo con pasos de pluma, el corazón golpeando al ritmo de la culpa. Cuando apoyó un pie en el primer peldaño de la escalera, una sonrisa de triunfo le iluminó el rostro: había conseguido llegar sin ser descubierta.

Subió unos escalones más, ligera, casi segura de su victoria.

—¿De verdad creías que no te vi entrar?

Se detuvo en seco, el cuerpo helado. Giró lentamente y ahí estaba su abuela, firme en el umbral del salón principal, con los brazos cruzados y la mirada severa que la atravesaba como un puñal.

—Abuela yo… —intentó Evelin.

La señora Weaver levantó la mano para silenciarla.
—Te lo advertí. Ni una hora más, ni un minuto más. Has vuelto tarde, Evelin. No verás al señor Whitaker por una semana.

El color se le subió al rostro a Evelin de inmediato.
—¡No puedes hacerme esto! —protestó, bajando un par de escalones con rabia—. No soy una niña para que me pongas horarios como si fuera una prisionera.

La señora Weaver no se inmutó.
—Entonces aprende a ser responsable como una mujer hecha y derecha. Las reglas existen para formarte, no para complacerte.




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