Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 50

El carruaje avanzaba por las calles húmedas, la llovizna había comenzado hace varios minutos, y el silencio se había instalado entre ambos desde que salieron del hotel. El aire frío que entraba por la rendija de la ventanilla movía apenas el cabello de Marcos. Gabriel iba sentado frente a él, con los brazos cruzados y la mirada perdida en algún punto fuera del coche, como si la ciudad entera le resultara prescindible.

En Marcos, la imagen de Gabriel leyendo el libro sin permiso seguía latiendo como una quemadura reciente; y al observarlo, la rigidez y expresión que notaba en él le devolvía un pensamiento incómodo: le molesta porque Héctor es como yo…

El lugar se volvió demasiado estrecho para los dos.

Marcos suspiró fuerte, como si buscara romper un cristal invisible.
—¿Vas a seguir así todo el camino? —su voz sonó más cortante de lo que planeaba, pero no se corrigió.

Gabriel apenas giró el rostro, lento, sin responder. Sus ojos eran una sombra honda.

Marcos chasqueó la lengua, inquieto.
—Si algo te pasa, podrías decirlo —agregó—. No soy adivino.

Gabriel sostuvo la mirada unos segundos. Luego volvió a girarse hacia la ventanilla.
—No pasa nada.

—Claro —respondió Marcos, ladeando la cabeza con una sonrisa irónica—. Nada, excepto que desde anoche me mirás como si hubiese cometido una falta grave.

Gabriel frunció el ceño, pero no replicó.

—¿O es que hablar con Héctor es demasiado escandaloso para tu moral impecable? —soltó Marcos, sintiendo cómo le ardía el estómago.

El comentario logró que Gabriel lo mirara, esta vez con una mezcla de irritación y sorpresa contenida.
—No digas estupideces.

—Entonces dime qué es —replicó Marcos, sin bajar la mirada—. Porque parecés más molesto por con quién hablé que por cualquier otra cosa.

El carruaje giró una esquina, y el traqueteo golpeó el silencio entre ellos. Gabriel no respondió.

Marcos sintió que el corazón le golpeaba el pecho con bronca.
—¿Te incomoda que alguien como él se me acerque? ¿O te incomoda lo que él es?

Las palabras quedaron suspendidas entre ambos como un filo.

Gabriel apartó la mirada apenas un segundo, como si buscara una respuesta.
—No es por lo que él es —soltó finalmente, con firmeza medida.

Marcos lo miró incrédulo.
—¿Ah, no? Porque pareciera exactamente eso.

—No tergiverses —murmuró Gabriel, con el ceño fruncido—. No tengo por qué explicarte cada cosa que…

—Claro que sí —lo interrumpió Marcos, alzando la voz—. Porque me estás juzgando por algo que callas.

Gabriel lo miró fijo, los ojos tensos y las manos entrelazadas.
—No me gusta que confíes tan rápido en alguien que apenas conocés.

Marcos soltó una risa fingida.
—¿Es en serio? ¿Eso es todo? ¿O es más fácil decir eso que admitir que te molesta lo que él es?

Gabriel apretó la mandíbula.
—No estoy juzgando su vida íntima.

—¡Pero lo estás haciendo conmigo! —explotó Marcos, inclinándose hacia él—. ¿Qué diablos te pasa, Gabriel? ¿Tenés idea de lo que estás insinuando sin decirlo?

Gabriel lo miró como si esas palabras lo hubieran empujado contra un muro invisible.
—No me hables en ese tono —advirtió, subiendo la voz apenas un escalón.

Marcos no se achicó.
—Te hablo así porque estás siendo injusto.

Hubo un silencio duro. Gabriel respiró hondo, como si contara hasta diez por dentro, y cuando habló de nuevo su voz había bajado.
—No es por lo que él hace puertas adentro. Es por lo que quiere de ti.

—¿Y qué importa lo que quiera él? —replicó Marcos, igual de tenso—. ¿Por qué te afecta tanto?

Gabriel apretó los labios, como si acabara de pisar una trampa que él mismo armó.
—Porque no sabe cuál es tu lugar —dijo al fin, con una frialdad que apenas contenía algo más caliente debajo.

Marcos lo miró como si esa frase le hubiese cruzado el pecho.
—¿Mi lugar? —repitió, dolido, incrédulo, furioso y herido a la vez—. ¿Y según tú cuál es mi lugar?

Gabriel sostuvo su mirada, pero su respuesta salió más áspera de lo que pretendía.
—No necesito justificarme contigo. Si te lo advierto es porque veo algo que tú no. Pero si quieres ignorarlo, hazlo… luego no digas que no te lo advertí.

Marcos entrecerró los ojos, sintiendo cómo el enojo le subía a las mejillas.
—¿Advertirme de qué, exactamente? —espetó—. ¿De que alguien me muestra interés? ¿De que alguien me habla sin tratarme como si fuera tu sombra? ¿O es simplemente que te disgusta pensar que puedo elegir con quién estar sin pedirte permiso?

Gabriel negó con la cabeza y se inclinó hacia atrás, con esa frialdad que usaba cuando algo lo desbordaba.
—Ya basta con esta discusión —dijo, golpeando cada palabra con contención—. No pienso seguir hablando si vas a tergiversarme todo.

Marcos soltó una risa seca.
—Claro, porque cuando no puedes controlar la conversación, la terminas. Siempre lo mismo contigo.

El carruaje siguió avanzando y ninguno volvió a hablar, aunque los dos tenían mucho más que decir.

Cuando se detuvieron frente a la estación, la lluvia golpeaba un poco más fuerte. El cochero abrió la portezuela y una ráfaga de aire frío entró de golpe, mojando incluso el borde de los asientos.

Marcos salió primero, todavía molesto, con los hombros tensos. Apenas puso pie en el empedrado mojando su calzado perdió terreno. Sin tiempo de sostenerse, terminó sentado de golpe en un charco oscuro que salpicó hasta sus muslos.

—¡Por todos los demonios! ——maldijo entre dientes, con más bronca que vergüenza.

Gabriel bajó detrás de él, aún irritado, pero la escena lo dejó entre exasperado y resignado. Se acercó y le tendió la mano, mojándose sin importarle.

—Eres increíble —gruñó, como si no supiera si reírse o ahorcarlo.

Marcos, empapado y con los dientes apretados, tomó su mano para incorporarse. Pero Gabriel, en un impulso mezcla de fastidio, cariño reprimido y ganas de romper algo del mal clima, le dio un leve tirón hacia adelante, como queriendo embarrarlo más. Marcos reaccionó al instante, lo jaló de la muñeca con brusquedad y Gabriel perdió el equilibrio.




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