La luz de media mañana entraba al comedor, lo suficiente para dorar el mantel y despertar el olor del café recién hecho. Marcos estaba sentado solo en la mesa, con una taza entre los dedos y varios documentos extendidos delante de él. Leía en silencio, hojeaba, marcaba algo y volvía atrás una línea. No tenía prisa, pero su ceño estaba ligeramente fruncido.
Apoyado en el marco de la puerta, Gabriel lo observaba desde hacía unos segundos. Quieto, con los brazos cruzados, el cabello todavía algo revuelto como si se hubiese levantado no hacía mucho. No dijo nada al principio, solo lo miró, como tanteando el humor de su compañero. Marcos, sin levantar la cabeza, ya lo había advertido.
—No bajaste a cenar anoche —dijo por fin Gabriel, sin moverse.
Marcos levantó la mirada solo lo justo para encontrarlo.
—Estaba Evelin —respondió con llaneza—. Si bajaba, terminaríamos peleando o la mandaba al demonio, y te hubieras irritado. Mejor evitar el espectáculo.
Sin esperar reacción, volvió la vista a los papeles.
Gabriel apretó ligeramente la mandíbula antes de hablar otra vez, despacio.
—Hubieras bajado igual. No es costumbre tuya desaparecer para evitar una pelea.
Marcos giró uno de los documentos con la mano, sin sonreír.
—No desaparecí. Solo me ahorré el disgusto… y a ti también.
Gabriel entró del todo al comedor y se acomodó en una silla frente a él.
Marcos seguía hojeando los papeles, sin alzar la mirada.
—Tenemos que revisar los números del libro mayor y los gastos del último trimestre —dijo, dándole vuelta a una hoja.
Gabriel lo observaba en silencio, con los codos apoyados en la mesa. Apenas Marcos terminó la frase, habló.
—Lamento lo de ayer.
Marcos no reaccionó. Pasó otra hoja, marcó algo con un lápiz y siguió.
—Y también hay que cruzar esto con los pagos de suministros. El desglose de abril no llegó completo.
Gabriel suspiró suavemente, como quien se arma de paciencia.
—Voy a procurar ser más discreto. O al menos más callado.
Marcos levantó la mirada de golpe, incrédulo y molesto a la vez.
—Eso debiste pensarlo desde un principio —le espetó, sin subir demasiado la voz, pero con filo.
Gabriel sostuvo su mirada con una mezcla extraña entre ironía y honestidad cansada.
—Lo pensé. Pero no me importaba —respondió—. Hasta que te escuché golpear la puerta como si quisieras derribarla.
Marcos apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Gabriel lo observaba como si tratara de medir cuánto podía decir sin que estallara.
—No quise faltarte el respeto —agregó, esta vez sin dobles intenciones ni tono jocoso.
Marcos volvió la vista a los papeles como si la conversación jamás hubiera ocurrido. Pasó una hoja, hizo una anotación breve y dijo sin mirarlo:
—Para el balance tendremos que pedir las facturas originales.
Gabriel lo sostuvo con la mirada, sin moverse.
—Marcos, te estoy hablando —su paciencia parecía acabarse, pero se contenía.
—Y yo estoy trabajando —respondió él, seco, sin alzar los ojos.
Gabriel cambió levemente el tono, más bajo, más directo.
—Puedes ignorarlo si quieres, pero no voy a fingir que no golpeaste mi puerta como si fuera un delito lo que hacía.
Marcos soltó el lápiz con un chasquido leve y lo miró por fin, molesto.
—¿Y no es curioso —dijo con una media sonrisa amarga— cómo corriste hacia ella apenas la viste? Parecías aliviado, casi feliz.
El comentario quedó suspendido entre ambos. Gabriel no parpadeó.
—¿Eso te inquieta?
Marcos frunció el ceño, pero no respondió. Volvió los ojos a los documentos, como si el tema estuviera cerrado. Gabriel, sin embargo, lo sostuvo sin suavidad.
—Me pareció lo correcto —dijo, tranquilo—. No voy a tratarla con frialdad solo porque tú la detestas.
Marcos bufó apenas, hojeando otra hoja.
—Haz lo que quieras, no me afecta —luego añadió—. Solo me parece curioso que al ser tan inteligente, cuando la observas a ella te ves tan asustado.
Gabriel apoyó los antebrazos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia él.
—¿Eso ves? —replicó, sin perder la calma—. Tal vez estás mirando demasiado.
Marcos se tensó, Gabriel lo notó por cómo apretaba la hoja entre los dedos.
—No pierdas el camino —dijo finalmente, sin mirarlo.
Gabriel sabía a qué se refería. No lo dijo en tono de advertencia sino de recuerdo, como si pronunciara algo que él mismo temía que se diluyera.
—No lo he olvidado —respondió Gabriel.
Marcos alzó por fin la mirada, fijó en él, evaluándolo.
—A veces pareces muy dispuesto a hacerlo.
La tensión se volvió más íntima que agresiva. Gabriel sostuvo su mirada sin apartarse.
—Entonces dime —preguntó con una calma casi insolente—, ¿qué se necesita para complacerte?
Marcos arqueó apenas una ceja, como si esa pregunta lo hubiese tomado por sorpresa.
—No necesito que me complazcas —respondió despacio—. Necesito que recuerdes por qué empezaste todo esto.
Gabriel apoyó la espalda en la silla, sin apartarle los ojos.
—Lo recuerdo —dijo—. Aunque no siempre te guste cómo lo gestiono.
Marcos sostuvo la mirada unos segundos más, antes de volver lentamente a sus documentos. Aun así, era evidente que no había cerrado el tema del todo.
Gabriel dejó que el silencio respirara unos segundos más entre ambos. Luego, con un suspiro breve, se incorporó de la silla.
—Esta noche hay demasiado papeleo que revisar y elaborar—dijo mientras se alisaba la manga—. Concéntrate.
Marcos apenas giró una hoja, sin levantar la vista.
—Me concentro mejor cuando no hay ruido innecesario —murmuró.
Gabriel sonrió apenas, como si el comentario lo entretuviera más de lo debido. Dio unos pasos y se colocó detrás de la silla donde Marcos estaba sentado. Sin pedir permiso, apoyó ambas manos sobre sus hombros. Sus pulgares presionaron apenas, en un contacto que no era abiertamente afectuoso pero tampoco formal.