Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 55

Evelin se había quedado sola en la sala principal, sentada en uno de los amplios sillones mientras jugueteaba con un abanico que no necesitaba. Gabriel y Marcos se habían retirado solo un momento hacia la biblioteca para revisar unos documentos sobre un envío pendiente, pero ya llevaban más de lo razonable. Lo habitual en ellos: desaparecían juntos y el tiempo dejaba de existirles.

A solas, Evelin cruzó una pierna sobre la otra y miró alrededor con astucia. Aquella casa casi nunca le pertenecía en silencio, y menos sin alguien vigilando dónde posaba las manos o los ojos. Esa era su oportunidad.

Si había algo que pudiera usar contra Marcos, algo que lo hiciera ver sucio, indecente o sospechoso, no lo dejaría pasar. No pensaba permitir que él siguiera siendo una presencia intocable entre ellos, ni que su cercanía con Gabriel le garantizara inmunidad.

Se levantó con elegancia lenta y caminó hacia el comedor. Desde ahí se escuchaba el arrastre de la vajilla y el tintinear de cubiertos sobre madera. Entró sin anunciarse, como si fuera la dueña de la casa.

Leonor estaba acomodando los platos sobre la mesa larga. Apenas escuchó el taconeo de Evelin, se tensó, aunque no dejó de trabajar.

—Buenos días, señorita —murmuró, haciendo una leve inclinación automática.

—Ajá —respondió Evelin sin corresponder el saludo, observándola de arriba abajo con evidente desdén—. ¿Tú eres… Leonor, verdad?

—Sí, señorita.

Evelin avanzó un poco más, inspeccionando los cubiertos como si buscara fallas invisibles.
—Dime una cosa —soltó de repente—. Ese hombre… Marcos. ¿Siempre ha sido así?

Leonor apretó los labios por un segundo, apenas notorio.
—¿Así cómo, señorita?

Evelin ladeó un poco la cabeza, casi sonriendo, pero no de forma amable.
—Confiado, extraño, extrovertido, grosero. Uno nunca sabe realmente qué pensar de alguien como él —comentó con una voz suave que contrastaba con el filo del contenido—. A veces me pregunto si todos aquí lo ven como lo ve Gabriel o si saben algo más.

Leonor tardó un poco en responder. Su mirada se clavó en los platos, como si necesitara que quedarán perfectamente alineados para no temblar.
—El señor Marcos es… respetado en la casa —dijo con cautela—. Todos lo tratamos como corresponde.

—Eso no me responde nada —replicó Evelin, dando un paso más cerca—. Tú vives aquí, ves cosas. Y me imagino que alguien como tú escucha más de lo que debería. ¿Nunca has notado algo raro en él? ¿Algo que no deba saberse fuera de estas paredes?

Leonor tragó saliva.
—No, señorita. Él es discreto y correcto con todos nosotros.

Evelin soltó una risa diminuta, incrédula, sin mirarla directamente.
—Qué conveniente. Lo pintas como un santo.

—No, señorita —balbuceó Leonor, incómoda, con la mirada fija en la copa que acomodaba—. Solo… nunca ha causado problemas. Es apreciado.

La joven fingió retomar su tarea, pero su nerviosismo ya era imposible de disimular. Evelin lo vio, lo disfrutó un poco, pero sobre todo lo interpretó como confirmación de que había algo por descubrir.

Avanzó un poco más, deteniéndose justo frente a Leonor. La muchacha sostuvo un plato como si el objeto pudiera protegerla.

—Dime una cosa más —dijo Evelin con una suavidad que no encajaba con sus ojos—. ¿Alguna vez viste a Marcos entregándole documentos a alguien que no fuese Gabriel?

Leonor pestañeó rápido.
—N-no… no que yo recuerde, señorita.

—¿Segura? —Evelin la miró fijamente, como si pudiera leerle los pensamientos—. Porque un hombre como él no se mueve solo por un jefe. Y menos por uno tan voluble.

Leonor apretó los dedos sobre el plato.
—Si ha pasado, no lo vi.

Evelin no se movió del sitio.
—¿Y qué hay de sus conversaciones? ¿Habla con otras personas sobre negocios? ¿Recibe visitas? ¿Mensajeros? ¿Cartas? —iba lanzando cada pregunta como una pequeña piedra.

—No muchas, señorita —respondió Leonor, midiendo cada palabra—. A veces recibe una carta, o va él mismo a la puerta si llega alguien, pero no es frecuente.

—¿Y tú nunca escuchaste nada? —insistió Evelin—. Nada sobre tratos, sobre dinero, sobre favores.

Leonor negó despacio, sin mirarla directamente.
—No escucho lo que no me corresponde.

—Eso es mentira —dijo Evelin sin cambiar el tono—. Todo sirviente oye más de lo que debería. Y si trabajás aquí desde hace tiempo, debiste ver algo.

Leonor tragó saliva. Tenía la sensación de que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra.
—El señor Marcos no habla mucho… con nadie —atinó a contestar.

Evelin hizo un sonido ambiguo con la lengua, como si no le creyera.
—Qué curioso. Entonces me dices que no tiene visitas, no tiene tratos, ¿cómo es eso posible en alguien tan charlatán?

Leonor abrió la boca, quizá para negar o para explicar algo… pero no tuvo oportunidad.

Desde la puerta que daba a la cocina apareció el cocinero, secándose las manos con un paño. Había escuchado lo suficiente para entender por dónde iba todo.

—Leonor —dijo con voz calma pero firme—. Ven un momento. Necesito que revises las fuentes antes de llevarlas al comedor.

Leonor apenas asintió y dejó los platos con cuidado sobre la mesa. Estaba claramente aliviada.

Antes de que pudiera desaparecer, Evelin se giró hacia él.
—Ya que estás aquí… —comentó con una media sonrisa—. Tal vez tú puedas responderme algo mejor.

Durant sostuvo su mirada sin inclinar la cabeza, sin mostrar temor.
—Según quién pregunté —respondió, cortante.

Evelin ladeó el rostro, incómoda con que no bajara la vista.
—Hablo de Marcos. ¿Tú que estás aquí desde hace años has notado algo fuera de lugar en él?

El hombre no parpadeó.
—Fuera de lugar están quienes vienen a buscarle defectos a los demás para sentirse más altos.

El golpe fue limpio. Evelin lo sostuvo unos segundos, irritada por la osadía.
—No estoy preguntando sobre mí —replicó, seca—. Preguntó por él.




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