Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 56

El ambiente era una brasa a punto de encenderse. Luego de la orden de Gabriel, Evelin y Marcos se habían callado, pero se miraban con un odio que se sentía.

Ella volvió a hablar, con una sonrisa fina como una navaja.
—Cuando me case con Gabriel, tú ya no tendrás lugar en esta casa. No vas a figurar ni como un recuerdo. Te voy a quitar hasta el techo que usas de amparo.

Marcos respondió con una risa seca, tan cortante como su mirada.
—¿Casarte? Sí, claro. Y cuando note que sólo sirves para atormentarlo, terminarás buscando otro hombre al que arrimarte.

—Eres despreciable —escupió ella—. Él va a deshacerse de ti en cuanto entienda qué clase de alimaña eres.

Marcos ni pestañeó. Su voz goteó veneno.
—Al menos yo no soy su prostituta del momento para sentirme importante. Sin Gabriel, no eres nada. Ni tu apellido te salvaría del olvido.

Evelin se quedó helada un instante, atragantada de rabia.

Gabriel reaccionó al instante.
—¡Marcos! —su voz retumbó en la habitación.

Marcos giró apenas el rostro hacia él.
—Si te hubieras encargado desde un principio, como lo prometiste, nada de esto estaría pasando —dijo con rabia contenida.

Sin esperar respuesta, salió y dio un portazo que hizo vibrar hasta los estantes. Gabriel lo siguió de inmediato.

—¡Marcos! —lo llamó en el pasillo.

Marcos se detuvo, pero no se volvió.

—Vas a disculparte por lo que dijiste —ordenó Gabriel, acercándose—. Eso no voy a tolerarlo.

—Por supuesto que no —replicó él sin moverse.

Gabriel apretó la mandíbula… y jugó su carta.
—Me debes un favor. El de la apuesta del carruaje, el día de la fiesta de Eduardo —dijo con firmeza—. Tu palabra de caballero.

Marcos lo miró entonces, con bronca muda.

—Voy a cobrarlo ahora. Y vas a disculparte con Evelin.

Hubo unos segundos de silencio pesado. Finalmente, Marcos caminó hacia él y regresó a la biblioteca con pasos tensos. Gabriel lo siguió por detrás.

Marcos se plantó frente a Evelin, la miró sin una pizca de suavidad y dijo:
—Perdón por las cosas feas… y ciertas que te dije.

Sin más, se dio media vuelta enseguida y salió. Evelin, aún más ofendida por la forma, dio un paso hacia adelante.

—¡Cómo te atreves!

Gabriel lo llamó desde la puerta, molesto.
—¡Marcos!

Pero él siguió caminando sin mirar atrás, subiendo las escaleras rumbo a su habitación, tragándose el resto de la furia.

Luego de un instante, Gabriel cerró la puerta con un suspiro amargo. Se giró hacia Evelin que aún respiraba agitada.

—Si no insistieras tanto con esas ideas tuyas, nada de esto habría ocurrido —dijo él, con un cansancio que apenas disfrazaba el enojo—. Lo provocaste.

Evelin lo miró como si le hubieran golpeado el orgullo.
—¿Otra vez lo defiendes? —escupió—. Siempre lo pones por encima de mí.

—No lo pongo encima de nadie —respondió Gabriel, firme—. Me pongo del lado de la razón.

—¡La razón! —Evelin soltó una risa rota—. Si me amaras de verdad, me defenderías. No le buscarías justificaciones a todo lo que él hace.

Gabriel sintió la frase como un golpe seco. Dio un paso hacia ella.
—Evelin… no confundas amor con obediencia. No voy a alentarte cuando te equivocas. Eso no es amar.

Ella apretó los labios. La rabia se le mezcló con algo más frágil.
—Entonces dime, ¿qué soy yo al lado de él? Porque cada vez que alzo la voz, tú corres a cubrirle la espalda —sus ojos brillaron, pero no de furia solamente—. Parece que lo consideras más que a mí.

Gabriel la miró en silencio un instante, y se acercó lo suficiente para bajar la voz.
—No hay nadie por encima de ti —dijo despacio—. Pero no puedo mentirte sólo para complacerte. Ni permitir que digas que él es un traidor sin pruebas.

Ella ladeó el rostro, y por primera vez la firmeza se le quebró en los ojos. Tragó como si las palabras le dolieran por dentro.
—Tú no entiendes…

—Entiendo más de lo que crees —respondió Gabriel, suavizando el tono al notar cómo evitaba mirarlo—. Pero tu empeño en ver fantasmas donde no los hay está rompiendo algo que no sé si después podremos arreglar.

Evelin apartó la vista. La respiración se le volvió temblorosa, y levantó la mano como si quisiera sostener su orgullo por la fuerza.
—No me mires así —murmuró con la voz baja, casi resquebrajada.

Gabriel la observó. Era la primera vez que la veía al borde del llanto, no por rabia sino por herida. Y algo dentro de él cedió.
—No estoy contra ti —dijo más quedo—. Pero no puedo convertir tus sospechas en verdad sólo para que te sientas tranquila. Te amo… aunque no siempre te guste cómo suena.

Evelin cerró los ojos un momento. La barbilla le tembló apenas, como si estuviera conteniéndose con lo último de su orgullo.
—A veces… —susurró, con un hilo de voz— pareciera que lo aprecias más a él.

La frase cayó como un secreto que dolía decir. Gabriel respiró hondo, sin apartar la mirada de su rostro quebradizo.
—Si realmente crees eso, es que no conoces lo que siento por ti.

Le tomó el rostro con ambas manos y añadió:
—Solo te pido algo —dijo con firmeza, pero sin dureza—. Necesito que intentes llevarte bien con Marcos. Por mí. No por él. Por nosotros.

Evelin se giró apenas, tragándose su orgullo. Pasaron unos segundos antes de que su voz saliera baja, casi sin emoción.
—Está bien… lo intentaré.

Gabriel la evaluó como si quisiera asegurarse de que lo decía en serio. Ella sostuvo su mirada con una calma mentida, por dentro sabía que no había forma de que eso ocurriera.

—Gracias —murmuró él, soltando un poco el aire contenido.

….
Marcos había subido las escaleras con pasos tensos, uno tras otro, como si cada peldaño le obligara a contener la furia. Al entrar a su habitación cerró la puerta despacio, sin golpes, pero con los puños apretados.

Se detuvo al ver el libro de tapas oscuras apoyado contra la pared, al lado de la puerta. El mismo que Evelin había intentado abrir. Lo recogió y lo llevó de nuevo a su lugar, al aparador, donde reposaban también las cartas de Héctor.




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