Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 58

El despacho del señor Weaver olía ese día a madera encerada, tinta fresca y autoridad antigua. Gabriel y Marcos estaban sentados frente al gran escritorio, cada uno en su silla, con el porte firme de quien entra a una conversación seguro de no tener nada que temer. Sabían que todo lo que el hombre creía ver en ese negocio era exactamente lo que ellos le habían permitido.

Weaver los observó sin hablar por unos segundos. Primero miró a Marcos fugazmente, luego se detuvo en Gabriel. Sus dedos golpearon apenas el brazo de la silla antes de soltar palabras.
—Estoy muy satisfecho con los resultados que me han presentado —dijo con solemnidad contenida—. Han sabido manejar cada aspecto con diligencia. Las ganancias superan con creces mis proyecciones.

Gabriel inclinó apenas la cabeza, con una media sonrisa controlada.
—Nos aseguramos de cumplir lo que se nos confía —respondió con tono impecable—. Era lo menos que podía esperar de nosotros.

Marcos, con el cuerpo ligeramente hacia adelante, comentó sin arrogancia:
—El ritmo de crecimiento no va a detenerse. Hemos abierto puertas que antes no estaban disponibles.

El señor Weaver asintió, complacido, cruzando las manos sobre el escritorio.
—Diré algo que no suelo expresar fácilmente: este negocio ha superado incluso varios de los que manejo personalmente. Es más… creo que es el mejor trato que he hecho en años.

Gabriel sostuvo la mirada con naturalidad.
—Entonces hemos hecho bien en no defraudar su voto de confianza.

Marcos añadió, breve pero firme.
—Si continúa en ascenso, habrá que preparar nuevas vías para sostenerlo.

Weaver asintió una vez más, y entonces cambió la postura. Se recostó ligeramente hacia atrás, como quien se dispone a dejar caer la verdadera intención.
—La razón de esta reunión —dijo, pausando adrede— es informarles que quiero hacer una inversión mayor. Un capital muy superior al actual.

El silencio se instaló apenas un segundo, no por duda, sino por cálculo. Gabriel apoyó un codo en el brazo de la silla y respondió con calma medida.
—¿De qué magnitud estamos hablando?

El caballero ladeó el rostro hacia una carpeta cerrada sobre el escritorio, sin abrirla todavía.
—Del tipo de inversión que exige una estructura nueva y un compromiso distinto entre nosotros.

Marcos no movió ni un músculo del rostro, aunque la frase dejaba ecos. Su voz salió firme, sin suavidad innecesaria.
—Si va a poner más de lo que ya tiene en juego, querrá también más control.

—Eso —dijo Weaver, con una leve sonrisa apenas contenida— será parte de lo que debemos discutir.

Gabriel se acomodó en el respaldo, evaluando rápido cada implicación, y respondió, con ese aplomo que siempre mostraba ante él:
—Entonces estamos listos para escuchar lo que propone.

El señor Weaver abrió finalmente la carpeta.
—Si voy a inyectar un capital mayor —comenzó, midiendo cada palabra— necesito ampliar mis facultades dentro del acuerdo. Quiero auditorías más frecuentes… mensuales, si es necesario. Y acceso libre a los libros, sin mediadores.

Gabriel no interrumpió, ni siquiera con un gesto. Marcos, inmóvil, mantenía los ojos en él como si lo estudiara.

Weaver continuó, con voz grave:
—También quiero derecho a vetar cualquier venta importante si no veo un beneficio proporcional. Y ningún gasto considerable podrá ser ejecutado sin mi firma.

Giró levemente el rostro hacia uno y otro, como si evaluara qué tanto les incomodaba lo que decía.
—Y habrá otra condición obligatoria. Necesito una garantía formal por escrito. Y, además… exijo el derecho a nombrar un administrador u observador dentro del consejo.

Ahí sí hizo una pausa. Cerró la carpeta con calma.
—Ese es el marco básico. Las cifras exactas y los términos legales se discutirán después… si están dispuestos.

El silencio que siguió no fue de sorpresa, sino de cautela. Marcos entrelazó los dedos lentamente sobre su rodilla. Gabriel sostuvo el aire apenas un segundo antes de hablar.

—Entenderá —dijo con cortesía firme— que debemos conversar ciertos puntos entre nosotros antes de aceptar cualquier modificación de ese calibre.

Weaver asintió sin molestia, como si lo esperara.
—Háganlo, no tengo prisa —se levantó despacio, apoyándose en su bastón—. Estaré en el salón secundario; cuando terminen, me informan sobre su decisión.

Y sin esperar respuesta, salió del despacho. Apenas la puerta se cerró detrás de él, Marcos soltó el aire como si recién entonces pudiera respirar. Se giró hacia Gabriel con los ojos entreabiertos, entre molestia y desconcierto.

—Pide demasiado —soltó al fin, sin rodeos—. No podemos aceptar todo eso sin meternos en un infierno después.

Gabriel asintió despacio.
—Lo sé, pero necesitamos esa inversión. Es vital si queremos mover la siguiente etapa. Hay que darle algo que le convenza sin entregarle las riendas.

Marcos se cruzó de brazos, pensando rápido. Mientras Gabriel se levantó y dio unos pasos cerca de la ventana.

—Podemos ofrecerle que la inversión se haga en dos entregas —dijo Gabriel, al fin—. Primero un sesenta por ciento. Le decimos que es lo indispensable para arrancar la operación. La segunda parte treinta días después, una vez que haya visto informes resumidos de verificación.

Marcos alzó apenas una ceja, aprobando.
—Eso nos da margen para maniobrar si algo se tuerce… Bien. Y respecto a los informes —chasqueó la lengua, calculando—. Podríamos darle reportes mensuales resumidos de ventas e ingresos. Si quiere ver los libros completos, que lo pida por escrito. Y que espere cuarenta días para la preparación y exhibición.

Gabriel giró la cabeza para verlo.
—Le diremos que es por asuntos legales y papeleo. Así no sospecha la demora. Recibe información, pero no acceso inmediato al libro negro.

Una sonrisa leve curvó la boca de Marcos.
—Y podríamos ofrecerle preferencia de pago. Si algo sale mal, que reciba primero su parte hasta recuperar un porcentaje de su inversión. Así siente que tiene seguridad económica, aunque en realidad su ganancia va a ser mínima con todo lo que ya desviamos.




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