Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 60

La feria estaba en su punto más animado. Las risas, los pregones de los vendedores y el sonido metálico de los juegos se mezclaban en un bullicio constante que se extendía por toda la plaza. Los aromas a pan recién horneado, vino dulce y carne asada se entrelazaban en el aire.

Evelin caminaba tomada del brazo de Gabriel, mirando a todos lados con la curiosidad de una niña. Cada puesto la atraía: el de las telas coloridas, el de las figurillas de madera, los músicos que tocaban un vals improvisado en la esquina.

—Hace años que no venía a una feria así —dijo con una sonrisa, girándose hacia él—. Había olvidado lo caótica que puede ser.

Gabriel observaba el entorno con serenidad, su porte elegante contrastando con el bullicio popular. Aun así, una leve sonrisa se asomaba en sus labios.
—Caótica y encantadora —respondió—. Supongo que es una buena combinación, si se mira desde cierta distancia.

—Tú siempre miras las cosas desde cierta distancia —le reprochó suavemente ella, divertida—. Podrías intentarlo… por una vez, dejarte llevar.

—Estoy aquí, ¿no? —replicó él con una media sonrisa—. Diría que ya es un avance.

Evelin soltó una risa clara y siguieron caminando hasta que un puesto llamó su atención. Se detuvo frente a una mesa de tiro, donde varios hombres apuntaban con rifles a una hilera de pequeños blancos metálicos.

—¿Y esto? —preguntó, observando con fascinación cómo uno de los participantes acertaba de lleno y hacía sonar la campanilla del premio.

Gabriel se inclinó un poco hacia ella, lo bastante cerca como para que su voz le rozara la oreja.
—¿Sabes disparar?

Ella negó con una sonrisa traviesa.
—Claro que no. ¿Y tú?

—Digamos que tengo buena puntería —respondió con calma mientras dejaba unas monedas sobre el mostrador. Tomó el rifle con elegancia y lo revisó, midiendo el peso como si se tratara de un instrumento conocido.

Evelin lo observaba con los brazos cruzados, divertida.
—A ver si es verdad.

Gabriel alzó el arma, cerró un ojo y disparó. El primer blanco cayó con un tintineo seco. Luego, sin bajar el rifle, volvió a apuntar y acertó en el segundo, después en el tercero. Cuando terminó la serie, el encargado del puesto silbó admirado.

—Ni un fallo, señor —dijo, sonriendo mientras le extendía un pequeño premio envuelto en papel azul.

Gabriel bajó el rifle y se giró hacia Evelin con un gesto de falsa modestia.
—Supongo que no fue tan mal.

—“No tan mal”, dice —replicó ella riendo—. ¿También vas a decirme ahora que no sueles practicar?

—No practico mucho —respondió él, entregándole el paquetito del premio—. Pero me gusta pensar que aún tengo buena puntería… para algunas cosas.

Evelin tomó el regalo y lo abrió. Dentro había una pequeña medalla de cobre con un grabado en forma de estrella. La sostuvo entre los dedos, observándolo con dulzura.
—Entonces acertaste, porque me gusta.

Gabriel sonrió apenas, con esa expresión serena que solo mostraba cuando se sentía en calma.
—Era el objetivo.

Evelin aún sostenía la medalla entre los dedos cuando Gabriel inclinó un poco la cabeza, observando el blanco metálico al final de la línea. Su mirada se volvió pensativa, y luego regresó a ella con un brillo sutil en los ojos.

—Acércate —le dijo, con voz baja pero firme.

—¿Qué? —preguntó desconcertada.

—Te voy a enseñar —respondió él, haciendo un leve gesto al encargado del puesto—. Otra arma, por favor.

El hombre, complacido por la generosidad de las monedas anteriores, le alcanzó otro rifle. Evelin lo miró como si se tratara de un objeto peligroso.

—No, no… creo que prefiero mirar —dijo, dando un paso hacia atrás.

Gabriel sostuvo el arma con calma y se la ofreció.
—No tengas miedo. No va a pasar nada.

—No estoy segura —murmuró ella, aunque la sonrisa nerviosa que acompañó sus palabras delataba su curiosidad.

—Ven —insistió él, con esa serenidad que pocas veces dejaba espacio para discutir.

Evelin suspiró, avanzó un paso y tomó el rifle con torpeza. Gabriel se colocó detrás suyo, tan cerca que pudo sentir el calor de su cuerpo rozándole la espalda. Sus manos se deslizaron con suavidad sobre las de ella, guiándolas hasta el punto exacto del agarre.

—Así —susurró junto a su oído—. No aprietes tanto. El arma no te va a atacar, solo necesita que la dirijas.

Evelin soltó una risa temblorosa.
—Fácil decirlo cuando no estás tú apuntando.

Gabriel sonrió, con el mentón casi rozando su cabello.
—Estoy justo detrás de ti. Si fallas, fallamos juntos.

Ella respiró hondo, intentando concentrarse mientras él ajustaba su postura, corrigiendo la inclinación de sus hombros.
—Ahora… —murmuró él— cierra un ojo. Mira el blanco. No pienses en el ruido ni en la gente, solo en el punto que quieres alcanzar.

—¿Y si tiemblo? —preguntó ella, apenas un susurro.

—Entonces dispara igual —le respondió con voz suave—. Nadie acierta sin un poco de temblor.

Evelin apretó los labios, concentrada, mientras que Gabriel guió sus dedos hacia el gatillo. Su respiración se acompasó a la de ella. Y en un mismo movimiento, suave y firme, presionaron juntos.

El sonido seco del disparo resonó entre el bullicio, y el pequeño blanco cayó con un tintineo perfecto. Evelin dio un respingo y soltó una risa incrédula.

—¡Le di! —exclamó, girándose apenas hacia él.

Gabriel sonrió con satisfacción contenida.
—Te lo dije.

El encargado del puesto aplaudió divertido, pero Evelin no lo escuchó. Estaba demasiado ocupada mirando el arma y luego a Gabriel, aún tan cerca que podía sentir su respiración contra la nuca.

—¿Otra vez? —preguntó él, casi en un murmullo.

—Sí —respondió sin pensarlo.

Volvieron a colocarse. Esta vez ella sostenía el arma con más firmeza, aunque seguía dejándose guiar por sus manos. Dispararon de nuevo, y otro blanco cayó. Después otro, y otro más. Cada vez el gesto de Evelin se volvía más confiado, y la sonrisa de Gabriel, más abierta.




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