Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 61

A la mañana siguiente, el aire en la casa tenía una quietud distinta. No era silencio, exactamente, sino una calma que parecía colarse entre las rendijas, entre el movimiento de los empleados y el leve crujir del papel cuando Gabriel giraba una hoja.

En el despacho, Marcos estaba revisando un grupo de documentos mientras Gabriel anotaba cifras con su caligrafía pulcra y precisa. Habían pasado varias horas en el mismo espacio, concentrados, aunque cada tanto sus miradas se cruzaban, y era entonces cuando esa calma se volvía un poco más espesa.

Gabriel sabía que el anillo en su mano no era un regalo común. No era un gesto que un amigo soliera tener con otro hombre, y mucho menos un anillo con una fecha grabada. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que el detalle lo había conmovido. Aquel pequeño círculo de plata, oscuro y sobrio, pesaba en su dedo con una extraña familiaridad, como si siempre hubiera estado ahí.

Marcos, por su parte, disimulaba bien. O lo intentaba. Tenía esa compostura práctica que usaba para ocultar lo que sentía, pero sus ojos, cuando se posaban sobre la mano de Gabriel, hablaban por él. Sabía que Gabriel había notado el significado, sabía que era imposible que no lo hiciera… y aun así, ninguno mencionaba nada. Era como si ambos hubieran pactado un silencio tácito, una tregua entre la sospecha y el deseo.

—Revisé los balances de ventas —dijo Marcos de pronto, rompiendo el aire con un tono sereno—. Todo está en orden para la firma.

Gabriel levantó la vista, acomodando la pluma sobre la mesa.
—Perfecto. Weaver no encontrará nada que le dé motivos para desconfiar.

Marcos asintió, levantando la mirada del papel.
—En dos días todo quedará cerrado.

—Dos días —repitió Gabriel en voz baja, casi como para sí mismo. Luego se inclinó ligeramente hacia adelante, observándolo con atención—. Has hecho un buen trabajo, Marcos.

Él sonrió con un gesto leve, intentando que la gratitud no se notara demasiado.
—Solo hago lo que me corresponde.

—No —corrigió Gabriel, con tono pausado—. Haces más que eso.

Un silencio breve, incómodo, se coló entre ambos. Gabriel volvió la vista a los documentos, intentando disolver el peso de su propia frase. Marcos, sin embargo, seguía mirándolo, hasta que finalmente carraspeó y señaló otro legajo.

—Entonces, ¿quieres que revise también los contratos menores antes de enviarlos a revisión?

Gabriel asintió, retomando su expresión habitual.
—Sí. Y asegúrate de que todo esté perfectamente justificado. Weaver pedirá cuentas de cada número.

Y así, entre el roce de papeles y los murmullos de trabajo, la tensión fue quedando soterrada bajo la rutina. El día avanzó como si nada hubiera cambiado, aunque los dos sabían que sí lo había hecho: solo que ninguno estaba dispuesto a decirlo.

Cuando la noche ya caía detrás de los ventanales, los papeles estaban desparramados sobre la mesa, junto a dos tazas de café que se habían enfriado hace rato. Gabriel seguía inclinado sobre un legajo, repasando una cifra con gesto concentrado, mientras Marcos lo observaba desde el otro lado, con los brazos cruzados.

Gabriel alzó la vista de repente, notando cómo Marcos lo miraba.
—Tienes esa costumbre de observar en silencio —dijo con una media sonrisa—. Me hace pensar que estás a punto de corregirme.

Marcos arqueó una ceja, devolviéndole el gesto.
—No te corrijo porque no hay nada que corregir. Solo estoy pensando.

—¿En qué? —preguntó Gabriel, haciendo una anotación.

Marcos se encogió de hombros.
—En todo esto… en lo que estamos por hacer, en cómo llegamos hasta aquí.

Gabriel lo miró unos segundos y se recostó en la silla, cruzando una pierna sobre la otra.
—Has hecho mucho más de lo que cualquiera habría hecho. Tus acciones demuestran de qué está hecho tu corazón.

Marcos bajó la mirada por un instante, intentando esconder el leve temblor que esas palabras le provocaron. Sonrió apenas.
—Mi corazón no siempre elige bien.

—Quizás —respondió Gabriel con calma—, pero el mío confía en el tuyo. Y eso me basta.

Por un momento, el silencio volvió, más cálido, más íntimo.

Gabriel volvió a tomar los documentos, ordenándolos con movimientos lentos.
—Ya es tarde. Deberías ir a descansar, Marcos.

Él asintió despacio mientras se incorporaba.
—¿Y tú?

—Aún me queda algo por revisar —respondió Gabriel, sin levantar la vista—. No tardaré mucho.

Marcos se quedó unos segundos de pie, observándolo. Parecía querer decir algo, pero al final solo suspiró, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.

Cuando estaba a punto de salir, Gabriel habló de nuevo, sin mirarlo.
—Gracias.

Marcos se detuvo en seco. Giró la cabeza hacia él y sonrió con una mezcla de afecto y resignación.
—No me las des todavía. Aún no terminamos.

Y salió, cerrando suavemente la puerta tras de sí.

Gabriel permaneció quieto, mirando el anillo en su mano mientras el silencio del despacho volvía a envolverlo todo.

….
La tarde estaba gris, pero tibia, y una brisa suave movía los pliegues del abrigo de Evelin mientras caminaba tomada del brazo de Gabriel. Las calles estaban animadas, el sonido de los carruajes y el murmullo de la gente componían un fondo constante que a él le resultaba lejano.

—…y dicen que el ferrocarril llegará con los insumos antes del invierno —comentaba ella, entusiasmada—. Mi abuelo está convencido de que eso reactivará todo el comercio local.

—Puede que tenga razón —respondió Gabriel, aunque su tono sonó ausente.

Evelin lo miró de reojo.
—¿Estás escuchándome siquiera?

—Lo intento —replicó él con una leve mueca.

Ella sonrió.
—Se nota que tu cabeza está en otro lado. Supongo que sigues pensando en la firma de mañana, ¿verdad?

—Es un paso importante. Tu abuelo ha sido más que razonable en todo esto —dijo Gabriel, sin mirarla—. Y quiero que todo salga sin imprevistos.




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