Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 71

Se separaron apenas unos centímetros, pero ninguno de los dos pareció dispuesto a alejarse del todo.

Héctor lo miraba como si acabara de presenciar un milagro. Tenía los labios aún entreabiertos, húmedos, y los ojos encendidos con una calidez que Marcos no le había visto.

—No te imaginas lo que provocas —murmuró, rozando con el pulgar la mejilla de Marcos—. Cuánto daría por mantener este momento que me atrapa sin querer.

Marcos sintió que el pecho se le apretaba de emoción. Aún respiraba rápido, aún le temblaban los dedos, pero sonrió con torpeza y sinceridad.

—Es curioso —susurró, sosteniéndole la muñeca para que no apartara la mano de su rostro—. Contigo el tiempo se vuelve distinto. Tú lo ralentizas.

Héctor soltó una risa suave y baja, una que parecía acariciarlo.
—Entonces supongo que debo quedarme quieto para no romper el hechizo.

—Ni se te ocurra moverte —respondió Marcos, y la sonrisa se les escapó a ambos al mismo tiempo.

Hubo un breve silencio. Cargado.

—¿Fue como lo esperabas? —preguntó Héctor en voz baja, con un dejo de nerviosismo.

—No lo sé —dijo Marcos, riendo apenas—. Nunca me imaginé cómo sería, pero ahora que lo sé quiero volver a sentirlo.

Héctor no necesitó más.

Lo envolvió en un abrazo firme, esta vez con todo el peso de su cuerpo, y lo besó de nuevo, más profundo, más hambriento, más hombre. Sus manos ya no solo acariciaban; comenzaban a reclamar. Una se deslizó por la nuca de Marcos, apoderándose de ella, la otra lo atrajo de la cintura, pegándolo a su pecho. El beso se volvió caluroso, tibio y eléctrico.

Marcos respondió instintivamente, aferrándose a sus hombros, dejándose llevar. No había duda, ni miedo, ni contención. Solo el vértigo dulce de entregarse.

Cuando finalmente se apartaron, no rompieron la cercanía: quedaron con las frentes unidas, respirando el aire que el otro dejaba escapar.

—Será mejor que me retire antes de que me descontrole —bromeó Héctor en un susurro ronco, con la voz cargada de una sonrisa peligrosa.

Marcos soltó una carcajada breve.
—Y yo que pensaba dejarte descontrolado a propósito.

—No tientes, Baker —replicó Héctor mirándolo a los ojos.

—Ven —dijo entonces Marcos, aún con la risa asomando en los labios mientras le tomaba la mano—. Te acompaño. Te muestro el cuarto donde puedes descansar antes de que termines durmiendo aquí mismo en el suelo.

—Créeme, dormiría en cualquier lado si es cerca tuyo —soltó Héctor, todavía encantado por el momento.

Marcos lo miró de reojo, sonrojándose. Abrió la puerta de su habitación con cuidado y asomó medio cuerpo hacia el pasillo. Escuchó. Ni un crujido, ni una puerta abriéndose, ni pasos lejanos. Sólo entonces miró a Héctor y asintió, guiandolo de la mano hacia el cuarto de huéspedes.

El pasillo estaba apenas iluminado por lámparas de aceite, proyectando sombras cálidas contra las paredes. No hablaron; no hacía falta. A cada paso, Marcos sentía la presencia de Héctor detrás de él, su mano cálida entre la suya, firme, como si ninguno de los dos quisiera soltar primero.

Al llegar a la habitación, Marcos empujó la puerta con suavidad y lo dejó entrar.

—Aquí está todo lo que puedas necesitar —dijo mientras señalaba la alcoba—. Si te hace falta algo más, ya sabes dónde está mi cuarto.

Héctor lo observó con una mirada dulce.
—Lo tendré en cuenta.

Marcos asintió y sonrió apenas.
—Entonces te veo mañana. Que descanses bien.

Se dio vuelta para abrir la puerta y salir, pero apenas puso la mano en el pomo, sintió cómo un brazo lo sujetaba con decisión. Antes de que pudiera reaccionar, Héctor lo giró y lo besó. Fue breve pero intenso, como un recordatorio. Como un no te vayas sin esto.

Luego lo soltó, despacio.

Marcos quedó quieto un segundo, con el corazón repiqueteando. Finalmente sonrió, se mordió el labio sin poder evitarlo y salió cerrando la puerta tras de sí.

Héctor se quedó mirando la madera durante unos instantes, como si esperara que Marcos abriera de nuevo. No lo hizo.

Entonces suspiró, aún con el sabor en los labios, y se llevó la mano a la nuca con una sonrisa incrédula.
—Demonios…

Comenzó a desvestirse con calma, dejando su ropa colgada prolijamente sobre una silla para que se secara. Cada movimiento lo hacía en silencio, pero su mente no encontraba paz.

Había besado hombres antes. Muchos. Con pasión, con deseo, con diversión. Pero esto… esto había sido distinto. No tenía que hacerse preguntas complicadas; lo sentía con claridad.

“Tal vez sea porque soy el primer hombre que él besa…”

La idea lo atravesó como un hilo cálido en el pecho. Era cierto. Era un privilegio que jamás había buscado, pero que ahora quería atesorar.

Se sentó en la cama, apoyando los codos en las rodillas mientras se frotaba el rostro. Luego se dejó caer de espaldas con un suspiro largo.

“Hace años que no me sentía así.”
Y todo por un muchacho de risa fácil y palabras inteligentes. Un hombre noble, con ese fuego en los ojos que lo atrajeron desde el primer día.

“Marcos Baker.”

Cerró los ojos.
—Realmente me importas —murmuró para sí, apenas audible.

Y mientras el sonido de la lluvia golpeaba la ventana, Héctor se quedó tendido mirando el techo, con una sonrisa tonta que no recordaba haber usado desde hacía mucho tiempo.

….
Marcos cerró la puerta de su habitación con suavidad y apoyó la espalda en ella, dejando escapar una risa muda. Se llevó los dedos a los labios. Aún podía sentirlo: el calor, la presión justa, la respiración de Héctor mezclándose con la suya.

Después de sacarse la ropa mojada, caminó despacio hasta la cama y se dejó caer sentado; entonces cerró los ojos. Y el recuerdo volvió nítido, como si todavía estuviera allí.

El brazo de Héctor rodeándolo con firmeza, su mano en la nuca, ese pecho amplio y cálido pegado contra el suyo.

Besar a una mujer jamás se había sentido así. Con ellas era conocido, agradable y hasta divertido. Pero esto había sido otra cosa. Una corriente que lo encendió desde el estómago hasta los dedos de los pies. Una mezcla entre seguridad y vértigo. Entre ternura y fuego.




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