Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 75

El carruaje se detuvo en una calle de tierra bordeada por árboles semidesnudos. El aire fresco de la mañana traía un aroma a humo de leña, azúcar tostada y a queso fundido. Apenas descendieron, Evelin se acomodó el sombrero y miró con curiosidad el bullicio que se extendía frente a ellos. Era una feria callejera viva, colorida, llena de voces y de risas.

Habían puestos de madera adornados con telas de colores donde los vendedores ofrecían sus productos: quesos redondos y brillantes, hogazas de pan todavía tibias, cestos colmados de verduras frescas, pasteles de carne humeantes, y más allá, el dulce olor de las castañas asadas.

Evelin sonreía, fascinada por aquella mezcla de aromas y sonidos. Gabriel, por su parte, la observaba con cierta ternura mientras ella se internaba entre la gente, deteniéndose a mirar cada mostrador de manera curiosa.

Pronto, sin embargo, varias miradas se posaban sobre ellos: hombres que interrumpían su charla, mujeres que susurraban entre sí. Evelin frunció el ceño y se acercó a Gabriel.
—¿Has notado cómo nos miran? —preguntó en voz baja, sin dejar de caminar.

Gabriel echó un vistazo rápido a su alrededor y asintió apenas.
—Sí, lo noté. Pero no le des importancia —respondió con serenidad—. Somos forasteros. En los pueblos pequeños todos se conocen, y cuando llega alguien de afuera las miradas son inevitables.

Ella apretó los labios, desconfiada.
—¿Y si no es solo eso? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Y si hay algo más?

Gabriel sonrió con una calma que desarmó cualquier sospecha.
—Tal vez sea porque caminó junto a la mujer más hermosa de todo el lugar —dijo, con un dejo de picardía.

Evelin giró hacia él, con las mejillas encendidas en un leve rubor.
—Qué galantería tan repentina —murmuró, aunque en sus ojos brilló una chispa de agrado.

—No es galantería —replicó Gabriel con voz tranquila—. Es solo la verdad.

Caminaron un poco más entre los puestos hasta que él, con un gesto, señaló un tenderete donde un hombre mayor ofrecía distintas variedades de queso sobre una mesa de madera.

—Ahí está —dijo Gabriel con una sonrisa—. Te lo advertí, aqui venden el mejor queso.

Evelin lo miró divertida.
—Veremos si no exageras —respondió, mientras el aroma intenso y tentador llegaba hasta ellos.

Gabriel pagó al vendedor, cortó un trozo de queso y se lo tendió a ella con gesto casi ritual. Evelin lo probó con cuidado, dejando que el sabor fuerte y cremoso se extendiera en su paladar.

—Mmm… debo admitirlo —dijo finalmente, cerrando los ojos—, tenías razón.

Gabriel sonrió satisfecho, disfrutando por un instante de la paz de esa escena: el sol empezando a colarse entre los árboles, la feria viva y ella, con esa expresión de deleite simple, natural, que tanto le gustaba ver.

Mientras seguían avanzando, de pronto, Evelin se detuvo frente a un puesto donde una anciana vendía pequeños cuadros pintados a mano.

—Mi abuelo disfrutaría tanto de esto —dijo casi para sí, mientras observaba las pinturas con una sonrisa suave—. Le encantan estos lugares, suele decir que aquí está el verdadero corazón de la gente.

Gabriel la miró con atención, intrigado por ese tono casi nostálgico.
—¿Lo aprecias mucho, verdad? —preguntó con suavidad.

Evelin asintió, sin apartar la vista.
—Sí. A él y a mi abuela, pero… con él tengo un cariño distinto. Supongo que porque nunca me juzga. La abuela siempre tiene algo que decir, siempre espera algo de mí. En cambio, él me escucha, incluso cuando no entiende del todo lo que digo.

Gabriel sonrió apenas, con un dejo de ironía que disimuló bien.
—Es un hombre sabio.

—Así es —respondió ella con orgullo—. Y ha trabajado toda su vida por lo que tenemos. Por eso haría cualquier cosa por protegerlo. Por protegerlos a ambos, a nuestra familia, a nuestro nombre.

Gabriel se quedó en silencio un instante, observándola. Había en sus ojos un brillo de determinación que lo hizo reflexionar.
—“Cualquier cosa” —repitió despacio—. ¿Incluso si eso significara hacer algo que otros no aprobarían?

Evelin lo miró de reojo, sorprendida por la pregunta, pero respondió sin titubeos.
—Sí. A veces, lo correcto no siempre es lo más aceptable. Lo que importa es que los míos estén bien. Si alguien intentara perjudicarlos, no dudaría en actuar.

—Eso dice mucho de ti —murmuró él —. Una lealtad así no es fácil de encontrar.

Ella alzó el mentón con orgullo.
—Es lo que me enseñaron. La familia está por encima de todo. Y si alguna vez se me exigiera elegir entre lo que quiero y lo que debo hacer… lo haría sin dudar.

Gabriel asintió despacio, ocultando el leve nudo que se formaba en su pecho.
—Y si lo que quisieras te alejara de ellos —preguntó con calma—, ¿aun así elegirías quedarte?

Evelin giró hacia él.
—No me alejaría. Puedo querer muchas cosas, Gabriel. Pero ninguna vale más que el apellido que llevo.

Él la observó en silencio, comprendiendo en ese momento que Evelin era más fuerte, más leal y más peligrosa de lo que había supuesto. No podría apartarla tan fácilmente de los Weaver sin herirla también.

—Tienes razón —dijo finalmente, esbozando una sonrisa tenue—. No todos serían capaces de decirlo con tanta firmeza.

—No todos tienen algo que perder —replicó ella, con una media sonrisa.

Siguieron caminando entre la multitud, y aunque Gabriel continuó mostrándose tranquilo, en su mente ya se formaban nuevas estrategias. Si quería derrumbar a los Weaver sin arrastrar a Evelin, tendría que ser más cuidadoso que nunca. Tal vez, pensó, debería convertirla públicamente en víctima de su propia familia y así cuando él…

Pero justo en medio de esas cavilaciones, la voz de ella lo sacó de sus pensamientos.
—Gabriel —dijo, tocándole suavemente el brazo—, creo que me está dando hambre.

Él levantó la vista y sonrió levemente.
—Es casi mediodía —dijo—. Deberíamos buscar un lugar donde almorzar.




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