Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 89

La biblioteca estaba bañada por la luz del mediodía. En la gran habitación, se encontraban Gabriel, Marcos, el escribano, el abogado de Weaver y Evelin.

Ella se había presentado a regañadientes; aún estaba dolida con Gabriel. Sin embargo, había sido su propio abuelo quien insistió en que debía asistir, alguien de la familia tenía que estar presente en la firma del contrato. Weaver seguía negándose a ver a Gabriel, y la señora, por su parte, aún no perdonaba del todo las últimas palabras de él. Así que la tarea había recaído en Evelin, a pesar de su visible disgusto.

Cuando el escribano terminó de leer los términos del acuerdo con voz monótona, el silencio posterior pesó como una cortina.

Gabriel, sentado con la espalda recta, dirigió la vista hacia el abogado.
—¿Entonces aceptan los términos? —preguntó con su habitual tono controlado.

El abogado asintió ligeramente y respondió con una sonrisa profesional.
—Sí, todo está en orden señor Whitaker. —Revisó unos papeles en su carpeta y los deslizó hacia él—. Aquí están las propiedades que el señor Weaver ofrece como garantía.

Gabriel tomó los documentos y, casi instintivamente, lanzó una rápida mirada a Evelin. Ella lo sostuvo apenas un segundo, fría, antes de apartar la vista.

En ese momento, Marcos se acercó por detrás de Gabriel para revisar los papeles junto a él. Su ceño se frunció con visible fastidio.
—La bodega no está aquí —murmuró con incredulidad.

Gabriel bajó la vista, confirmando lo obvio. Su mandíbula se tensó, aunque mantuvo la compostura. Observó de nuevo a Evelin, esta vez con una pregunta velada en la mirada.
—Creí que el señor Weaver reconsideraría poner la bodega como garantía —dijo él, sin alzar la voz pero con firmeza.

El abogado respondió con serenidad, acomodando sus gafas.
—El señor decidió venderla. Dijo que prefería obtener ingresos inmediatos; la decisión ya está tomada.

El aire se volvió más denso. Marcos, que ya estaba en carne viva por la carta de Héctor, no pudo contenerse. Dio un paso adelante, su voz resonó con una mezcla de enojo y frustración:
—¡Es la decisión más estúpida que pudo haber tomado! Esa bodega vale más como garantía que vendiéndola. Con eso se ahorraría al menos dos de estas —dijo, señalando las otras propiedades—, que a duras penas valen algo.

El silencio fue absoluto. El escribano lo miró con los ojos muy abiertos, el abogado frunció el ceño con incomodidad. Evelin, sin embargo, sonrió divertida.

—¿Y se puede saber de qué te ríes tú? —le espetó Marcos, sin pensarlo.

Evelin arqueó una ceja.
—De la forma en que defiendes los negocios de Gabriel, como si fueran tuyos —dijo con dulzura venenosa—. Me pregunto si te preocupa más su fortuna o su opinión.

La provocación quedó suspendida en el aire. Marcos abrió la boca, a punto de responder, pero la voz de Gabriel lo interrumpió de inmediato.

—Señores —dijo en tono alto, autoritario—, lamento el comportamiento del señor Baker. No ha tenido un buen día.

Evelin desvió la mirada con una sonrisa satisfecha, mientras que Gabriel lo miró con una severidad silenciosa, una advertencia implícita para que no dijera nada más. Marcos bajó la vista, el orgullo herido y la rabia contenida.

Apenas ambos terminaron de firmar, el escribano extendió el contrato hacia el abogado, quien lo tomó, lo revisó rápidamente y asintió.
—Perfecto. En cuanto el señor Weaver lo firme, se lo devolveré con su copia correspondiente.

Luego levantó la vista, primero hacia Gabriel y después, lentamente, hacia Marcos. Su expresión se endureció apenas, suficiente para que todos comprendieran el mensaje.
—Debo decir —comentó con un dejo de molestia— que hubo expresiones que estuvieron muy lejos del respeto debido en una reunión de negocios.

Marcos lo sostuvo con una mirada fría, desafiante, el enojo todavía vivo debajo de la piel. Se notaba que le daban igual las formalidades en ese momento. Y antes de que dijera algo que complicara aún más la situación, Gabriel intervino con voz firme y casi cortante.

—Reitero las disculpas en nombre del señor Baker —dijo sin mirar a Marcos—. Como mencioné antes, no ha tenido un buen día y se dejó llevar por la frustración.

El abogado no respondió. Solo asintió una vez y levantó la mano para indicarle a Evelin que se marchaban. Ella se adelantó con pasos elegantes, sin mirar a Marcos ni a Gabriel, hasta que llegaron al umbral de la puerta.

—Los acompaño hasta la salida —dijo Gabriel, recuperando su habitual cortesía pública.

Caminaron juntos hasta la puerta principal. Y justo cuando el abogado puso un pie sobre el primer escalón, Gabriel habló.
—La señorita Evelin se quedará unos minutos más. Luego me aseguraré de que mi cochero la lleve de regreso con bien.

El hombre levantó una ceja y miró a Evelin, esperando confirmación. Ella, cruzando ligeramente los brazos y con una expresión neutra, respondió:
—No hay problema. Puede marcharse sin mí. Si mi abuelo pregunta, dígale que me quedé conversando unos minutos más con el señor Whitaker.

El abogado asintió, aunque no parecía del todo convencido.
—Como desee, señorita.

Se despidió con una inclinación seca y subió a su coche. El vehículo partió, alejándose por el camino de grava.

Apenas volvieron y pusieron un pie en el vestíbulo, Gabriel cerró la puerta con un golpe seco. El ambiente quedó cargado, suspendido, como si toda la tensión del día hubiera decidido amontonarse allí.

Él la miró fijamente, con una calma fría que era peor que un grito.
—Pensé que podrías convencer a tu abuelo de dar la bodega como garantía —dijo con un tono duro.

Evelin se giró hacia él con una sonrisa apenas inclinada, esa que usaba cuando estaba a la defensiva.
—Hablé con él sobre el tema. Me lo consultó, y le dije que era mejor venderla.

La expresión de Gabriel se endureció al instante, la mandíbula marcada, los ojos helados.
—¿Hiciste qué?




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