Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 92

Cuando Marcos se apartó, aún sintiendo el ardor húmedo en los labios, lo primero que hizo fue volverse buscando a Gabriel. Y cuando lo encontró, sintió un latigazo seco en el estómago. Podía sentir como sus ojos fríos le atravesaban la piel. Ese gesto inmóvil que tenía era peor que cualquier palabra.

Entonces empezó a percibir cómo la culpa le subía de golpe por la garganta; culpa por usar a la sirvienta, por rebajarse, por dejar que su propio despecho lo manejara. Y sin embargo, una parte rota de sí, esa que vivía sangrando cada vez que recordaba a Gabriel con Evelin, necesitaba que él sintiera al menos una chispa del mismo tormento.

Gabriel sostuvo su mirada durante un segundo que le pareció eterno. Luego, muy despacio, los ojos se le endurecieron aún más, como si algo en él se cerrara de golpe. Bajó la vista apenas un instante, como si le hubieran golpeado el pecho, y se dio media vuelta regresando a su asiento en la mesa.

William, ya agotado por la noche, carraspeó y levantó su copa.
—Bueno, señores —dijo con una sonrisa cansada—, creo que deberíamos ir pensando en descansar. Mañana nos espera un día largo, especialmente para los que han tomado de más. —Y miró con obvia picardía a Alfred, que se rió como si lo acabaran de descubrir.

Henry alzó su copa en respuesta.
—Antes de irnos, un brindis rápido. Por la caza de mañana, por la compañía y porque nadie termine dormido bajo un árbol.

—Eso ya le pasó a Alfred el año pasado —añadió Eduardo riéndose.

Alfred alzó las manos, orgulloso.
—¡Y aún así cacé mejor que tú!

Las risas se esparcieron; entonces Eduardo recordó la ausencia de Marcos.
—Falta Baker. — Dijo, dirigiendo la vista hacia Gabriel, como esperando a que él se levantara a buscarlo.

Pero Gabriel ni siquiera pestañeó. Solo bebió un sorbo corto, silencioso, como si todo a su alrededor hubiera dejado de existir. Eduardo entendió. Y sin decir nada más, fue él mismo quien salió a traerlo de regreso.

….
Afuera, la joven todavía estaba ruborizada.
—Me encantó ese beso —dijo con una voz dulce.

Marcos forzó una sonrisa.
—Bueno —murmuró, fingiendo cierto orgullo que no sentía en absoluto—. Me alegra haber sido una buena compañía.

Ella, al verlo sonreír, se inclinó nuevamente buscando repetir el momento con evidente entusiasmo. Pero él, en un gesto casi torpe, se echó hacia atrás alejándose todo lo posible sin hacerlo evidente. No quería volver a besarla, mucho menos seguir con esa mentira que había creado.

Justo entonces, como un rescate milagroso, Eduardo los irrumpió.
—¡Rompecorazones! ¿Vienes o te tengo que arrastrar por el brazo?

Marcos soltó un suspiro de alivio que no tuvo tiempo de disimular.
—Creo que me están buscando —le dijo a ella, suave, casi disculpándose.

La muchacha sonrió y asintió.
—Por supuesto, cuando quieras podemos seguir charlando.

Marcos simplemente inclinó la cabeza antes de incorporarse, y mientras caminaba en dirección a Eduardo, sentía en la boca el sabor del beso y, en el pecho, el peso de la mirada de Gabriel.

Cuando ambos cruzaron el umbral del comedor, Eduardo lo codeó apenas, con una sonrisa burlona.
—Vaya… eres todo un ganador, ¿eh? —susurró en tono pícaro.

Marcos soltó una risa breve sin negar nada. Pero cuando desvió la vista para avanzar hacia su asiento, notó a Gabriel: sentado, con la espalda recta, y esa seriedad tensa que no dejaba espacio para el aire.

Se acercó entonces a su silla sentándose con una calma fingida, tomó su copa, deslizó la botella hacia sí, y se sirvió vino como si nadie estuviera observando.

Bebió un trago largo, demasiado largo.

—¿Eso es sed o arrepentimiento? —bromeó Alfred con una carcajada sonora.

—Un poco de ambas, tal vez —respondió Marcos, con una sonrisa fácil que no llegaba a los ojos.

Eduardo, al verla, alzó su copa.
—Bien, entonces brindemos. Porque mañana gane el mejor cazador. O al menos el que recuerde cargar su rifle.

Algunas risas estallaron.

Alejandro fue el primero en seguir:
—Yo brindo por el clima de mañana. Que no nos haga correr detrás de los ciervos como idiotas.

Charles levantó la suya enseguida.
—Y yo, por que ninguno necesite mis servicios durante la caza. Eso sería ideal.

William añadió entre risas:
—Brindo por dormir bien esta noche y no arrepentirme del vino mañana al amanecer.

Las copas chocaron, una tras otra. Hasta que, inevitablemente, la ronda llegó a Marcos. Llevó su copa despacio hacia arriba pero antes de hablar, giró la cabeza y se encontró con los ojos de Gabriel. El silencio entre ellos vibró, casi audible.

Marcos sonrió apenas, un gesto ladeado, mezcla de burla y herida.
—Yo brindo —lo señalo con la copa— por tu altivez. Y por todas esas cosas que tú haces conmigo.

Gabriel se quedó con su vaso a medio camino, había entendido perfectamente la insinuación, el reclamo oculto. Y aunque estaba furioso, el atrevimiento de Marcos lo golpeó de otra forma. Una que le gustaba demasiado: celos mezclados con deseo, un veneno tibio.

Dejó que una sonrisa mínima, casi imperceptible, curvara un extremo de su boca.
—¿Sí? Entonces brindo por tu docilidad inesperada, por lo fácil que es hacerte reaccionar —sus palabras tenían filo.

Los demás rieron como si fuera una broma más entre amigos. Pero para ellos dos no había nada de gracioso, solo fuego contenido.

Al cabo de unos minutos todos ya se habían retirado a sus respectivas habitaciones. Ahora, Marcos se encontraba tendido en la cama, las sábanas tibias, el cuarto apenas iluminado por una luz tenue que se introducía desde la ventana. Sus ojos estaban cerrados, al fin empezando a caer en ese sueño pesado del vino y el agotamiento, cuando escuchó el leve crujido de la puerta abriéndose.

Se incorporó de golpe, con la respiración rápida y el corazón saltándole al pecho en la oscuridad.
—¿Quién…? —alcanzó a preguntar, listo para actuar en caso de ser necesario.




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