Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 97

La noche apenas comenzaba a asentarse sobre la casa, pero para Gabriel ya llevaba horas ahí, sentado en esa misma silla dura, tan quieto que parecía una sombra más adherida al borde de la cama. Desde que regresó, luego de su descansó, no se había movido ni un centímetro. Tenía los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas, los ojos fijos en el cuerpo de él.

Marcos transpiraba sin parar. El sudor le perlaba la frente, le corría por las sienes y desaparecía bajo el vendaje que lo envolvía debajo del pecho. A veces hacía una mueca, apenas un gesto, un arrastre de la cabeza sobre la almohada; lo suficiente para encogerle el corazón a Gabriel. Era evidente que le dolía, incluso inconsciente.

Cada tanto, con movimientos lentos y cuidados, Gabriel exprimía un paño húmedo y lo apoyaba sobre la frente ardida de Marcos. Se quedaba así, con la mano encima del trapo, como si con solo tocarlo pudiera anclarlo a la vida.

A ratos, una sirvienta entraba sin hacer ruido y le dejaba una taza de café humeante al lado. Él apenas le agradecía con un murmullo, sin apartar la vista.

Otras veces, Charles aparecía para tomarle el pulso, comprobarle la temperatura, revisar el vendaje, darle gotas de opio o antibióticos. Y también, de tanto en tanto, entraban William o Henry, ofreciéndose para reemplazarlo un rato.

Gabriel siempre respondía igual, con la misma voz baja, firme:
—No me voy a mover de aquí.

Nadie insistía demasiado; la expresión de sus ojos no dejaba margen.

La noche se espesó, y en un momento, la puerta se entreabrió de nuevo. Esta vez no era Charles ni algún sirviente con café. Era ella, la joven con la que Marcos se había besado.

Entró despacio, casi conteniendo el aliento.
—¿Cómo… cómo está? —preguntó desde el umbral.

Gabriel levantó la cabeza por primera vez en mucho rato. No dijo una palabra al principio. Solo la observo, de una forma dura, afilada, helada, que bastó para hacerla retroceder un paso.

—No es de tu incumbencia. Y más te vale salir de aquí, ahora.

La joven abrió la boca como para responder, pero no se atrevió. Dio media vuelta y cerró la puerta tras de sí, con un leve temblor en las manos.

La habitación volvió a quedar en silencio. En realidad, lo único que se oía era la respiración irregular de Marcos y la propia, la que Gabriel había intentado controlar sin éxito desde que todo comenzó.

Estaba destruyéndose por dentro. Lo sabía. Si Marcos moría esa noche, él también lo haría, aunque siguiera respirando. Ni siquiera se lo había admitido en voz alta a sí mismo, pero ahora que lo veía ahí, consumiéndose entre fiebre y dolor, era evidente.

Se inclinó hacia adelante, acercándose un poco más a él. Le acomodó el paño, le rozó la mejilla con los dedos, incapaz de contener ese gesto suave, y en voz baja, casi en un susurro desfallecido, le habló:

—Si acaso existiera un Dios haría un trato con él. Y te juro que cambiaría nuestros lugares.

La habitación siguió inmóvil. Marcos no respondió. Pero Gabriel siguió ahí, a su lado, como si su sola presencia pudiera retenerlo.

Con el paso de las horas nocturnas Gabriel al principio rezaba. No sabía a quién exactamente: ¿a Dios?, ¿al destino?, ¿a cualquier fuerza que tuviera algo de misericordia?, pero rezó. Rezó para que Marcos llegara al amanecer, para que su pecho siguiera subiendo y bajando, para que ese cuerpo que adoraba sin decirlo aguantara un poco más.

Después dejó de rezar, y solo respiró junto a él. A veces, sin darse cuenta, sincronizaba su aliento. Era absurdo, pero cada exhalación se convertía en un pequeño alivio, un punto que marcaba: sigue vivo, sigue aquí, sigue conmigo.

Cuando finalmente la primera luz rozó el rostro sudado de Marcos, Gabriel sintió que algo en su interior se aflojaba. No era alivio completo, pero era algo. Se dio cuenta de que llevaba horas mirándolo como quien mira lo más frágil o lo más suyo. Y entendió que lo que realmente lo aterrorizaba no era la muerte en sí, era el vacío que vendría después. Ese espacio insoportable donde ya no estaría Marcos, donde no habría voz que lo desafiara, ni sonrisa que lo sacara de quicio, ni ojos que lo desarmaran sin pedir permiso.

Ese vacío era lo que lo estaba desgarrando vivo.

La puerta se abrió de repente, rompiendo el silencio.
—Vaya… tienes buena voluntad —soltó Alfred, casi con un dejo de burla—. Pensé que te ibas a quedar dormido a mitad de la noche.

Gabriel levantó la vista, molesto, los ojos oscuros por el cansancio.
—Te dije que podría aguantar —respondió seco.

Alfred se acercó a la cama, observando el rostro de Marcos, respiraba más parejo aunque aún ardía de fiebre.
—Pasó la noche —admitió en voz baja, como si le costara reconocerlo—. Es más fuerte de lo que pensé.

Gabriel volvió a mirar a Marcos, las manos entrelazadas con fuerza.
—La fiebre no ha cedido. Y eso no es buena señal.

—Lo sé —dijo Alfred, cruzándose de brazos—. Pero si sobrevivió hasta el amanecer, tiene más chances de lo que creíamos. — Se dio vuelta hacia Gabriel—. Deberías descansar un rato. Yo me quedo.

Gabriel negó con la cabeza.
—No voy a irme. Tal vez cierre los ojos aquí un momento, pero irme no.

Alfred resopló, como quien se rinde un poco.
—Si no quieres salir, entonces usa el otro lado de la cama. Al menos es más cómodo que esa silla de tortura.

Gabriel lo miró con desconfianza, como si le hubiera propuesto algo absurdo.
—¿En la cama? ¿Al lado de él?

—¿Y qué? —respondió Alfred, levantando una ceja—. No lo vas a romper. Puedes acostarte sin empujarlo al más allá.

Esa ironía obligó a Gabriel a tensar la mandíbula. Pero después de un suspiro, se levantó despacio, sintiendo cómo el cuerpo le temblaba por el cansancio acumulado. Rodeó la cama y se sentó en el borde, con un cuidado extremo, como si el colchón fuera vidrio; entonces se recostó.

Quedó tendido mirando fijamente el techo, como si necesitara mantener la vista en algún punto que no fuera su propia desesperación. Alfred se sentó en la silla qué estaba junto a Marcos, cruzándose de piernas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.