Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 99

Evelin estaba a punto de tocar la aldaba cuando la puerta se abrió de golpe, tan bruscamente que dio un paso atrás para no recibirla en la cara. Simone salió casi corriendo, chocándose con ella de lleno. No la sostuvo, no se disculpó, ni siquiera la miró más de un par de segundos. Simplemente la esquivó y siguió su paso apresurado hacia el exterior, donde un caballo ensillado lo esperaba. Ofendida, le lanzó un comentario molesto, una queja cortante sobre los modales, pero él no respondió; ni giró la cabeza. Solo levantó con torpeza una maleta, la acomodó sobre el lomo del animal y, sin perder un segundo, montó y salió a toda velocidad, como si huyera de algo o hacia algo urgente.

Ella frunció el ceño, desconcertada, y al volverse hacia el interior vio a la sirvienta parada junto a la puerta. Tenía un pañuelo arrugado entre los dedos y los ojos hinchados, como si hubiera estado llorando.

—Vine a ver a Gabriel —dijo Evelin, tratando de recuperar su compostura.

La muchacha la miró con una mezcla de respeto y nerviosismo; su voz tembló apenas al responder:
—El señor… no ha vuelto aún, señorita.

Evelin parpadeó, confundida y ya irritada.
—¿Cómo que no? Entonces esperaré —anunció, dando un paso hacia dentro como si la casa fuera suya.

La sirvienta negó rápidamente, casi con desesperación.
—Según nos informaron no regresará todavía.

Ella detuvo su avance, impaciente.
—¿Y por qué no?

La joven dudó un segundo, tragó saliva y finalmente explicó:
—Hubo un incidente con el señor Marcos durante la cacería…

—¿Un incidente? —interrumpió Evelin con un sobresalto— ¿Gabriel está bien?

—Sí, señorita. El señor Gabriel está bien. Es solo el señor Marcos quien está herido.

Evelin exhaló aliviada, sin molestarse en ocultarlo.
—Ah… bueno. Entonces no es algo tan grave.

La sirvienta la miró apenas, como si el comentario le resultara desagradable, pero mantuvo la cabeza baja. Evelin chasqueó la lengua, frustrada:
—Siempre tiene que ocurrir algo por culpa de Marcos.

La muchacha apretó el pañuelo entre los dedos, pero no dijo nada más. Evelin se quedó unos instantes quieta, evaluando. Si Gabriel no estaba en casa y no regresaría pronto, quedarse allí no tenía sentido, al menos no para su propósito original. Pero entonces una idea se encendió en su mente con rapidez calculadora: ese era el momento ideal para entrar en la habitación de Marcos. Nadie la vigilaría con atención, la casa estaba alterada, el personal distraído. Una oportunidad perfecta.

—De todas formas pasaré unos minutos —dijo con falsa naturalidad—. Quiero ir a la habitación de Gabriel. Creo que en mi última visita dejé allí un abanico muy importante para mí. Era un regalo de mi abuela… y necesito recuperarlo.

La sirvienta, incómoda, respondió con un tono suave pero firme:
—Señorita, no puedo permitirle entrar al cuarto del señor Gabriel si él no está.

Evelin sonrió de lado, fina y venenosa.
—Claro que puedes. Y lo harás. No querrás que le diga a Gabriel que me negaste el acceso, ¿verdad? —se inclinó apenas hacia ella—. Sabes muy bien cuánto le disgustan las faltas de respeto. No quiero imaginar su reacción cuando regrese y se entere.

La muchacha palideció. Claramente no quería enfrentar el enojo de Gabriel en ese contexto de tensión.
—Está bien —cedió al fin, con un susurro derrotado—. Solo por unos minutos.

Subieron las escaleras hasta el cuarto y, una vez allí, Evelin entró con aire triunfal. La muchacha se quedó en el marco de la puerta, rígida y vigilante, mientras ella caminaba entre los muebles, moviendo objetos como si realmente buscara un abanico.

La joven entonces empezó a sollozar de nuevo, primero apenas, luego con un temblor visible. El sonido irritó profundamente a Evelin.

—Ay, por favor… —exhaló, girándose con una expresión de fastidio—. ¿Qué es lo que le ocurrió a Marcos? Parece como si hubiera sido una tragedia.

La joven levantó la cabeza, esta vez con un destello de enojo que le tensó la voz.
—Es que es una tragedia, señorita. Un oso lo atacó. Hace tres días que no despierta. Está muy mal.

Evelin arqueó las cejas, sorprendida, con una chispa cruel de satisfacción.
—¿Al borde de la muerte?

La sirvienta dio un paso involuntario hacia ella, indignada, como si no pudiera creer el tono con que lo había dicho.
—No debería hablar así.

—Dios, no dramatices —cortó Evelin con un movimiento de mano, como si espantara una mosca—. Vamos, si vas a quedarte ahí llorando al menos sé útil. Ayúdame a buscar. Revisa la biblioteca; estuve allí la última vez.

La joven la miró con una mezcla de rabia y obediencia impuesta; y sin decir nada, se retiró. Apenas la puerta se cerró, Evelin dejó caer la máscara de calma y se dirigió con pasos veloces por el pasillo; el silencio nervioso de la casa jugaba a su favor. Su corazón palpitaba con una mezcla de tensión y excitación, sabía exactamente a donde buscar y qué quería encontrar.

Al llegar a la habitación de Marcos contuvo el aliento unos segundos, rogando en silencio que no estuviera cerrada con llave. Tomó el picaporte con dedos firmes y giró. Para su enorme alivio, la puerta cedió sin resistencia.

Entró apenas lo suficiente para ver el interior y cerró detrás de sí, sin hacer ruido. Cruzó el cuarto casi sin tocar el piso, con pasos tensos, directos hacia el aparador donde recordaba haber visto las cartas atadas con el lazo. Allí estaban todavía: un fajo perfectamente sujeto. Las tomó todas de un tirón, sintiendo el peso de algo íntimo, peligroso.

Pero apenas las sostuvo entre las manos, la razón le cayó encima:
“No puedo llevármelas todas. Ese idiota lo notará de inmediato”

Soltó un suspiro frustrado, desató el lazo y comenzó a sacar algunas cartas al azar. No necesitaba un orden específico; solo quería el suficiente material para entender su contenido, para armar un contexto, para saber qué secretos se traía Marcos. Eligió rápido, casi al tacto, mientras su nerviosismo crecía.




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