Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 102

Cuando el abogado y Evelin cruzaron la puerta, el silencio volvió a adueñarse de la sala principal. Gabriel quedó solo con la carpeta de documentos aún abierta sobre la mesa. Varias nuevas propiedades, antes bajo el apellido Weaver, estaban ahora bajo su poder, y pronto a su nombre. Tierras, acciones, cuentas… más y más peso patrimonial depositado en sus manos.

Había esperado sentir algún tipo de triunfo. Un sabor dulce de justicia o venganza consumandose. Pero nada. Ni satisfacción, ni alivio. Solo un vacío extraño, casi molesto.

Su mente ya no estaba allí. Todo lo que había planeado: vengar a su padre, destruir a los Weaver, poner cada cosa a su nombre, había quedado relegado a un susurro lejano. Ahora había algo, alguien, que se había abierto paso a la fuerza entre sus prioridades: Marcos.

¿Cómo demonios había pasado? Antes, sí, le importaba asegurarse de que no le faltara nada; pero lo que sentía ahora no era simple preocupación. Era una urgencia feroz, un deseo de protegerlo, de tenerlo cerca, de no dejarlo escapar. Una prioridad que lo desbordaba.

Y entonces recordó lo que le había dicho a Evelin. Que se casaría con ella. Claro que la quería, y durante un tiempo creyó que ese amor era suficiente para construir un futuro juntos. Pero ahora mismo dudaba de todo. De lo que sentía, de lo que había prometido, de lo que sería de cada uno cuando la verdad se interpusiera entre ellos.

Había sido un idiota en alimentar esa ilusión. Tendría que arreglarlo, tarde o temprano. Pero no ahora.

Se frotó el rostro, cerró la carpeta con un suspiro y se puso de pie. Necesitaba verlo a él. Cruzó la sala con paso firme hacia la cocina, dispuesto a pedir dos tazas de chocolate caliente. Quizás algo tan simple podría reconfortar a Marcos y también a él mismo, o incluso le devolviera un poco del valor que sentía perder cada vez que lo miraba.

….
Gabriel empujó la puerta con cuidado, equilibrando las dos tazas entre sus manos. Apenas entró, vio a Marcos sentado aún en la cama, la espalda recta, y el bastón sujeto entre los dedos como si lo estuviera evaluando con una mezcla de recelo y resignación.

Marcos levantó la mirada hacia él, luego a las tazas, y arqueó una ceja.
—¿Ese es el almuerzo? —preguntó con una sonrisa ladeada.

—Claro —respondió él mientras dejaba las tazas sobre la mesa de noche—. Un excelente almuerzo para calmar los ánimos y el mal humor.

—Ah —murmuró Marcos con una mueca amarga—. Entonces deberías haber traído una olla entera.

Gabriel lo fulminó con una mirada, aunque con una sonrisa contenida.
—¿Ya probaste tu nuevo accesorio? —hizo un gesto hacia el bastón.

Marcos bajó la mirada al objeto.
—No todavía. Estoy conociéndolo, aceptándolo como mi nuevo mejor amigo.

—Si no te gusta ese puedo conseguirte uno mejor —ofreció Gabriel, intentando sonar casual.

Marcos soltó una carcajada corta.
—¿Qué? ¿Uno con diamantes? Para lucirme cuando vaya al baile.

Gabriel dio un par de pasos hacia atrás, dejándole espacio.
—Vamos, inténtalo —dijo con firmeza—. Párate.

—No quiero —bufó Marcos, aferrando aún más fuerte el bastón.

—Marcos —insistió él, cruzándose de brazos.

Él lo miró en silencio, desafiante. Gabriel sonrió de lado, buscando la forma de empujarlo sin herirlo.
—Te juro que si das aunque sea tres pasos te besaré.

Marcos soltó una risa sorprendida y divertida, negando con la cabeza.
—Eso sí que es chantaje.

Aun así, apoyó el bastón en el suelo y con un suspiro se incorporó. Esta vez, al poner la mitad de su peso sobre el mismo, no cayó. El dolor estaba ahí, pero soportable. Se quedó quieto, respirando hondo.

—Muy bien —dijo Gabriel, observándolo como si fuera la hazaña más grande del mundo—. Ahora avanza. Cuando toque apoyar la derecha primero adelanta el bastón.

Marcos asintió. Dio un paso con la pierna izquierda, luego movió el bastón, y con cautela arrastró la derecha hacia adelante. Un segundo paso. Un tercero. Gabriel sintió un nudo de alivio y orgullo subiéndole al pecho. Lo estaba logrando.

Marcos dio unos pasos más, giró con torpeza, volvió sobre sí mismo.
—Me duele como el demonio —resopló—. Pero al menos camino.

—Eso es lo importante —respondió Gabriel, casi con un brillo en los ojos.

—No cantes victoria, aún puedo caerme dramáticamente.

Gabriel sonrió y dio un paso hacia él.
—¿Quieres que te ayude a sentarte?

Marcos levantó la mano libre, como quien detiene el tráfico.
—No. Puedo solo. —lentamente volvió hasta la cama, dejándose caer con un suspiro triunfal—. No estuvo tan mal.

—No estuvo tan mal —repitió Gabriel, mientras se acercaba y le alcanzaba una de las tazas—. Y prometo que este chocolate cura más que un médico.

Marcos probó un sorbo y arrugó la nariz.
—Bueno, al menos está caliente.

Gabriel frunció el ceño fingiendo indignación.
—La próxima te traigo agua del florero.

Ambos rieron al mismo tiempo, una risa relajada, tan necesaria después de días tan pesados. El aroma dulce del chocolate mezclado con la calidez del cuarto parecía envolverlos.

—Hace unos minutos —rompió Gabriel—, recibí la visita del abogado de Weaver.

Marcos levantó la vista con interés cansado.
—¿Y? ¿Qué pasó ahora?

—Al parecer la amenaza de huelga de los trabajadores lo presionó —respondió, apoyando la espalda contra el cabecero—. Me ofreció más garantías. Yo pagaré todos los sueldos.

Marcos soltó una risa seca.
—Buenas noticias para ti, ¿no? Más para tu colección de conquistas. Otra victoria para el gran Gabriel Whitaker. Debes estar exultante.

Gabriel bajó la mirada y luego se sentó a su lado, a escasos centímetros. Sonrió, pero de forma débil.
—Sí… supongo que son buenas noticias.

Marcos frunció el ceño.
—¿Qué ocurre? ¿Ni siquiera esto llena tu venganza?

Gabriel dejó escapar una exhalación suave, casi un suspiro.
—A veces —empezó, mirando la taza que sostenía— creo que ni yo entiendo lo que quiero. —Alzó la vista—. Pero sé lo que extrañé.




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