Herencia el destino está escrito o puede cambiarse.

Capitulo 104

Evelin se pasaba el cepillo por el cabello con movimientos lentos y suaves. Frente al espejo, pensaba que palabras podría usar para despertar el interés de Georgina. Ese día no quería fallar. Su amiga sería quien la ayudaría en su plan, y ni siquiera sabría que sería utilizada.

Unos golpecitos secos interrumpieron sus pensamientos.
—¿Sí? —respondió, sin apartar la mirada de su reflejo.

La puerta se abrió y la señora Weaver entró; la miró con una mezcla de severidad y satisfacción.
—Perfecto —dijo con una sonrisa breve—. Ya estás casi lista. Me acompañarás. Iremos a visitar a Gabriel dentro de unos minutos.

Evelin se volvió, desconcertada.
—¿Visitar a Gabriel? ¿Qué sucede?

La señora Weaver juntó las manos con dignidad.
—Debo hablar con ese muchacho sobre el matrimonio. Ya es hora de que dé el paso. Si te dijo que se casaría contigo, entonces es apropiado que primero solicite tu mano. Han pasado varios días y aún no se ha presentado. Eso es inadmisible.

El corazón de Evelin dio un brinco, no de ilusión, sino de alarma.
—No, abuela. Eso suena a una imposición. Me avergonzarás.

La expresión de la señora Weaver se endureció.
—Lo que debería avergonzarte, es que a estas alturas sigas siendo solo la compañía de un hombre que no se ha decidido. ¿Quieres que la sociedad se burle? ¿Que piensen que no eres suficiente para que te pidan matrimonio?

Evelin respiró hondo y sostuvo su mirada.
—No. Pero igual no voy a ir. Ya quedé en ver a una amiga… y con Clara. No las puedo dejar plantadas. Fue mi idea juntarnos a charlar y tengo que cumplir.

La anciana frunció el ceño.
—Esto es más importante que una reunión de señoritas.

—Aun así, no iré —insistió Evelin, firme.

Por unos segundos, solo se escuchó el roce del cepillo sobre su cabello. Luego, la señora Weaver alzó la barbilla con desdén.

—Muy bien. Me encargaré yo misma.

Entonces salió, cerrando la puerta con un golpe elegante pero inequívoco. Evelin dejó el cepillo sobre la mesa, su mente girando rápido. Una parte de ella sintió un pequeño y peligroso alivio: si su abuela presionaba a Gabriel tal vez lo acercaría más al matrimonio. Pero otra parte, se preguntó si aquello también podría molestarlo, sabía que no le gustaba que le impusieran cosas, él las imponía. Aun así, ahora tenía que preocuparse por sus propios asuntos.

Ajustó con delicadeza el lazo de su sombrero y se miró una última vez en el espejo. Su sonrisa era impecable. Tomó su bolso, salió de la habitación y se dirigió hacia la casa de Clara.

No pensaba presentarse sola ante Georgina. Debía ser una reunión de amigas, ligera, casual, inocente. La presencia de Clara haría que aquella escena pareciera natural.

En cuanto llego, ambas caminaron juntas hacia la casa de los Bryson. El jardín trasero ya estaba dispuesto: una mesita redonda, flores frescas y una tetera de porcelana humeando.

Georgina las esperaba con los ojos brillantes de entusiasmo.
—¡Por fin! —exclamó, invitándolas a sentarse—. Me muero por contarles todo lo que ha sucedido.

Y en cuanto el té rozó las tazas, la lengua de Georgina comenzó a danzar sin freno. Habló de compromisos recién anunciados, de correspondencias secretas, de bailes próximos y familias que habían ascendido o caído en desgracia. Nada escapaba a sus oídos.

Pronto, el tema giró hacia las vidas sentimentales de cada una. Georgina entrelazó los dedos con aire soñador.
—Estoy conociendo a un hombre, un caballero con excelente posición económica. Mis padres lo adoran. Es atento, elegante… creo que podría ser el indicado.

—¡Pero eso es maravilloso! —aplaudió Clara, visiblemente feliz.

Y al mencionar a Eduardo, sus ojos se iluminaron como si el sol se hubiera reflejado en ellos.
—Cada día lo amo más —confesó sin pudor—. Es divertido, atrevido, romántico; el hombre más encantador del mundo.

Evelin y Georgina intercambiaron una mirada inevitable. Para ellas, por lo que se contaba y decía entre algunas damas, Eduardo era particular: grosero a veces, impertinente la mayoría. Pero Clara lo defendió con una sonrisa serena:

—Ustedes lo juzgan porque no conocen cómo es realmente.

Entonces, como quien coloca cuidadosamente una pieza clave en un tablero, Evelin habló de Gabriel. Bajó la mirada y suspiró:
—Gabriel es maravilloso. Tan caballero, tan inteligente y correcto. Creo que nunca conocí a un hombre tan dedicado. Está muy enamorado de mí, ¿saben? Incluso me dijo que se casaría conmigo.

Clara abrió la boca, emocionada; Georgina entrecerró los ojos, interesada.

—¿Casarse? —repitió Georgina, inclinándose hacia adelante—. Entonces, ¿ya es oficial?

Evelin bebió un sorbo de té, saboreando no la infusión, sino la reacción exacta que deseaba provocar.
—Digamos que pronto podría serlo —respondió con una sonrisa que mezclaba ilusión y ambición en dosis idénticas.

Fue entonces cuando Georgina mostró un brillo especial en la mirada: la pasión por un buen chisme y por una buena oportunidad.
—Debo admitirlo Evelin, te tengo un poco de envidia. Tú sí supiste atrapar a uno de los caballeros más galantes y ricos de toda la ciudad.

Evelin inclinó el mentón con orgullo.
—Bueno, no todas saben reconocer a un buen partido a tiempo.

Georgina lanzó una risa.
—Entonces, ya que somos amigas…—dijo estirando la palabra con intención— quizá podrías presentarme al famoso Marcos Baker. Otro galán de la ciudad, ¿no? Y ahora es casi una celebridad por lo del ataque del oso. ¡Esa historia está en boca de todos!

Clara intervino enseguida.
—Sí, Eduardo me contó. Dijo que fueron días muy angustiantes.

Evelin apoyó la taza con lentitud.
—La verdad que sí fue muy heroico de su parte sobrevivir a todo eso ¿Te gustaría conocerlo? Es encantador, aunque un poco particular.

Georgina frunció el ceño, interesada.
—¿Particular en qué sentido?




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