Evelin llegó a la casa de Gabriel antes de la hora del almuerzo. Llevaba el cabello perfectamente recogido y la expresión de quien está decidida a corregir un error.
Había hablado con su abuela esa mañana; más bien, había discutido. La señora Weaver le detalló cada palabra cruzada con Gabriel el día anterior, y Evelin sintió un sudor helado recorrerle la espalda. Avergonzada, furiosa, y extrañamente ansiosa.
Para su propia sorpresa, consiguió persuadirla de que ella misma se ocuparía de apurar las cosas para que Gabriel pidiera su mano, que para ello tendría que pasar un poco más de tiempo con él, ser sutil. Aunque lo que más la impulsaba ahora no era acelerar su compromiso, sino asegurarse de eliminar el obstáculo que realmente la inquietaba: Marcos.
Cuando Gabriel la recibió, ella se apresuró a hablar.
—Vengo a disculparme. Mi abuela se excedió, realmente estoy avergonzada.
Gabriel, con una paciencia que parecía más bien un disfraz, le dedicó una sonrisa amable.
—No te preocupes, Evelin. Fue solo una charla —le restó importancia, cortando la conversación antes de que ella pudiera insistir—. Hoy tengo una agenda muy apretada. Asuntos de negocios.
Ella quiso protestar, quedarse más cerca, insistir en hablar del futuro… pero él ya tomaba su abrigo y daba instrucciones a un criado.
—Tardaré varias horas. Puedes quedarte si así lo deseas, tienes todo a tu disposición para ir organizando lo de la fiesta —le dio un beso apresurado y salió.
Evelin tuvo que conformarse con eso.
Gabriel no mentía: ese día debía reunirse con varios proveedores. Además, tenía algo más en su mente. Necesitaba averiguar quién había comprado la bodega que tenía el señor Weaver. Quería recuperarla. Devolverle a Marcos lo arrebatado. Esa sería una sorpresa, solo de él para él.
Por eso, esa mañana lo había mirado con una seriedad casi paternal:
—Tómate el día libre. Tienes que descansar.
Marcos protestó un poco, como siempre, pero terminó aceptando. Y en cuanto vio a Evelin plantada en la casa, dando órdenes e instrucciones de lo que quería para su preciada fiesta, la idea de pasar la tarde bajo el mismo techo no le resultaba para nada tentadora.
Así fue como se encontró dentro de un carruaje en dirección al burdel. Tenía deseos de ver a Ivy, contarle lo que había pasado, bromear con las chicas, escuchar las risas escandalosas de la madame. Ese lugar, por extraño que fuera, era un refugio seguro.
….
La noche estaba demasiado fresca cuando Gabriel finalmente regresó. La humedad se sentía entre el cuello de su camisa y la piel, recordándole que había sido un error no llevar a Marcos. Con él habría terminado los acuerdos más rápido, y no estaría ahora regresando tan tarde, cansado y con la cabeza llena de números.
Apenas cruzó el vestíbulo una de las sirvientas recibió su abrigo y, antes de que ella se alejara, él ordenó con tranquilidad:
—Avísele al señor Marcos que lo espero en la biblioteca. Quiero comentarle algunas cosas del día.
La muchacha apretó los labios, nerviosa.
—El señor Marcos se encuentra en la casa, señor.
Gabriel la miró con una ceja alzada.
—¿Y avisó a dónde iba? —su tono se volvió más severo.
La muchacha abrió la boca para responder, pero en ese instante la puerta principal se abrió, dejando entrar una bocanada de aire nocturno y una carcajada desordenada. Marcos ingreso con el cabello un poco revuelto, riendo como si el frío no existiera. Al verlo, Gabriel lo siguió con la mirada, entre alivio y molestia.
—Parece que te he atrapado llegando demasiado tarde —dijo con una media sonrisa, cargada de sutil reproche.
Marcos respondió con una sonrisa divertida.
—Entonces hoy estamos a mano. Tú también llegas tarde por lo que veo.
Gabriel negó despacio, guardándose comentarios.
—¿Qué te parece si bebemos un poco de vino mientras la cena está lista? Traje unas muestras nuevas para elegir cuáles incluiremos en el inventario. Necesito escuchar tu opinión.
Marcos se quedó quieto unos segundos, observándolo con atención. Luego suspiró suavemente.
—¿Podemos dejarlo para mañana? Solo vine por mi abrigo. Me vuelvo a ir.
El gesto de Gabriel se endureció de inmediato.
—¿A dónde?
Marcos ya subía los primeros escalones, apoyando el peso en su bastón.
—Eduardo e Ivy están afuera —respondió sin volverse—. Vamos a beber algo y charlar.
Gabriel solo lo observó hasta que desapareció de su vista, luego caminó hasta la ventana. A través del vidrio vio claramente el carruaje de Eduardo esperando, con Ivy asomada, mirando hacia la entrada como una niña ansiosa. El corazón se le apretó con una sensación que no quería analizar.
Minutos después, Marcos bajó con su abrigo puesto y el cabello acomodado. En medio de la escalera tuvo que detenerse un instante para apoyarse y recuperar el aire. El accidente aún le dejaba secuelas que odiaba exhibir.
Al alzar la vista, Gabriel seguía allí. De brazos cruzados, apoyando la espalda contra la ventana y la mirada fija en él. Lo esperaba. Pero no con paciencia. La expresión en su rostro era una mezcla peligrosa de molestia y preocupación.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó con un suspiro, sin paciencia tampoco.
Gabriel se acercó dos pasos, el ceño apenas fruncido.
—No me parece prudente que salgas —dijo firme—. Estuviste al borde de la muerte hace nada. Deberías descansar.
Marcos soltó una risa breve, mientras seguía descendiendo.
—He descansado demasiado. Además, solo voy a estar con amigos, no a pelear con osos.
—No me hagas bromas con eso —Gabriel replicó con un tono más cortante —. No es gracioso.
Cuando llegó al último escalón, Marcos se apoyó con ambas manos en el bastón. Lo observó con una ceja alzada.
—Gabriel, estoy vivo. Quiero recuperar mi vida. ¿O prefieres tenerme encerrado como si fuera de cristal?
—Quiero que no te expongas —insistió él, respirando hondo—. Y no me gusta la compañía que has elegido, para nada tranquila.