Herencia: la embarazada

7

La sala de estar se llena de silencio. Largo, opresivo, una nube pesada que cuelga sobre nuestras cabezas. Le doy a Irina tiempo para asimilarlo.
Al final, ella alza las cejas:

— ¿Estás seguro? ¿Cuánto tiempo llevan sin verse, medio año? En ese tiempo pudo haber conocido a alguien y echarte la culpa a ti. Le conviene decir que eres el padre. No me sorprendería si quisiera sacarte una buena pensión. Si ese bebé fuera realmente tuyo, te lo habría dicho de inmediato. No hay que apresurarse con las conclusiones, es mejor comprobar todo.

Solomiya no es así. Además, no quiere verme. Me porté mal con ella. No le dije el verdadero motivo de mi boda contigo, simplemente desaparecí. Pensé que así sería menos doloroso para ella.

— En cualquier caso, hay que verificarlo todo —dice Irina, retirando las piernas del puf antes de incorporarse—. Claro, si el bebé realmente es tuyo, tiene derecho a pedir manutención.

— Solomiya no pide nada y no quiere verme —desvío la mirada, sin saber cómo recuperar su confianza.

Irina coloca las manos sobre su vientre:

Danilo, pase lo que pase, quiero que sepas que siempre te apoyaré. Llegaste en un periodo muy duro de mi vida; nos unió un dolor común. Tú perdiste a tu hermano y yo a mi prometido.

Irina se levanta y se acerca a mí. Apoya las manos en los reposabrazos, a cada lado del sillón. Se inclina tanto que puedo ver claramente lo que escondía el escote de su vestido corto. Su rostro queda a escasos centímetros del mío. Muerde su labio de forma seductora.

— Tengo que confesarte algo. Me ayudaste a superar una pérdida terrible. Sé que teníamos un acuerdo y jamás planeé enamorarme en un matrimonio ficticio, pero ocurrió. En silencio he empezado a desear algo más, y no puedo ocultarlo más tiempo. Te amo, y quiero que entre nosotros haya una relación real.

Se inclina bruscamente y roza mis labios con los suyos. La confesión me deja paralizado; no puedo moverme. Solo un segundo siento el contacto antes de apartarme de golpe. Me pongo de pie, casi huyendo hacia la ventana.

Irina, esto no está bien. Tú eres la madre de mi sobrino… la mujer que Arsen amaba.

— ¿Y dónde está Arsen ahora? —Irina se gira bruscamente, clavando en mí una mirada dolida—. No va a volver. Tenemos que seguir adelante. Dudo que hubiera querido vernos sufrir así. Pronto daré a luz. Quiero que mi hijo crezca en una familia completa. No busco reemplazarlo, solo… quiero tener la oportunidad de formar una familia contigo. Piénsalo: no perdemos nada, ya estamos casados. No te pido una respuesta ahora. Solo… no nos rechaces tan deprisa, ni a mí ni al bebé. No somos extraños para ti.

— Yo no soy el hombre al que deberías amar —trato de hacerla entrar en razón—. Soy tu apoyo, tu seguridad, alguien en quien puedes confiar, pero conmigo no serás feliz.

— ¿Por qué no? Estoy bien contigo —Irina parece incapaz de comprender la verdadera razón. Suspiro profundamente y digo la verdad:

— Amo a otra.

El silencio invade de nuevo la habitación. Los ojos esmeralda de Irina brillan, no por lágrimas, sino por rabia contenida. Frunce el ceño:

— ¿A Solomiya? —pregunta, como si tratara de convencerse de otra respuesta.

— Sí. Cuando nos divorciemos, quiero casarme con ella.

Irina se deja caer en el sillón que ocupaba yo hace un momento. Aprieta los reposabrazos con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. En todo su cuerpo se lee la ofensa, aunque intenta dominar su ira. Su voz sale fría como el acero:

— Tal vez creas que amas a Solomiya, pero no es así. La viste después de una larga separación. Te dice que está embarazada de ti y eso te ablanda. Te invade la nostalgia, recuerdas solo lo bueno. Es un impulso emocional, no amor. Una ilusión que debes ver a tiempo. Si la amaras de verdad, no la habrías dejado.

— Ella dijo lo mismo —la tristeza me oprime el pecho.

— ¿Ves? Incluso ella lo entiende. Espera unos días y te darás cuenta de que no es amor.

Vuelvo la mirada hacia la ventana. Aun dejando de lado mis sentimientos por Solomiya, por Irina no siento nada más que obligación. No sé por qué, pero confieso:

— Pensé en ella todo este tiempo. Medio año la extraño… y no puedo evitarlo. Quiero estar con ella. Con ella y con nuestro hijo.




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